Vivimos en el cruce de lo real, el espacio, y lo imaginario, el tiempo. Cada vez es ahora, sólo espacio, pero ese presente sólo tiene sentido desde la historia, el tiempo, que dice qué pieza es ese presente en el devenir del argumento vital.

Está pasando esto, pero ¿por qué sucede esto? ¿Cuáles causas lo originaron? y ¿para qué sucede? ¿Cuál es la finalidad?

Comenzaremos con la observación de la conciencia inmediata, percibimos un universo donde ocurro yo, donde yo me percibo sucediendo, es un dato de la inmediatez de la conciencia, tengo la propiedad de percibirme percibiendo. Alrededor de mí percibo el mundo, que está afuera de mí, me rodea. Esto discrimina una primera estructura de mi universo, me doy cuenta de que estoy encerrado en este centro desde el cual existo, discrimino un adentro y un afuera. Lo podemos llamar Subjetividad y Objetividad, lo imaginario y lo real, una es lábil, errátil, acrónica, y la otra tiene la condición de estabilidad.

La realidad define un espacio-tiempo concreto para cada presente y obedece a secuencias pautadas: es la estructura social. El mundo simbólico organizado por el lenguaje me rescata del caos originario de mi conciencia.

Toda nuestra vida está condicionada por esta doble pertenencia, por momentos estamos adentro (con-migo), y en otros instante afuera (con-vos).

Atravieso momentos vigiles, atentos al mundo y momentos ensoñados, oníricos, errátiles, en un espacio interno. Por todo esto pensamos que la ciencia que estudie esta doble pertenencia del humano se debería llamar Psicología Social, que utilizaría bases de la psicología y de la sociología, pero luego estudiando la frontera donde lo subjetivo se encuentra en conflicto o en síntesis con lo objetivo.

A lo largo de este artículo veremos que no existe lo uno sin lo otro y de qué manera el marco de realidad, la cultura, estabiliza y ordena el caos subjetivo permitiendo al yo atravesar las transformaciones del ciclo vital sin perder su identidad. Pensamos que todas las culturas son tramas semantizadas, creadas para evitar el caos subjetivo. Pero la realidad de la realidad puede ser puesta seriamente en duda, si pensamos que ésta existe sólo porque es percibida por la vista, el oído, el tacto, de conciencias subjetivas.

Por lo tanto sucede la paradoja que la definición de la realidad está construida por el conjunto de las subjetividades. También lo real depende de lo imaginario.

Supongamos que todos los porteños al unísono cerraran sus ojos ¿seguiría existiendo Buenos Aires si nadie en el Universo la percibiera? Una observación de la filosofía Zen dice: “¿cómo es el sonido de un árbol que cae en un bosque donde no hay nadie?…”

Entonces podemos decir que la organización de la conciencia depende del mundo de los símbolos creado por la cultura, o sea la sociedad, pero esta a su vez fue generada por las subjetividades, de modo que el conjunto es indivisible y forman un sistema único que es mundo-yo o yo-mundo.

Por lo tanto, la Psicología Social merece existir para poder analizar este juego complejo como una entidad autónoma, no pensando en una psicología por un lado y por el otro en una sociología, como dos ciencias separadas. El grupo es la matriz de identidad, es el lugar concreto donde se realiza el encuentro entre las subjetividades y la estructura grupal, que es objetivadora de los contenidos de conciencia, de sus componentes. Por eso es el instrumento básico de trabajo de la Psicología Social.

A nivel de la personalidad podemos hacer una primera clasificación entre personas vertidas hacia adentro, los introvertidos, y personas dirigidas hacia fuera, los extrovertidos, opciones que, llevadas al extremo, explican al psicótico como alguien que “quedó encerrado adentro”, y al psicópata como alguien que “quedó encerrado afuera”, sin interioridad, y es un sujeto vacío, una existencia fáctica. En la frontera entre nuestro interior y el mundo se encuentra nuestra base de existencia concreta, nuestro cuerpo. Ojos, oídos y demás órganos de relación son los transmisores de mensajes para y desde el afuera. La piel recorta nuestra intimidad, yo me figuro ser adentro de este cuerpo y sus lentas transformaciones estabilizan, como corporeidad, mi viaje por el tiempo.

Como una observación acerca del sometimiento de una cultura por otra, podemos recordar que la conquista española de América se hizo “con la cruz y con la espada”, lo cual quiere decir que si sólo los sometían por fuera con la espada, los indios se podían rebelar desde su mente, desde su cultura, y por lo tanto era necesaria la evangelización porque permitía suprimir el espacio simbólico de la libertad interior, hacerlos esclavos desde afuera y desde adentro, doblegando sus cuerpos primero y luego sus valores y sus mitos. Para esto el cristianismo de la culpa y el pecado era ideal, para inmovilizar sus deseos de libertad, traicionando así el mensaje de amor y hermandad de Jesús. Esta doble pertenencia adentro-afuera nos permite analizar qué sucede en épocas de crisis social, cuando desaparecen los supuestos que constituyen el marco simbólico, entonces aparece el caos y la desintegración en la sociedad, lo cual lleva a desestabilizar también el mundo subjetivo de las personas y aparecen las psicopatologías de crisis. El espacio físico está configurado por divisiones, fronteras y límites que actúan definiendo adentro-afuera, como la piel, las paredes y todos los bordes que cierran, encierran y configuran el mundo que habitamos. El mundo externo, por el fenómeno de la memoria, se internaliza, se introyecta, y forma una ecología interna que espeja (todo borde es un espejo) el mundo exterior a través de los años de aprendizaje. Aquí se integran espacio y tiempo porque podemos decir que “adentro está el pasado” y que “afuera nos espera el futuro”, en eso consiste el viaje de la vida. Otra observación que podemos hacer sobre el universo que nos rodea es que está en eterna y continua transformación. Por suerte para los humanos, no todo es una pérdida irreversible sino que muchos “presentes” se vuelven a repetir, aunque no exactamente, pero por lo menos son reconocibles, el sol vuelve a salir, en un amanecer reencontramos otro ya vivido, y el ciclo del año vuelve a repetirse. El viejo sol es el sostén de todo cambio y reencuentro. En cambio otras transformaciones son irreversibles, son aquellas de las cuales la cultura nos debe proteger con sus mitos de eternos retornos. El tiempo transcurre implacable, las etapas vitales se suceden irremediablemente. El no poder aceptar los nuevos personajes que debemos ser, nos lleva a trastornos psicológicos. Estar sano no es fácil, debemos cambiar y ser los mismos. Los humanos somos equilibristas, a veces se mueve la soga y nos caemos en el tiempo. El estudio del tiempo, este “fluido entrópico” que nos desconcierta, es bastante difícil, pues el yo vive en el tiempo como el pez en el agua, y lo último que se le puede preguntar a un pez es ¿qué es el agua?… pues nunca estuvo fuera de ella, salvo cuando el pescador lo sacó del agua y, por ausencia de su medio, entiende qué es, pero ya es tarde para él. Cuando pensaba en el pez y su destino de no conocer lo que está tan cerca, por estar tan cerca, pensé que no era posible un lugar fuera del tiempo para estudiar el tiempo, y me parecía que era como estar en el mar dentro de un bote y que, al desarmarlo para saber cómo está construido, me hundiría. Sin embargo encontré tres lugares fuera del tiempo: uno es el brote psicótico, los testimonios clínicos inmediatos son “el tiempo se detuvo”, el paciente relata la inaguantable sensación de paralización del devenir, donde el instante es infinito, algo así como haberse “caído en la eternidad”, y por lo tanto tener la vivencia de desaparición del sí mismo porque deja de existir en la sucesión. “La vida es como una bicicleta, si se para se cae” pero, en realidad es más angustiante la vivencia en el brote, pues no sólo se cae, sino que desaparece la bicicleta y sucede la nada. Otro lugar fuera del tiempo para estudiar su mecanismo (todo órgano o mecanismo señala su función sólo cuando falla o se detiene, la ausencia señala su presencia), es la ingestión de ciertas drogas que afectan la corteza cerebral donde se constituye la noción del tiempo. El hachís, el LSD y el peyote llevan la conciencia a un no-tiempo o tiempo-total donde no hay pasado ni futuro. Y la tercera puerta para un fuera del tiempo es el entrenamiento del monje Zen, que persigue el desarmado de la conciencia racional, regida por la estructuración del espacio-tiempo y logra finalmente un estado donde no existe más el principio de contradicción lógico, no hay adentro y afuera, ni ayer y mañana, ellos lo llaman el satori. Luego de una larga disciplina llegan a una conciencia perceptiva en un pleno ahora, un presente completo en sí mismo que no necesita adquirir sentido por el contexto, ya sea en espacio o en el tiempo. El sentido de la percepción y del acto se cierra sobre sí mismo. En una vivencia fuera del tiempo histórico, todo el tiempo está completo en ese instante. Lo que obtiene el monje Zen con este caminar, es solucionar el tema de la muerte, pues esta es sólo una angustia anticipatoria, y si se logra eliminar el tiempo (la sucesión del devenir) no hay más muerte. Todas las religiones se inventaron para resolver este problema de nosotros los mortales. Heiddegger dice que la muerte es el acontecimiento absurdo por excelencia. Yo pienso que es el castigo divino porque inventamos la palabra, y con ella, la anticipación. El hombre es el único animal que sabe que se va a morir. Pienso que el pecado original no fue el sexo, sino haber inventado el tiempo, porque con eso inventamos la muerte. El castigo estaba incluido en el pecado. La hipótesis fundante de nuestra Teoría de Crisis, es suponer una conciencia originaria, arcaica, un sólo adentro que sucede en un presente congelado como punto de partida. Es razonable proponer que el origen sea el vacío, la nada, luego, la conciencia sucede cuando la palabra la redime de la soledad y de la paralización, que son los dos encierros más profundos de la mente, no-vos y no-mañana, ambas se resuelven con la comunicación, la palabra. Para el registro mnémico (constituir los recuerdos) debemos elegir qué presentes vamos a elegir para recordar, debemos realizar cortes en el continuum del universo perceptual, es decir que para recordar, debemos primero olvidar, si no, sería la situación del personaje de Borges, Funes el memorioso, que al recordar absolutamente todo, en realidad no podía sintetizar una historia particular. Estos cortes en el continuum del devenir son elegidos no sólo por las emociones (los grandes presentes “inolvidables”), sino por el marco cultural que establece rituales de pasaje que “marcan” y dividen las etapas vitales: casamientos, funerales, graduaciones, y ayudan a saber cuándo mutan los roles vinculares, de soltera a casada, de vivo a finado, de estudiante a profesional, etc. Estos momentos, junto con instantes de gran alegría o dolor, son almacenados en forma de imágenes míticas, verdaderas “fotos” que en psicoterapia pueden revivenciarse por las técnicas de psicodrama o ensueño dirigido. Toda cultura es un conjunto de mensajes para “hacer una vida”, es decir, recorrer ese camino imaginario de nosotros, los “Uterumbas” (vamos del útero a la tumba), cada uno realizando su historia, cumpliendo su destino, único nivel que puede dar sentido a esa aventura de existir. En este sentido toda la interacción que una persona realiza en su vida puede considerarse como un solo y largo mensaje. La vida es la historia de un largo diálogo, que contiene un argumento, ese argumento es su identidad, su singularidad que lo discrimina como único entre tantos millones de humanos. La enfermedad mental tiene que ver con la mutilación de ese sentido singular, con una falla de la estructura, que se desdibuja, y la terapia con encontrar los caminos para la reparación de ese núcleo de sentido. Las transformaciones pueden ser evolutivas, con pequeños pasos, o mutantes cuando suceden saltos. En el desarrollo de la vida existen crisis de crecimiento que implican cortes (nacimiento, pubertad, exogamia, jubilación…) y la cultura tiene instituciones para facilitar el pasaje (ritos de pasaje). El tiempo puede en esencia considerarse como “un ladrón que fabrica fantasmas”, porque roba, quita, hace desaparecer objetos, lugares, personas y esa ausencia nos exige fabricar la restitución, la imagen de lo perdido, que permanece en la memoria como sustitución del objeto ausente, y esto nos lo permite el invento más extraordinario de aquel mono ancestral, antepasado lejanísimo, que asoció un sonido a cada imagen interna y sustituyó el objeto ausente por un sonido, truco elemental que permitió inventar el signo, la palabra, que es en definitiva “el fantasma del objeto ausente”. La utilidad del concepto de conciencia arcaica es resultado de invertir la pregunta acerca de la enfermedad mental, porque si nos preguntáramos sólo qué es la locura sería como preguntarnos qué es el caos, pregunta muy difícil de responder. Pero si invertimos la pregunta y nos preguntamos qué es la cordura, vamos a ver que es más posible de contestar, pues está configurada, es algo, tiene sus reglas, su estructura. De modo tal que la locura viene a ser sólo la falta de cordura. Dimos vuelta figura y fondo, y por el fondo configuramos la figura. Esto queda claro en física donde a nadie se le ocurriría preguntarse por el frío, pues no existe, sino por el calor que sí existe, y por lo tanto el frío es ausencia de calor. Así como la necesidad de encontrar un origen del universo (porque nosotros nos originamos, nacemos) nos hace “descubrir” el Big Bang, también nuestro temor a la muerte nos hace ver “agujeros negros” que hacen desaparecer todo. El fenómeno astronómico de los agujeros negros, es descubierto por el físico Stephen Hawking, que “de casualidad” es absorbido por su terrible enfermedad neurológica, que lo lleva inexorablemente a la parálisis total: él mismo es un verdadero agujero negro. Muchas veces sucede que el creador se encuentra inmerso en su creación. Ese es el nuevo paradigma en filosofía de la ciencia de Tomás Kuhn. El concepto de conciencia arcaica supone un punto de partida cartesiano, que es partir de cero, de algo indudable, y es indudable que la conciencia está encerrada en sí misma y que sólo percibimos el instante presente. Lo primero se llama, en filosofía, la irremediable separatidad humana. Lo segundo es obvio…sólo existe el ahora, el futuro es una construcción imaginaria (si lo construimos…). De modo que comenzamos el estudio de la mente desde la nada, donde todo comienza (el ser existe porque existe la nada). ¿Por qué conviene empezar de cero? Así comenzamos por el origen, y vamos analizando cómo se construye esto que llamamos realidad, porque sólo dentro de ella existimos los humanos. Pero, aunque estemos encerrados en nuestra mente, podemos comunicarnos con otra subjetividad con el recurso de canjear imágenes por palabras, emitidas por medio de sonidos, y confiar que sean decodificadas conservando su sentido para nosotros. Cualquier dificultad con el diálogo nos deja nuevamente en el encierro de la subjetividad. La cultura se inventó para que podamos superar esto; el lenguaje nos redime de este pecado original de aislamiento. Luego vamos a ver que la dificultad del diálogo es el origen de lo entrópico, que es en definitiva el núcleo de la enfermedad mental. El tiempo físico consta de presentes inconexos, sólo la mente a través del lenguaje, especialmente los tiempos de verbo, genera la ilusión de continuidad. Para ilustrar esto, vamos a analizar lo que sucede en la pantalla del cine. El actor se mueve, camina, se pelea, según lo vemos sin ninguna duda. Pues, esto no es verdad… el movimiento en el cine no existe, sólo son diapositivas, tiras de fotos inmóviles con pequeñas diferencias que se pasan a una velocidad superior a la persistencia de la imagen en la retina, y por lo tanto no vemos una serie de imágenes inmóviles sino que creemos que el actor se mueve. Desde este análisis es que podemos comprender un fenómeno, que sería inentendible desde los supuestos racionales, que es el brote psicótico, pues el testimonio clínico del paciente es “siento que el tiempo se congeló, que no existe el futuro y yo no existo más…”. Nosotros suponemos que el loco es en realidad el lúcido máximo que descubrió el secreto final de la conciencia, donde la realidad con su estructuración del espacio y del tiempo es una construcción artificial a través de miles de años de lenguaje y de diálogo. El sentimiento de la conciencia cautiva tiene que ver con la vivencia del núcleo más íntimo, el sí-mismo en la subjetividad extrema, que sólo aparece en los momentos de experiencias culminantes, como el peligro de muerte o los shocks psicológicos que desestructuran y desarman la trama de realidad. En estas situaciones el campo cotidiano pierde sentido, el segundo tiene una duración infinita. En la cultura popular el término alma todavía se conserva, y señala este último núcleo yoico, el carozo del yo, que contiene el ADN de la planta entera, la información matriz de esa existencia, la clave de su sentido para sí misma. De todos modos la racionalidad humana encierra en sus capas más profundas el vacío central de un destino-para-la-muerte, como dicen los existencialistas. Podríamos decir que la mente tiene en el centro un agujero, las últimas preguntas no pueden ser contestadas. Y este agujero vacío es guardado por sucesivas capas de racionalidad, de palabras, de mitos, normas… que van organizándose en capas como una cebolla. Cuando vamos sacando las capas para saber qué guarda en su interior llegamos a la última, que no guarda nada; cuando termina el último envoltorio, desapareció la cebolla. Con la palabra, el símbolo, despegamos de nuestros hermanos en la creación, los animales, cuya conciencia no se percibe a sí misma, no se da cuenta de que está encerrada, a los cuales no les aflige vivir en cada presente sin anticipar “los presentes por venir”. Con la palabra, el hombre inventó el tiempo y logró dos cosas: una de ellas gratificante, que es la civilización, la cultura, pero también otra angustiante, la angustia anticipatoria de su desaparición, pues el hombre es el único animal que sabe que se va a morir. No hay gatos, cerdos, o caballos con angustia existencial. Pienso que una vaca le puede decir tranquilamente a la otra: “Siempre quise viajar en camión”. Hay también otra palabra que guarda el pueblo junto con “alma”, que es “destino” y esta señala la historicidad del humano, idea esta negada por una civilización tecnológica donde todo debe ser nuevo, eterno, atemporal y además exterior y controlado desde el sistema. Los héroes populares criollos, Martín Fierro por ejemplo, hablan del alma, dialogan con su sí-mismo y también se viven recorriendo un destino que es su proyecto de vida. En cambio, la cultura de masas, este mundo globalizado y tecnológico, oculta el concepto de interioridad del hombre y la vida como proceso, y ha degradado los dos términos: el alma sólo como lo ligado a la religión, al pecado y a “perder el alma”, que sirve para asustar, y el destino sólo queda ligado a la adivinación de los astrólogos y brujos. Los psicólogos también perdieron el concepto del sí-mismo y del proyecto vital, porque la religiosidad freudiana no ha podido escapar de la cultura dominante actual, en una versión melancoloide, con sólo el pasado como preocupación, con matriz en la familia pequeño-burguesa, la sagrada familia edípica y la asepsia médica que considera la curación como adaptación a “lo normal”. Por eso el psicoanálisis creció tan notablemente en nuestra melancólica ciudad de “Mi Malos Aires querido…”, la ciudad del tango y su duelo interminable, que también tiene un folklore hermoso y melancólico. Todo esto introducido y abonado por otra cultura del pasado y del Edipo familiar: la cultura judía. En Buenos Aires hay más psicoanalistas que en ningún otro lugar del mundo. Aclaro que hablo de la judería de la diáspora, no de la cultura del Estado de Israel, que por las continuas guerras tienen que estar muy atentos al presente y operan, no hacia el pasado, sino hacia el futuro. Por todo esto es que el psicoanálisis no puede operar ni teórica ni técnicamente en el momento crítico de la perturbación mental (la crisis) y sólo opera con las neurosis estabilizadas, que tienen el tiempo para establecer la neurosis de transferencia. En un primer momento es necesario explorar lo reprimido, pero el pasado sólo tiene sentido si se lo proyecta hacia delante y se lo convierte en proyecto. El psicoanálisis no puede operar en las crisis porque su enfoque es regresivo y no prospectivo. Aclaramos que tampoco el modelo psiquiátrico puede operar en las crisis psicóticas agudas, sólo medica con psicofármacos y luego segrega al paciente en depósitos donde el brote se transforma en delirio. Para trabajar en el momento agudo sería necesario operar con las técnicas de Enrique Pichón Riviere, de incluirse en el núcleo delirante, para poder luego volver a la realidad. Técnica de mucho compromiso humano que exige que el terapeuta tenga trabajado su propio núcleo psicótico. El concepto de conciencia arcaica no es desesperanzado ni nihilista, sino que permite ver lo oscuro del fondo de nuestra conciencia para configurar lo claro que es la vida, la creatividad, el amor, la esperanza, todo lo que construye la vida y que nos permite atravesarla con un sentido. El loco es el que no aprendió la vida, esto da un vuelco copernicano al trabajo terapéutico, no es trabajar con lo reprimido sino con lo no-aprendido, la salud es un aprendizaje. El cambio de enfoque permite explorar, no tanto las funciones reprimidas, sino las no aprendidas, con esto el terapeuta vuelve a la mayéutica socrática. Sospecho que proponer este cambio de paradigma tiene algo que ver con mis diez años al lado de Enrique Pichon Riviere. Sin el lenguaje, el tiempo deja de existir, porque es la consecuencia del truco de prestidigitación en donde el objeto desaparecido aparece en las manos del mago en forma de su equivalencia en la palabra. La palabra “conejo” vuelve a hacer percibir el conejo desaparecido. Con una ventaja, el concepto “conejo” es más conejo que el que fue perdido, pues representa a “todos” los conejos, es un conejo perfecto. Si bien la construcción de la realidad es imaginaria, no nos debemos asustar, pues es sumamente estable y en realidad es muy difícil volverse loco porque la cultura tiene recursos homeostáticos, vuelve a organizar formas de coherencia, incluso en situaciones límites. Lo imaginario es el sentido que se le da a las relaciones entre los objetos concretos, estos son duros, reales y existen, los pensemos o no. La piedra que me puedan tirar por la cabeza es concreta, dura y me va a lastimar, pero lo que va a ser del orden de lo simbólico (imaginario) es qué sentido elijo para leer este hecho. El poder formular este supuesto, esta hipótesis del estado cero de la conciencia, me lo dieron varias experiencias vividas por mí y observadas en otras personas. Una aguda crisis psicológica, por una separación muy traumática, me permitió vivir esta destrucción del espacio-tiempo cotidiano. Yo sentía que los espacios habían perdido significación, que cualquier lugar de la ciudad era cualquier lugar, no tenía más mi kilómetro cero desde donde referir adentro-afuera y el tiempo se había detenido, congelado, miraba el reloj y “no entendía” la hora; el instante era insoportable porque era infinito, no sucedía, no dividía “recién” y “enseguida”. Yo estaba afuera del mundo significante, entendí esa frase “todo me da igual” que había escuchado antes. La eternidad no estaba cortada en pedacitos para poder aguantarla, no me protegían las horas, los días o los meses, que dan secuencias, que planifican, todo el tiempo estaba ahí, congelado. Una experiencia más aguda que la relatada, pero muy breve, me sucedió en el Hospital Psiquiátrico de Nueva York donde trabajaba como residente hace casi treinta años. Con otros profesionales, hicimos una experiencia para poder conocer por dentro un brote psicótico, para luego entender mejor al paciente en crisis de máxima desestructuración de su yo. Elegimos una droga psicoactiva como el hachís, pues se metaboliza en dos horas, y no ofrece riesgos orgánicos. Fue una experiencia única en mi vida, terrorífica, pero me permitió entender “por dentro” una crisis psicótica para poder operar con eficiencia como terapeuta. Paso a relatarla: la experiencia comenzó con una modificación, veía todo con lo que se llama en fotografía el “ojo de pescado” equivalente al reflejo en un espejo esférico. Inicialmente esto me produjo risa, pero el efecto siguiente me comenzó a inquietar, pues mi voz no salía de mí sino que venía hacia mí (salía como del techo). Estaba perdiendo el límite adentro-afuera, yo estaba “afuera de mí mismo”. Sentía que toda la realidad se mezclaba, veía objetos por separado, como aislados, descontextuados, por lo tanto perdían significación. Me empecé a asustar realmente y comenzaron a suceder unas experiencias que me son difíciles de recordar con claridad (fueron confusas aún en aquel momento) pues pertenecían a una dimensión que quedaba fuera de la organización de la realidad; ni siquiera eran como sueños o pesadillas porque no había un yo que percibiera qué sucedía. Esto me generó una sensación de despersonalización, de pánico, pues sólo recordaba oscuramente que había “un tal Alfredo que alguna vez había existido”, como si fuera un recuerdo lejano y desdibujado. A esta altura quise salir de la experiencia, seguramente apoyándome en un resto yoico, porque me sucedió lo más angustiante. Quería ir de la sala a una pequeña cocina y cuando me levanté del sillón en que estaba, tenía la vivencia de ya haber llegado, es decir, que cuando pensaba hacer algo ya lo había hecho. La anticipación que hace la conciencia cuando la mente prevé (pre-ve) hacer algo, se convierte en real. Freud dice que el pensamiento es “ensayo de acción”, es decir, anticipo una escena imaginaria para poder concretarla en la acción, en el mundo real. Es decir, “si no imagino, no puedo hacer” Lo real y lo imaginario se superponían, no existía el tiempo-sucesión sino la simultaneidad. Esto me llevó a una disociación, un splitting (término psicológico para la disociación del yo), que en el ambiente de los drogadictos se llama un “mal viaje” (bad trip); esto pasó porque me asusté y quise salirme de esa vivencia, y no me dejé llevar por ella. Viví una fragmentación yoica, característica esencial de la esquizofrenia, que me llevó a disociarme. Yo era “una cosa”, un cuerpo, sólo sabía que quería salir de esa dimensión y volver a otra que lejanamente recordaba (que era nuestra realidad cotidiana). Lo que me asustaba mucho era que, cuando los otros residentes del Hospital, y especialmente el coordinador, me miraban y me hablaban, yo les reconocía la voz a cada uno, pero no les entendía la cara, el rostro era un borrón sin configuración, no podía integrar la significación de las caras. Esto después lo analizamos y tiene su explicación: la vista tiene una integración evolutiva más reciente en el cerebro, en cambio, el oído es más antiguo y por lo tanto no se había afectado en el nivel de regresión que produjo la dosis. Finalmente y curiosamente en forma brusca, por eso lo llaman “flash”, reconocí el rostro de uno de ellos, sentí un tremendo alivio: ¡había vuelto!, pues la sensación más aterradora era que durante “el viaje” no sabía si se podía volver o no, la sensación era de infinito, de estar para siempre atrapado en ese no-mundo donde no había adentro-afuera ni ayer-mañana, donde no ocurrían los presentes en sucesión, no había historicidad, sino que todo era un eterno presente sin sentido. Pienso que fue una experiencia de muerte, muerte psíquica, estuve dos horas en la nada, en el vacío existencial. Gracias a esta experiencia, inesperada para mí, pude entender mejor este punto cero de la mente y por lo tanto los pasos evolutivos de la construcción de la subjetividad a través de la comunicación con los demás, el yo dentro de la cultura. Creo que estas drogas psicoactivas, como las crisis muy agudas, producen un retorno a las primeras experiencias evolutivas; volvemos a nuestras vivencias caóticas de bebé cuando recibíamos percepciones y no las podíamos integrar desde un yo que todavía no estaba construido pues faltaba el instrumento básico, que es el lenguaje. Tratando de ayudar al paciente a salir de esta experiencia tan traumática, he observado procesos de regresión a la conciencia originaria. El testimonio clínico habla de presente congelado y de vivirse como afuera de sí mismo, se desarma el espacio y el tiempo. La vivencia de soledad es aguda; se perdió el contacto dialógico y aparece la confusión como principal signo externo. El pánico sobreviene como consecuencia de perder el núcleo yoico que referencia, como sistema de coordenadas, las percepciones de la realidad. El paciente en brote se mira al espejo pero no se reconoce, camina pero no sabe “quién camina”, se perdió a sí mismo, por eso se le llama alienado, que, etimológicamente, quiere decir extraño, extranjero de sí mismo, está “fuera de sí mismo”.