Nació en París, el 21 de junio de 1905, hijo de Jean Baptiste Sartre y Anne Maire Schweitzer. El 17 de septiembre de 1906 muere su padre, Jean-Baptiste Sartre, que era oficial de marina, a causa de una fiebres contraídas en uno de sus viajes por el sureste asiático. Durante su infancia y los primeros años de su juventud Sartre será educado en un medio burgués e intelectual, que marcará buena parte de su formación intelectual, pero que irá evolucionando hasta terminar por ser considerado un símbolo del pensador comprometido con los problemas de su tiempo.

En 1915 Jean-Paul inicia sus estudios en el Liceo Henri-IV, de París, donde conocerá a Paul Nizan, nacido el mismo año que él. Dos años después, en 1917, su madre, que se había vuelto a casar con Joseph Mancy, director de las fábricas Delaunay-Belleville, se traslada a la Rochelle, con el abuelo de Sartre. Jean-Paul continuará sus estudios en el Liceo de la Rochelle, hasta 1920, en que volverá al Liceo Henri-IV, de París. En 1924 Ingresa en la École Normale Supérieure, donde coincidirá con Raymond Aron, Paul Nizan, Simone de Beauvoir y Maurice Merleau-Ponty. («La École Normale significó para mí, desde el primer día, el comienzo de la independencia»). Tras finalizar sus estudios, en 1929 consigue el primer puesto de su promoción en la «agrégation» de filosofía (concurso para el desempeño de un puesto de profesor en los Liceos, equivalentes de nuestros Institutos de Bachillerato). Simone de Beauvoir, segunda de la misma promoción, se convierte en su compañera.

En 1931 toma posesión de su plaza como profesor de filosofía en el Liceo del Havre, puesto que ocupará posteriormente de 1936 à 1939, tras un periodo dedicado a su profundización en los estudios de filosofía. En el verano del 31, poco después de la proclamación de la República, realiza un viaje a España con Simone de Beauvoir. Dos años después, en 1933, residirá en Alemania, donde permanecerá un año como becario en el Instituto francés de Berlín, completando así sus conocimientos de la fenomenología de Husserl, al tiempo que asiste a la expansión del nazismo. De nuevo en Francia, regresa a su puesto de profesor de filosofía. Durante el mes de febrero de 1935, y con el fin de investigar la percepción, Sartre consumirá mescalina, lo que le conducirá a una depresión, acompañada de alucinaciones, que le durará seis meses.

En 1936 el «Frente popular» consigue imponerse en las urnas, en Francia, en una época en la que el avance del nazismo y del fascismo en Europa parece ya imparable, como se verá pronto con el golpe franquista contra la República española. Sartre es destinado al Liceo de Laon. («En Laon tuve como alumnos a los hijos de los dueños de las grandes explotaciones agrícolas, para quienes el dinero era dinero, una mesa era una mesa, un toro era un toro…»). Al año siguiente será destinado al Liceo Pasteur, en Neuilly, al lado de París, donde comenzará su proyección como literato y filósofo en 1938, con la primera edición de «La náusea», obra con la que alcanzará un gran éxito. Al año siguiente, en 1939, publicará «El muro». En ese mismo año empieza a escribir «La edad de la razón» y «El ser y la nada». En el mes de mayo asiste a la «Conferencia antifascista internacional».

Sartre será movilizado en septiembre de 1940, ante la inminente guerra con Alemania, siendo destinado a la 70ª división, en Essey-lès-Nancy, y luego trasladado a Brumath y Morsbroon. La ofensiva alemana se inicia el día 1 de mayo. El 23, Paul Nizan muere en el frente. El 21 de junio Sartre es hecho prisionero en Padoux, sin haber llegado a pegar un sólo tiro, y llevado al campo de Trèves. Se fuga del campo de Trèves en marzo de 1941, haciéndose pasar por un civil. En abril retomará su puesto en el Liceo Pasteur de París. Una vez consumada la ocupación de París por las tropas nazis, tras el derrumbe inesperado del ejército francés, la actividad cultural se ve limitada y censurada, pese a lo cual publicará en 1943 la primera edición de «Las moscas», que será representada en París, en plena ocupación, y de «El ser y la nada». Simone de Beauvoir publica, ese mismo año, «La invitada». Sartre se adhiere al «Comité nacional de escritores» y colabora con los periódicos clandestinos «Combat» y «Lettres françaises». Conoce a Albert Camus. Sartre vive estos años un periodo de intensa creatividad, combinada con la actividad política, que continuará con éxito en los años siguientes.

En 1945 participa, junto con Simone de Beauvoir, entre otros, en la creación de la revista «Les Temps Modernes». También de ese año es la edición de los dos primeros volúmenos de «Los caminos de la libertad», a la que seguirán, en los años siguientes, en 1946, la primera edición de: «Muertos sin sepultar», «Reflexiones sobre la cuestión judía», «La puta respetuosa», «El existencialismo es un humanismo». En 1947, la primera edición de «Baudelaire» y del primer volumen de la serie «Situaciones».

También en 1947 defiende a Nizan, difamado por los comunistas. Rompe definitivamente con R. Aron. El existencialismo se encuentra en pleno auge, así como la fama de Sartre. En 1948 se publica la primera edición de «Las manos sucias». Su obra es puesta en el Índice por el Vaticano. Colabora con el periódico «La Gauche». Creación del R.D.R. (Rassemblement Démocratique Révolutionaire), que abandonará al año siguiente, en octubre. En 1949 publicará la primera edición de «La muerte en el alma».

Albert Camus publica, en 1951, «El hombre rebelde», duramente criticado por los existencialistas y la revista «Les temps Modernes», dirigida por Sartre, crítica considerada como el preludio de la ruptura entre Camus y Sartre que se consumará al año siguiente. Por su parte, Sartre publicará la primera edición de : «Le diable et le Bon Dieu» y, en 1952, la primera edición de «Saint-Genet, comediante y mártir». Tras anteriores disputas, malentendidos o confrontaciones entre ambos, se producirá un acercamiento entre Sartre y los comunistas. Dos años después, en 1954, se producirá la ruptura con Merleau-Ponty, a quien había conocido en su época de estudios en la Ecole Normale Supérieure. De ese mismo año es su primer viaje a la URSS. Es nombrado vicepresidente de la asociación Francia-URRS.

En 1956 participa en los actos que tienen lugar contra la guerra de Argelia, año en que publica también la primera edición de Nekrassov. En 1957 se produce la ruptura con el partido comunista francés (a consecuencia de la intervención soviética en Hungría, en 956). Ese mismo año publica la primera edición de «Cuestión de método», y trabaja en la «Crítica de la razón dialéctica». En 1960 publica la «Crítica de la razón dialéctica» y «Los secuestrados de Altona». También firma el manifiesto de los 121 sobre el derecho a la insumisión.

En 1963 tiene lugar la primera edición de «Las palabras». Continuando con su interés por el comunismo realizará una nueva estancia en Moscú, en vistas a constituir una «Comunidad internacional de escritores».En 1964 rechaza el premio Nobel de literatura. Ese mismo año participará en la edición del primer número de la revista «Nouvel Observateur», apadrinada conjuntamente por Pierre Mendès France y Sartre, y que jugará un papel de primer orden en la vida política francesa en los años siguientes. En 1968 Sartre apoya las reivindicaciones de los estudiantes, en las revueltas de mayo, y participa en las asambleas de la Sorbonne. Posteriormente acusará al partido comunista de haber traicionado la revolución de mayo.

En 1971 publicará los dos primeros volúmenes de «El idiota de la familia» (ensayo sobre Flaubert). Crea, con Maurice Clavel, la agencia de prensa «Libération», que se constituirá en un medio de expresión alternativo, frente al monopolio de los pesos pesados de la prensa francesa, y que, pocos años después, dará paso a periódico diario, que se sigue manteniendo activo en la actualidad. En 1972 publicará el tercer tomo de «El idiota de la familia» (ensayo sobre Flaubert). Un año después, editará «Teatro de las situaciones». También en 1973 se produce la publicación del primer número del diario Libération, el 22 de mayo, del que será director durante un breve período, al verse obligado a abandonar la dirección por razones de salud.

Muere el 15 de abril de 1980 en el hospital Broussais. Es enterrado el 20 de abril, rodeado de una inmensa multitud. Varias decenas de miles de personas le acompañan hasta el cementerio de Montparnasse.

La obra de Sartre abarca un amplio espectro de campos, desde la literatura y el teatro, hasta la política y el trabajo periodístico, además de su actividad más estrictamente filosófica, a lo largo de un período ininterrumpido desde la primera de sus publicaciones hasta prácticamente su lecho de muerte.

Obras de Sartre, por orden cronológico
1938 La Náusea
1939 El muro
1943 Las moscas
El ser y la nada
1944 A puerta cerrada
1945 Los caminos de la libertad – dos primeros volúmenes-
1946 Muertos sin sepultar
Reflexiones sobre la cuestión judía
La puta respetuosa
El existencialismo es un humanismo
1947 Baudelaire
1948 Las manos sucias
1949 La muerte en el alma
1945-1949 Los caminos de la libertad
1951 El diablo y el buen dios
1952 Saint-Genet, comediante y mártir
1956 Nekrassov
1957 Cuestión de método
1960 Crítica de la razón dialéctica
Los secuestrados de Altona
1963 Las palabras
1972 El idiota de la familia
1947-1976 Situaciones, I à X
Publicaciones póstumas
1983 Cinco de los carnets de la extraña guerra
Cuadernos por una moral
Carta al Castor y a otros
Carnets de la extraña guerra
Verdad y existencia

La filosofía de Sartre

La obra filosófica de Sartre se puede dividir en tres períodos. El primero, marcado por la influencia de la fenomenología de Husserl. El segundo, marcado por la adopción de una postura atea y la asimilación de los presupuestos del existencialismo, siguiendo en este último aspecto las reflexiones de Heidegger respecto a la ontología de la filosofía de la existencia. Y el tercero, marcado por el intento de sintetizar el existencialismo con una visión crítica y alejada de las ortodoxias dominantes del marxismo. Por lo demás, hay que tener en cuenta de forma general la actividad literaria de Sartre, continuada a lo largo de toda su vida, así como la actividad periodística y su constante preocupación por las cuestiones sociales y políticas, que hicieron de él un modelo de referencia para los intelectuales comprometidos con la lucha contra la injusticia y las contradicciones sociales de su tiempo.

a) El periodo fenomenológico
Tras su estancia en Berlín como becario del Instituto Francés, habiendo estudiado sobre todo la filosofía de Husserl, los primeros escritos de Sartre, escritos entre los años 1936-1940, tienen una orientación claramente fenomenológica. Así ocurre, por ejemplo, con su primera obra, «La trascendencia del Ego», en la que se discute la naturaleza de la conciencia, distinguiéndose de la posición adoptada por Husserl pero en clara dependencia con los planteamientos fenomenológicos. Lo mismo ocurre con sus otras obras, filosóficas o literarias, de la época, centradas las primeras en el interés por la psicología, adoptando una postura crítica respecto a las escuelas psicológicas de su tiempo, y que llevan los significativos títulos de «La imaginación» y «Lo imaginario». Y respecto a las segundas, baste citar «La náusea».

b) El período existencialista
En los años posteriores, hasta 1952, la actividad filosófica de Sartre se vuelve hacia el existencialismo que, a partir de la publicación de «El ser y la nada», le van a convertir en el principal, o al menos en el más popular y conocido, representante del existencialismo. El conocimiento de los principales elementos de su pensamiento existencialista, que se desarrollan posteriormente, constituyen el objeto de esta exposición, lo que se advierte explícitamente para dejar constancia de las deliberadas limitiaciones de este trabajo.

c) El período marxista
Sin que se pueda decir que abandona las tesis más radicales del existencialismo, Sartre, a partir de los años 60 y hasta el final de su vida, orientará su actividad hacia el marxismo. No, ciertamente, hacia las formas más ortodoxas de marxismo, pero mostrará públicamente su interés hacia los países en los que el marxismo se constituyó en una forma de poder político, aunque sin escatimar las críticas, especialmente en aquellos aspectos en que un regimen totalitario choca con su concepción existencialista del ser humano como libertad. De esta época datan obras tan importantes como la «Crítica de la razón dialéctica», considerada por algunos como la declaración de su ruptura con el existencialismo, apreciación probablemente exagerada.

El existencialismo de Sartre
El existencialismo es un movimiento filosófico que se desarrolla a partir de 1927, con la publicación de «El ser y el tiempo», de Martín Heidegger, y que alcanzó su máximo esplendor en los años 40 del presente siglo, para decaer hacia la década de los 60. Su fundamental principio filosófico es el análisis de la existencia humana como punto de partida para cualquier ulterior reflexión sobre lo real. Como precursores de este movimiento hay que citar a Kierkegaard, quien influye poderosamente en el ambiente intelectual pre-existencialista, aportando numerosos temas de reflexión, y a Husserl, no tanto por el contenido de sus doctrinas como por el uso que harán algunos existencialista (como Heidegger) de su método fenomenológico. Como lugares comunes del existencialismo podemos reseñar los siguientes puntos:

a) Todas las filosofías de la existencia arrancan de una llamada «vivencia existencial», que es entendida de diversos modos por los existencialistas: como fragilidad del ser», como «marcha anticipada hacia la muerte», o como «repugnancia o náusea general».
b) Su tema principal de investigación es la existencia, entendida como ‘`un modo de ser particularmente humano». El ser humano es, pues, el único animal que tiene existencia, en ese preciso sentido.
c) La existencia es concebida como una actualidad absoluta, no como algo estático, de lo que se pueda decir que es, sino como algo que se crea a sí misma en libertad, que deviene, que es un proyecto. La existencia, por lo tanto, es algo que pertenece sólo a los seres que pueden vivir en libertad.
d) En consecuencia, el ser humano es pura subjetividad, es decir, puro despliegue de su capacidad creadora, de su capacidad de ser para sí mismo, de su propio hacerse, de su «existir «. El ser humano se crea libremente a sí mismo, es su libertad.
e) Pero pese a su subjetividad el ser humano no queda cerrado en si mismo, sino que se halla esencial e íntimamente vinculado al mundo y, en especial, a los demás seres humanos. En su real y efectivo hacerse, la existencia deviene «co–existencia».
f) La distinción entre sujeto y objeto, tal como es planteada por la metafísica tradicional, es también rechazada por los existencialistas, entre quienes prevalece la vivencia de la realidad sobre el conocimiento de la realidad. Y en esa vivencia la oposición sujeto/obieto queda anulada.
La realidad es vivida fundamentalmente mediante la angustia, es decir, por medio de aquello por lo que el ser humano se da cuenta de su finitud y de la fragilidad de su posición en el mundo. La angustia se presenta como el modo en que el ser humano accede al fondo último de la realidad. No olvidemos las condiciones históricas que acompañan el surgimiento del existencialismo: entre la primera y la segunda guerra mundial.

Entre los más destacados representantes del existencialismo podemos destacar a los alemanes Heidegger (que es indiferente al tema de Dios) y Karl Jaspers (que admite la trascendencia del ser humano después de la muerte) dentro de la corriente que se ha dado en el llamado existencialismo negativo, y en la que también se suele encuadrar al francés Sartre (existencialismo ateo declarado y consecuente); y el también francés Gabriel Marcel, como representante del existencialismo teológico o espiritualista.

La filosofía de la existencia se presenta como una filosofía pesimista, cuya conclusión es la de que la existencia humana carece de sentido, es un absurdo (el ser humano, como dice Sartre, es «una pasión inútil «),ya que no hay ninguna esencia, ninguna dirección fija en la que deba desarrollarse. Pero es a partir del reconocimiento de la existencia de donde, precisamente, al no haber ninguna esencia prefijada, al no ser el ser humano esto o aquello, sino pura libertad, como es posible re-construir el ser de esa existencia y, con ello, la realidad toda y el ser humano, como un fruto de su libertad.

Jean Paul Sartre fue el filósofo existencialista más comentado y el que alcanzó mayor notoriedad en los círculos culturales de la Europa de la primera mitad del siglo XX, incluidos los no existencialistas y los no estrictamente filosóficos. Esto se debe no sólo a su obra filosófica sino, y principalmente, a su amplia producción novelística y a sus piezas de teatro. Entre sus novelas figuran titulos tan conocidos como «El muro» o «La náusea»; y entre sus obras teatrales, «Las rnanos sucias», «La puta respetuosa’, etc.

La noción de existencia en el pensamiento de Sartre
La afirmación de que «la existencia precede a la esencia» es considerada como la característica fundamental del existencialismo. Ahora bien, la distinción entre esencia y existencia llega a la filosofía occidental de la mano de Tomás de Aquino, quien la había tomado de Avicena, y fue utilizada por él en el contexto de su teología para fundamentar la distinción entre los seres contingentes y el ser necesario, a fin de poder conciliar sus planteamientos aristotélicos con las exigencias de la revelación y los fundamentales dogmas del cristianismo. Según tal posición, Dios, el ser necesario, es el único ser en el que la esencia se identifica con la existencia, es decir, el único ser cuya esencia consiste en existir.

Todos los demás seres, sin embargo, poseen la existencia de un modo secundario, no forma parte de su esencia, por lo que son seres contingentes, que pueden existir o no existir. Fueron muchos los filósofos occidentales que consideraron tal distinción innecesaria, por cuanto la noción de existir no añade nada a la noción de la esencia de algo real, como en el caso de la posición adoptada por Kant, o por otras razones más o menos fundamentadas, rechazando así los planteamientos metafísicos del tomismo.

Según tal distinción entre la esencia y la existencia, la posición de la metafísica tradicional respecto a la relación Dios/seres humanos podría reducirse a una sencilla explicación del tipo: Dios piensa el ser humano (su esencia) y posteriormente lo crea, es decir, le da existencia a la esencia pensada, del mismo modo que un artesano piensa primero el objeto y luego lo construye según lo pensado. Ahora bien, ¿qué ocurre si suprimimos a Dios de esa relación? ¿cómo explicamos la existencia de los seres humanos, de la realidad?

Sartre al partir de la negación de la existencia de Dios, y no desde una posición agnóstica sino desde un ateísmo radical, (que no es ninguna novedad en la filosofía, por lo demás, y menos en la de finales del siglo XIX y principios del XX), formulará una explicación distinta de lo que debemos entender por existencia, y de lo que la existencia significa en el caso de los seres humanos. Suprimido Dios, el esquema tradicional carece de sentido. No hay una esencia eterna a la que un ser supremo dota de existencia. La existencia de los seres humanos no se puede ya reducir a la realización de una esencia pensada por Dios.

Los seres humanos «están ahí», existen como realidades que carecen de una esencia predefinida; y en ese «estar ahí», lo que sean dependerá exclusivamente de su modo de existir. Dado que ese existir no es algo «añadido» a una esencia predefinida, el existir de los seres humanos es anterior a lo que son en cuanto tales, su existir es anterior a su esencia. Y en la medida en que su ser esto o aquello depende de su propia realización como seres humanos, su hacerse, su existir, es un hacer libre. Los seres humanos no están sometidos a la necesidad de corresponderse a una esencia, por lo que la existencia debe ser asimilada a la contingencia, no a la necesidad. Los seres humanos son libres.

«Lo esencial es la contingencia», dice Sartre en La Náusea. «Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente; los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero jamás se les puede deducir. Hay quienes, creo, han comprendido esto. Aunque han intentado superar esta contingencia inventando un ser necesario y causa de sí. Ahora bien, ningún ser necesario puede explicar la existencia: la contingencia no es una máscara, una apariencia que se puede disipar; es lo absoluto y, en consecuencia, la perfecta gratuidad. Todo es gratuito, este jardín, esta ciudad y yo mismo».

El ser humano y la libertad en el pensamiento de Sartre
Distingue Sartre en el mundo dos tipos de realidades o entes, los que son «en-sí», y los que son «para-sí». Entre estos últimos se encuentran los seres humanos, en cuanto son conscientes de su propio ser, en cuanto existen, en el sentido anteriormente señalado. Los demás seres simplemente son. El ser humano, siendo consciente de su propio ser, y precisamente por ello, existe, ¿Cuál es, pues, el ser del ser humano, el ser del para-sí? E’l ser del ser humano es la nada, tomada en su sentido más literal.

¿Cómo llega Sartre a alcanzar esta respuesta? El análisis de la conducta humana, basado en cierto modo en la filosofía de Heidegger, le lleva a Sartre a descubrir en el ser humano la posibilidad que éste tiene, frente a los demás seres, de contestar con un no, es decir: le lleva a descubrir al ser humano como posibilidad de negar. La interrogación nos descubre un nuevo componente de lo real, la negatividad. Pero ¿dónde está el origen de esta nada? No puede originarse en el ser en-sí, puesto que la noción de ser en-sí no contiene en su estructura la nada: el ser en-.sí es pura positividad. La idea de la nada tiene que venir, en consecuencia, del otro único tipo de ser, del ser para-sí, única realidad que queda, excluido en ser en-sí. Dice Sartre:

Debe, por tanto, existir un ser – que no puede ser el para-sí – y que tenga como propiedad el níhilizar (negar) la nada, soportarla en su ser y construirla contínuamente de su existencia, un ser por el cual la nada venga a las cosas.
Pero, para ser el creador de la nada, el ser humano debe albergar en si mismo la nada: el ser del ser humano, en definitiva, es la nada. No hay que entender esta nada como si el ser humano en si mismo fuera absolutamente nada: en el ser humano hay un en-sí, es decir, su cuerpo, su «ego», sus costumbres… Pero lo específicamente humano es su no determinación, su libertad, su nada. Sartre nos dice, además, que el para-sí (el ser humano) se caracteriza por tres tendencias:

1) tendencia a la nada
2) tendencia al otro
3) tendencia al ser
La tendencia del ser humano a la nada se descubre en la conciencia y en la libertad. Esta no es una propiedad del ser humano sino que es su propia esencia. Con ello nos quiere decir que no es cierto que exista primero el ser humano y luego se diga de él que es libre, sino que no hay, estrictamente hablando, diferencia alguna entre el ser del ser humano y el ser libre del ser humano: el ser humano es su propia libertad.

De la identificación del ser del ser humano y su propia libertad se deducen dos consecuencias importantes para la concepción del ser humano en Sartre, En primer lugar, el ser humano, como tal, no posee naturaleza alguna predeterminada, no se identifica con una esencia determinada: su esencia es su libertad, es decir, la indeterminación, la ausencia de toda determinación trascendente. En segundo lugar, la existencia precede necesariamente a la esencia, hasta el punto de que la esencia del ser humano (del para-sí) es su propia existencia.

¿Cómo llegamos a la conciencia de la libertad? La libertad se revela en la angustia:En la angustia adquiere el ser humano conciencia de su libertad o, si se prefiere, la angustia es el modo de ser de la libertad como conciencia del ser. La angustia es la forma que tiene el ser humano de darse cuenta de lo que es, es decir, la forma de darse cuenta de que no es nada. El ser humano huye de la angustia y de este modo trata también de sustraerse de su libertad. Pero el ser humano no puede liberarse de la angustia, puesto que es su angustia, y por eso tampoco puede escapar de su libertad. El ser humano está, por ello, condenado a ser libre.

Textos y fragmentos
Fragmentos de obras de Sartre
El ser y la nada, cuarta parte. Cap. I, l (El ser humano y la libertad )
El ser y la nada, conclusión (Superación del realismo y del esencialismo)
Enlaces a sitios con textos íntegros de las obras de Sartre
Las obras de Sartre no son de dominio público.

Ejercicios
Frases y tests
1. Una frase de Sartre sobre su concepción de la libertad.
2. Una frase sobre la relación del «para-sí» y la alteridad.
Análisis, comentarios y juicios críticos.

1) Realiza un análisis de este fragmento del texto de Sartre sobre la libertad, en el que se destaque su estructura argumentativa.
2) Elabora un juicio crítico sobre la relación entre el «en-sí» y el «para-sí», tal como la plantea Sartre en el siguiente texto.

En torno a Sartre
Anécdotas sobre La Náusea, por Germán Uribe
Es interesante ver cómo Sartre relata su visita a la editorial Gallimard y los detalles para la consecución de la edición de su primer libro formal. Le escribía a su compañera Simone de Beauvoir en los siguientes términos:

«Entérate, pues, que desembarqué en la estación del norte a las tres menos veinte. Bost me esperaba. Tomamos un taxi y fui al hotel a buscar “Eróstrato”. De allí pasamos al Dôme, donde encontramos a Poupette, que corregía los otros dos relatos: “Destierro” y “El muro”. Los tres nos dedicamos a eso y a las cuatro en punto habíamos terminado. Dejé a Bost en el cafecito donde te esperé el día en que fuiste melancólicamente a buscar, a la NRF, el original rechazado. Entré gloriosamente. Siete tipos esperaban en el entrepiso, unos a Brice Parain, otros a Hirsch, otros a Seligmann. Di mi nombre y dije a una mujercita que manejaba teléfonos sobre una mesa que quería ver a Paulhan. Tomó uno de esos teléfonos y me anunció. Me dijeron que esperara cinco minutos. Vi pasar a Brice Parain, que me miró vagamente, sin parecer reconocerme. Me puse a leer “El muro” para distraerme y un poco para reconfortarme, porque “Destierro” me parecía muy malo. Apareció un hombrecito muy pulcro. Camisa deslumbrante, alfiler de corbata, saco negro, pantalón a rayas, polainas y el sombrero hongo un poco echado hacia atrás. Una cara rojiza con una gran nariz cortante y ojos duros. Era Jules Romains. Tranquilízate, no era un parecido. En primer lugar era más natural que se encontrara allí que en cualquier otro lado; luego, dio su nombre. Así. Al cabo de un rato, cuando todo el mundo me había olvidado, la mujercita del teléfono salió de su rincón y pidió fuego a uno de los cuatro tipos que quedaban. Ninguno tenía. Entonces se levantó y coquetamente, con impertinencia, dijo: ‘Bueno, hay aquí cuatro hombres ¿y ninguno tiene fuego?’. Levanté la cabeza, me miró y dijo vacilante: “Cinco”. Luego: “¿Qué está haciendo aquí?” “Vengo a ver a M. Parent, no, Paulhan”. “¡Bien, suba!”. Subí dos pisos y me encontré frente a un gran tipo bronceado con un bigote negro suave que va a pasar dulcemente al gris. El tipo estaba vestido de claro; era un poco gordo y me dio la impresión de ser brasileño. Era Paulhan. Me introdujo en su escritorio; habla con una voz distinguida, con una agudeza femenina que acaricia. Me senté con la punta de las nalgas en un sillón de cuero. Enseguida me dijo: “¿Qué es ese equívoco respecto a las cartas? No comprendo”. Yo dije: “El origen del equívoco viene de mí. Yo no había pensado aparecer en la revista”. El me dijo: “Era imposible. Primero, es demasiado largo, nos hubiera llevado seis meses y además el lector se hubiera desorientado al décimo folletín. Pero es admirable”. Siguieron varios epítetos laudatorios que imaginarás: “acento tan personal, etc.”. Yo me sentía muy incómodo, porque pensaba: “Después de esto mis relatos van a parecerle pobres”. Me dirás que poco importa el juicio de Paulhan. Pero, en la medida en que podía halagarme que encontrara Melancolía bien, me mortificaba que encontrara mis relatos pobres. Mientras tanto, él me decía. “¿Conoce a Kafka? A pesar de las diferencias, sólo puedo comparar eso con Kafka en la literatura moderna”. Se puso en pie, me dio un número de Mesure y me dijo: “Voy a entregar uno de sus relatos a Mesure y me reservo el otro para la NRF”. Yo dije: “Son un poco… eh… eh… libres. Toco puntos en cierto modo sexuales”. Sonrió con aire indulgente: “Para eso Mesure es muy estricto pero la NRF publica todo”. Entonces le dije que tenía otras dos. “Bien – dijo muy contento -, démelas, así podré elegir las que mejor vayan con el número de la revista, ¿no le parece?” Voy a llevarle la semana próxima las otras dos si mi correspondencia no me impide terminar “El cuarto”. Luego me dijo: “Su manuscrito está en manos de Brice Parain. No está del todo de acuerdo conmigo. Le encuentra pasajes opacos y largos. Pero no comparto su opinión: me parece que necesitan sombras para que resulten mejor los pasajes brillantes”. Yo estaba mortificado como una rata. Agregó: “Pero sin duda su libro será aceptado. Gallimard no puede dejar de aceptarlo. Además, voy a acompañarlo a ver a Parain”. Bajamos un piso y caí en el despacho de Parain, que se parece como dos gotas de agua a Constant Remy, pero él es más hirsuto: “Este es Sartre”. “Ya me parecía – dijo el otro cordialmente -, además, hay un sólo Sartre”. Y comenzó a tutearme inmediatamente; Paulhan nos dejó y Parain me hizo atravesar una sala de fumar y de tipos sentados en los sillones y me llevó a una terraza-jardín. Nos sentamos en sillones de madera pintados de blanco, ante una mesa de madera pintada, y empezó a hablarme de Melancolía. Es difícil contarte en detalle lo que dijo, pero grosso modo era esto: leyó las treinta primeras y pensó: este es un personaje presentado como los de Dostoyevski; tiene que continuar así y pasarle cosas extraordinarias, porque está fuera de lo social. Pero, a partir de la página treinta, lo decepcionaron e impacientaron cosas demasiado opacas, tipo popular. Le pareció demasiado larga la noche en el hotel (esa en que están las dos sirvientas), porque cualquier escritor moderno puede describir así una noche en el hotel. Demasiado largo también el bulevar Victor Noir, aunque le pareció estupendo lo de la mujer y el hombre que se insultan en el bulevar. No le gusta nada el autodidacto, que le parece a la vez demasiado opaco y demasiado caricaturesco. Al contrario, le gusta mucho la náusea, el espejo (cuando el tipo se mira en el espejo), la aventura, los sombrerazos y el diálogo de la gente simple en la cervecería. Se quedó ahí, no pudo leer el resto. Encuentra el género falso y piensa que se sentiría menos (el género diario), si yo no me hubiera preocupado por “soldar” las partes de lo fantástico con partes de populismo. Le gustaría que yo suprimiera en lo posible el populismo (la ciudad, lo opaco, las frases como: “Comí algo demasiado pesado en la cervecería Vezelise”. Y las soldaduras en general. Le gusta mucho M. de Rollebon. Le dije que, de todas maneras, no hay más soldaduras a partir del domingo (sólo quedan el miedo, el museo, el descubrimiento de la existencia, la conversación con el autodidacto, la contingencia, en fin). Me dijo: “Aquí tenemos la costumbre, si pensamos que se puede cambiar algo en el libro de un autor novel, de devolvérselo por su propio interés para que haga algunos retoques. Pero sé lo difícil que es rehacer un libro. Tú verás, y si no puedes, tomaremos una decisión sin necesidad de eso”. Era un poco protector “el mayor joven”. Como él tenía que hacer, me fui pero me invitó a tomar una copa con él cuando hubiera terminado su trabajo. Por lo tanto fui a hacerle una broma al chico Bost. Como había conservado por inadvertencia el manuscrito de Melancolía, entré en el café y arrojé el libro sobre la mesa sin una palabra. Me miró empalideciendo un poco y le dije: “Rechazado”, con un aire lamentable y falsamente desenvuelto. “¡No!, ¿Pero por qué?”. “Les parece opaco y aburrido”. Se quedó abrumado; luego le conté todo y se alegró muchísimo. Volví a plantarlo y me fui a beber con Brice Parain. Te ahorro la conversación que tuvimos en un cafecito de la calle Du Bac. B.P. es bastante inteligente, nada más. Es un tipo que piensa sobre el lenguaje como Paulhan: es asunto de ellos. Ya sabes, el viejo truco: no es sino la logomaquia porque nunca se agota el sentido de las palabras. Pero todo es dialéctica, etc. Quiere hacer una tesis sobre esto. Nos separamos. Me escribirá de aquí a una semana. Para las modificaciones de Melancolía, naturalmente te espero y decidiremos lo que hay que hacer…»»

La crítica, sin embargo, y pese a lo narrado por Sartre sobre su odisea con la editorial Gallimard, recibió con entusiasmo la aparición de esta novela, resaltando la presencia de un escritor al cual en adelante debería tenerse en cuenta. Paul Nizan escribía en el periódico Ce Soir el 16 de mayo de 1938: Sartre podría ser un Kafka francés si su pensamiento no fuera enteramente extraño a los problemas morales.

Fragmento tomado de «Anécdotas alrededor de La Náusea», por Germán Uribe, en la sección «Hablemos de Sartre», de su página «La esquina de Germán Uribe», desde la que podrás acceder también a su blog.

Compilado por: Ana Gonzalez  04/05/2016  03:42pm