El primer problema que plantea la noción de Bien, es un problema de vocabulario. Por un lado hay varios términos y varias expresiones cuyas significaciones son afines: ‘el Bien’, ‘la bondad, ‘lο bueno’. Común a todas estas expresiones es el hecho de que se trata de sustantivos y de que todas designan el ser bueno. Por otro lado tenemos el término ‘bueno’, el cual es un adjetivo usado en expresiones tales como ‘x es bueno’, las cuales designan el ser bueno y pueden definirse como ‘x tiene la bondad’, ‘x posee la propiedad de ser algo bueno’ o ‘x participa del Bien’. Si nos atenemos al vocabulario y a las definiciones por él proporcionadas, concluiremos que tanto los sustantivos ‘Bien’, ‘Bondad’, ‘Bueno (lo)’ como el adjetivo ‘bueno’ sólo pueden ser definidos de un modo puramente verbal y que, por consiguiente, tales definiciones son círculos viciosos. La mera atención al vocabulario no proporciona, al parecer, ningún resultado filosóficamente satisfactorio. Advertimos, sin embargo, que ello no es enteramente cierto. En efecto, la interdefinibilidad verbal de tales términos muestra que conviene examinarlos conjuntamente, y que el término ‘Bien’ puede ser considerado como abreviatura cómoda para designar cualesquiera de los aspectos bajo los cuales han sido dilucidadas las cuestiones de lo bueno o del ser bueno. Procederemos a mencionar varias actitudes posibles acerca del problema, pero previniendo que ninguna de ellas suele encontrarse de un modo puro en ninguno de los filósofos o tendencias filosóficas.

1. Ante todo, el Bien puede estudiarse como un término —o una expresión—, o como una noción —o un concepto—, o como una entidad — o la propiedad de una entidad. En el primer caso, tenemos una definición semántica de ‘el Bien’, según la cual tal expresión es reducida a la definición de ‘x es bueno’. A su vez, la expresión ‘x es bueno’ puede definirse mediante las expresiones ‘x es apetecible’, ‘x es deseable’, ‘x es perfecto (en su género)’ o simplemente ‘apruebo x’. En el segundo caso, tenemos una definición nocional del Bien, sin que aparezca siempre bien claro lo que se entiende por noción o concepto. En el tercer caso, tenemos una definición real del Bien.

2. Cuando el Bien es considerado como una noción o como un concepto es menester precisar lo que se en tiende por estos últimos. En efecto, depende de ello el adoptar una de las dos grandes concepciones corrientes en la historia de la filosofía. Los que entienden el concepto como un fenómeno mental tienden a defender una concepción subjetiva del Bien y, por consiguiente, a proporcionar de él una definición en lenguaje psicológico. Los que entienden el concepto como un «objeto formal», distinto tanto de la expresión como del fenómeno mental y del objeto real, tienden a defender una concepción objetiva — u objetivo-formal — del Bien y, por consiguiente, a proporcionar de él una definición en un lenguaje que es llamado —impropiamente— lenguaje lógico.

3. Cuando el Bien es considerado como algo real, conviene precisar el tipo de realidad al cual se adscribe. Es menester, por lo tanto, saber si se entiende el Bien como un ente —o un ser—, como una propiedad de un ente —o de un ser— o como un valor. Mas tras haber aclarado este pun to es todavía conveniente saber de qué realidad se trata. Tres distintas opiniones se han enfrentado —y con frecuencia entremezclado— al respecto: (a) el Bien es una realidad metafísica; (b) el Bien es algo físico; (c) el Bien es algo moral.

4. Considerado como algo real, el Bien ha sido entendido o como Bien en sí mismo o como Bien relativamente a otra cosa. Esta distinción se halla ya en Aristóteles cuando distingue (Eth. Nich., I 1, 1094 a 18) entre el Bien puro y simple y el Bien para alguien o por algo. Aristóteles señala que el primero es preferible al segundo, pero debe tenerse en cuenta que el Bien puro y simple no es siempre equivalente al Bien absoluto; designa un Bien más independiente que el Bien relativo. Así, Aristóteles dice que recobrar la salud es mejor que sufrir una amputación, pues lo primero es bueno absolutamente, y lo segundo lo es sola mente para el que tiene necesidad de ser amputado (Top., III, 1, 116 b 7-10). La distinción en cuestión fue adoptada por muchos escolásticos en lo que llamaban la división de] bien según varias razones accidenta les; según ello, hay lo bonum simpliciter o bonum per se, y lo bonum secundum quid, bonum cui, bonum per accidens. Consecuencia de estas doctrinas es la negación de que el Bien sea exclusivamente una substancia o realidad absolutas. Aristóteles y muchos escolásticos rechazaban, por consiguiente, la doctrina platónica (y luego, a veces, plotiniana) del Bien como Idea absoluta, o Idea de las Ideas, tan elevada y magnífica que, en rigor, se halla, como ha dicho Platón, «más allá del ser», de tal modo que las cosas buenas lo son entonces únicamente en tanto que participaciones del único Bien absoluto. En efecto, en la concepción aristotélica puede decirse que el bien de cada cosa no es —o no es sólo— su participación en el Bien absoluto y separado, sino que cada cosa puede tener su bien, esto es, su perfección.

5. El Bien en sí mismo es equiparado con frecuencia al Bien metafísico. En tal caso se suele decir que el Bien y el Ser son una y la misma cosa de acuerdo con las célebres frases agustinianas: «Quiquid est, bonum est» (Conf., VII, 12) y «Omne ens inquantum ens est, est bonum» (De vera religlone, 21), las cuales son admitidas por la mayor parte de los filósofos medievales, en particular por los de tendencia realista. Interpretada de un modo radical, dicha equiparación da por resultado la negación de entidad al mal, pero con el fin de evitar las dificultades que ello plantea ha sido muy frecuente definir el mal como alejamiento del ser y, por consiguiente, del Bien. El Bien aparece entonces como una luz que ilumina todas las cosas. En un sentido estricto el Bien es, pues, Dios, definido como summum bonum. Pero en un sentido menos estricto participan del Bien las cosas creadas y en particular el hombre, especialmente cuando alcanza el estado de la fruición de Dios. Cuando esta concepción es elaborada filosóficamente, el Bien es definido como uno de los trascendentales (véase TRASCENDENTAL), con el conocido resultado de que el Bien es considerado convertible con el Ser, con lo Verdadero y con lo Uno — ens bonum verum unum convertuntur. Hay que advertir, sin embargo, que esta última proposición, aunque tiene un alcance teológico, está formulada en el lenguaje de la metafísica — o, mejor dicho, de la ontología. En efecto, el lenguaje en el cual suele expresarse tal convertibilidad es el lenguaje formal, en el sentido que tiene esta expresión cuando se dice, por ejemplo, de Santo Tomás de Aquino —como decía Cayetano—, que semper formaliter loquitur. Este lenguaje hace posible que se hable del bien de cada cosa como su perfección, dándose el nombre de summum bonum propiamente sólo al ens realissimum, esto es, Dios.

6. La concepción del Bien como bien metafísico no excluye su concepción como bien moral; por el contrario, la incluye, aun cuando el Bien metafísico parece gozar siempre de una cierta preeminencia, especial mente en la ontología clásica. Lo mismo podemos decir de la filosofía kantiana, por más que en ésta quede invenida la citada preeminencia. En efecto, si solamente la buena voluntad puede ser llamada algo bueno sin restricción, el Bien moral aparece como el Bien sumo. El salto de la razón teórica a la razón práctica y el hecho de que las grandes afirmaciones metafísicas de Kant sean postulados de esta última razón explica la peculiar relación que hay entre el Bien metafísico y el Bien moral dentro de su sistema.

7. Cuando el Bien moral es acentuado por encima de las otras especies de bienes, se plantean varios problemas. He aquí dos que consideramos capitales.

En primer lugar, se trata de saber si el Bien es algo subjetivo o algo que existe objetivamente. Muchas filosofías admiten las dos posibilidades. Así, Aristóteles y gran número de escolásticos definen el bien como algo que es apetecible y en este sentido parecen tender al subjetivismo. Sin embargo, debe advertirse que esto representa solamente un primer estadio en la definición del Bien. En efecto, acto seguido se indica que el Bien es algo apetecible porque hay algo apetecible. El Bien es por este motivo «lo que todas las cosas apetecen», como dice Santo Tomás (S. Theol, I, q. V, 1 c), porque constituye el término (el «objeto formal») de la aspiración. Ello permite solucionar el conflicto planteado por Aristóteles (al comienzo de la Ética a Nicómaco) cuando se pregunta si hay que considerar el Bien como idea de una cierta cosa separada, que subsiste por sí aisladamente, o bien como algo que se encuentra en todo lo que existe y puede ser llamado el Bien común y real. Tomada en un sentido demasiado literal, la distinción apuntada nos da, en efecto, dos formas del Bien que no parecen jamás tocarse. Pero si el Bien es algo que apetecemos, no podrá haber separación entre lo que está entre nosotros y lo que está fuera de nosotros; el Bien será a la vez inmanente y trascendente. En cambio, autores como Spinoza (quien derivó gran parte de su concepción, de los estoicos) han considerado el Bien como algo subjetivo, no sólo por haber insistido en la idea de que lo bueno de cada cosa es la conservación y persistencia en su ser, sino también por haber escrito expresamente (Eth., III prop. ix, schol.) que «no nos movemos, queremos, apetecemos o deseamos algo, porque juzgamos que es bueno, sino que juzgamos que es bueno porque nos movemos hacia ello, lo queremos, apetecemos y deseamos». Muchas de las llamadas morales subjetivas, tanto antiguas como modernas, podrían tomar como lema la citada frase de Spinoza. Por el contrario, otras filosofías destacan la independencia del Bien respecto a nuestras apetencias, aun cuando reconocen que el Bien es apetecible: el platonismo figura entre ellas.

En general, es difícil dar ejemplos de concepciones extremas en este problema; muchas de las doctrinas pueden ser consideradas a la vez como subjetivas y objetivas. Finalmente, otras parecen hallarse fuera de este dilema. Es el caso de Kant, pues por un lado la buena voluntad parece ser un querer y, de consiguiente, una apetencia, mas por el otro lado tal buena voluntad, cuando es pura, es independiente de toda apetencia y se rige únicamente por sí misma. Es curioso comprobar que parece haber analogías entre la definición escolástica del Bien como objeto formal de la voluntad y la buena voluntad kantiana, si bien estas analogías desaparecen tan pronto como consideramos las respectivas ontologías que subyacen en cada una de dichas teorías, por no decir nada de las diferencias fundamentales en lo que toca a la idea de la relación entre lo ético y lo religioso. En todo caso, es difícil conciliar el carácter autónomo de la ética kantiana con el carácter heterónomo y a veces teónomo de la ética tradicional (véase AUTONOMÍA, BUENA VOLUNTAD). En segundo lugar, se trata de saber qué entidades son las que se juzgan buenas. Las morales llamadas materiales consideran que el Bien solamente puede hallarse incorporado en realidades concretas. Así ocurre cuando se dice que lo bueno es lo détectable, o lo conveniente, o lo honesto, o lo correcto, o lo útil (para la vida), etc. Hay que advertir que los escolásticos no rechazaban esta condición del Bien cuando consideraban que lo bueno se divide, con una división casi esencial como la división del análogo en sus analogado , en diversas regiones determinadas por la razón de apetecibilidad, de modo que se puede decir, en efecto, de lo bueno que es útil, o que es honesto, o que es agradable, etc. Pero mientras entre los escolásticos esto era el resultado de una división del Bien, entre los partidarios más estrictos de las morales materiales, el Bien se reduce a una o varias de tales especies de bienes. Las morales llamadas formales (especialmente la de Kant) insisten, en cambio, en que la reducción del Bien a un bien o a un tipo de bienes (en particular de bienes concretos) convierte la moral en algo relativo y dependiente. Hay según ello, tantas morales materiales como géneros de bienes, pero, en cambio, hay sólo una moral formal. Contra ello arguyen las morales materiales que la moral puramente formal es vacía y no puede formular ninguna ley que no sea una tautología (véase IMPERATIVO).

8. Una división menos importante del Bien, cuando es considerado material y moralmente, es la que introdujeron los sofistas y fue presentada por Aristóteles en el pasaje ya citado de Top.: el Bien puede ser natural o convencional. Usualmente se estima que el Bien natural es universal e inalterable, pero en principio no está excluido que pueda cambiar. Los partidarios de la universalidad e inalterabilidad del Bien (como los estoicos) arguyen que su naturaleza es siempre la misma; los defensores del cambio (evolucionistas) manifiestan que el Bien está sometido al mismo desarrollo que la Naturaleza. El Bien en tanto que convencional es siempre estimado como relativo, cuando menos como relativo a una sociedad determinada, a un cierto período histórico, a una cierta clase social, etc. Sin embargo, la concepción del Bien (o de los bienes) desde el punto de vista convencionalista no es siempre equivalente a un historicismo; este último, en efecto, puede considerar como absolutos dentro de cada período los bienes correspondientes.

9. El Bien moral (y ocasionalmente el metafísico) puede ser estimado como objeto de la razón, de la in tuición o de la voluntad. Estas tres concepciones no son siempre incompatibles entre sí. Se han dado, en efecto, muchos ejemplos de combinación entre la tesis racionalista y la voluntarista, bien que casi siempre se ha tratado de subordinar una a la otra. Así, la tesis de que el Bien es el objeto formal de la voluntad no excluye el uso de la razón, y la tesis de que el Bien es aprehendido mediante la razón no excluye que sea asimismo objeto de la voluntad. Por otro lado, cuando la razón ha sido entendida como una posibilidad de aprehensión directa de la mente, se ha podido acordar el Bien como ob jeto de la razón y como objeto de la intuición. Otro es el caso, en cambio, cuando la intuición se ha entendido como intuición emocional. Así, las doctrinas morales de Brentano, Scheler, N. Hartmann y otros autores se han opuesto por igual al racionalismo y al voluntarismo de los bienes. Especialmente Scheler ha presentado esta concepción con extrema claridad y radicalismo al insistir en que hay una posibilidad de aprehensión intuitivo-emocional de las realidades que se califican de buenas y malas, y que tal aprehensión es a priori no obstante referirse a realidades «materiales», esto es, concretas y no vacías.

10.Esto nos lleva a un último problema: el ya antes apuntado [3] del tipo de realidad del Bien. Como vimos, puede considerarse éste como un ser, como la propiedad de un ser o como un valor. Lo habitual en las ontologías llamadas clásicas es la primera opinión, aun cuando se reconozca que cuando se habla del ser como realidad no se enuncia de él lo mismo que cuando se habla del ser como bondad. Lo más común en las ontologías modernas es la segunda opinión, que ha sido llevada a sus últimas consecuencias en lo que hemos calificado de concepción semántica: ‘bien’ es entonces un término que puede sustituir a ‘bueno’ en ‘x es bueno’. Muy corriente en varias éticas contemporáneas es la tercera opinión, para entender la cual hay que ver lo que hemos indicado en el artículo sobre el valor.

Según estas concepciones, el Bien es irreductible al ser, pero hay que advertir que en este tipo de doctrinas se habla del Bien a veces como uno de los valores morales y a veces como de la preferencia por cualesquiera valores positivos. Scheler ha defendido esta última posición muy claramente. «Siéndonos dada la superioridad de un valor escribe en el acto del ‘preferir’ y la inferioridad del mismo valor en el acto del ‘postergar’ (actos que por ser cognitivos y no volitivos no son buenos ni malos, sino éticamente neutrales), quiere esto decir que es moralmente bueno el acto realizador de valores que coincide, con arreglo a su materia de valor intentada, con el valor que ha sido ‘preferido’ y se opone al que ha sido ‘postergado’. En cambio, es moralmente malo el acto que, con arreglo a la materia de valor intentada, se opone al valor que ha sido ‘preferido’ y coincide con el valor que ha sido ‘postergado’.» Tal coincidencia no significa necesariamente el bien y el mal mismos: «no es que consista lo ‘bueno’ y ‘malo’ en esa coincidencia o en esa oposición; pero estos son los criterios esenciales y forzosos del ser de lo bueno y lo malo». Por eso «el valor ‘bueno’ es aquel que va vinculado al acto realizador que ejecuta un valor positivo, dentro del grado más alto de valores (o, respectivamente, dentro del supremo grado) a diferencia de los valores negativos; y el valor ‘malo’ es aquel que va vinculado al acto realizador de un valor negativo» (Ética, trad. esp. H. Rodríguez Sanz, I, 1941, págs. 55-6). Condición para la validez de esta doctrina es la organización jerárquica de los valores y, por supuesto, la idea de que los valores son irreductibles a otras realidades. El bien, pues, aparece aquí como irreductible, aunque no necesariamente opuesto, a toda otra forma de «realidad».

Los anteriores análisis no pretenden agotar todos los problemas que suscita la noción del Bien. Tampoco pretenden poner de relieve todas las dificultades que ofrece cada una de las concepciones mencionadas. Pero puede preguntarse si no hay algunos supuestos últimos de los que dependan las principales teorías éticas. A nuestro entender, los hay: son los supuestos que corresponden a una doctrina de los universales. En efecto, cualesquiera que sean las tesis admitidas, habrá siempre que adherirse o a una concepción nominalista, o a una concepción realista, o a una concepción intermedia entre nominalismo y realismo del Bien o de los bienes. El nominalismo extremo del Bien lo reduce a una expresión lingüística; el realismo extremo lo define como un absoluto metafísico. Como el nominalismo extremo no permite hablar del Bien, y como el realismo extremo hace imposible considerar nada excepto el Bien en cuanto tal como bueno, lo plausible es adoptar una posición intermedia. Pero es inevitable adoptar una posición en esta controversia. Y como toda posición en la doctrina de los universales es el resultado o de una decisión previa o de una ontología previa, resulta que la definición dada del Bien —en la medida en que se efectúe en el nivel filosófico y se pongan entre paréntesis tanto las «creencias» como las conveniencias— es últimamente el resultado de una decisión o de una ontología. Ello no significa que tal decisión o tal ontología tengan que ser arbitrarias; significa que son primarias y que preceden en el orden de las razones a toda dilucidación acerca del Bien.

Sobre el bien, tanto en sentido moral como metafísico: C. Stumpf, Das Verhaltnis des platonischen Gottes zur Idee des Guten, 1869. — C. Trivero, Il problema del Bene, 1907. — Hastings Rashdall, The Theory of Good and Evil, 1907 (inspirado en F. H. Bradley). — K. B. R. Aaars, Gut und Bose, 1907. — P. Haberlin, Das Gute, 1926. — H. J. Patón, The Good Will. A Study in the Coherence Theory of Goodness, 1927. — W. D. Ross, The Right and the Good, 1930. — H. Reiner, Der Grund der sittlichen Bildung und das sittliche Gute, 1932. — W. Monod, Le problème du Bien. Essai de Théodicée et Journal d’un Pasteur, 3 vols., 1934. — L. Nutri mentó, La definizione del Bene in relazione al problema dell’ottimismo, 1936. — C. E. M. Joad, Good and Evil, 1943. — A. C. Ewing, The Definition of the Good, 1947. — R. B. Rice, On the Knowledge of Good and Evil, 1955. — E. Dupréel, J. Leclercq, R. Schottlaender, artículos sobre la noción de bien en Revue Internationale de Philosophie, N° 38 (1956), 385-414. — Brand Blanshard, Reason and Goodness, 1961 [Gifford Lectures, 1952-1953]. — Eugene E. Ryab, The Notion of Good in Books Alpha, Beta, Gamma, and Delta of the Metaphysics of Aristotle, 1961 [monog.]. — Georg Henrik von Wright, The Varieties of Goodness, 1962 [Gifford Lectures, 1960]. — Helmut Kuhn, Das Sein und das Gute, 1962. — Kitaro Nishida, El bien (trad. esp., 1963). — Análisis lingüístico: F. E. Sparshott, An Enquiry into Goodness, 1958 y, sobre todo, Paul Ziff, Semantic Analysis, 1960 (Cfr. asimismo obras de autores de la escuela «emotivista» [C. L. Stenvenson et al] en ÉTICA). — Véase también la bibliografía de los artículos MAL y TEODICEA. Para la significación del término ‘bien’ o ‘lο bueno’ véase asimismo la bibliografía de ÉTICA y MORAL. Para la idea del bien en varios autores y tendencias: J. de Munter, Studie over de zedelije Schoonheid en Goedheid bij Aristoteles, 1932. — E. Grumach, «Physis und Agathon in der alten Stoa», Problemata, VII (1932). — H. Luckey, Die Bestimmung non «gut» und «bose» bei Thomas von Aquin, 1930. — A. Kastil Die Frage nach der Erkenntnis des Guten bei Aristóteles und Thomas, 1900.

Compilado por: Abasuly Reyes – jueves, 30 de junio de 2011, 13:17
Según José Ferrater Mora,