Ambos conceptossoledad y silencio- son elementos fundamentales para el desarrollo el autoconocimiento.

Por soledad entendemos la “carencia voluntaria o involuntaria de compañía” (Real Academia Española (RAE), 2018), y por silencio la “abstención de hablar / falta de ruido” (Real Academia Española (RAE), 2018), pero también y especialmente, el diálogo interno.

Podemos decir que ambos son estados o disposiciones que se manifiestan en el individuo, pero con la diferencia de que para que el silencio pueda acontecer se necesita en un primer momento hallar al individuo en soledad.

Una vez que el individuo ya no se encuentra en compañía de alguien sino sólo consigo mismo es que se da el silencio, no como una disposición forzada por parte de él, sino de manera espontánea. El silencio a su vez implica el comienzo de un estado reflexivo e introspectivo que –como veremos más adelante- deja salir emociones y sentimientos como la angustia y la tristeza; la superación de estos sentimientos que provocan malestar supone el completo desenvolvimiento de nuestro ser.

Probablemente una de las preguntas más importantes que han surgido a lo largo de toda la historia de la humanidad es la pregunta por el hombre. Pero en este sentido cabe diferenciar entre dos tipos de preguntas que nos podemos hacer respecto a él: ¿Qué es el hombre? Y ¿Quién es el hombre?

A mi parecer, cada una responde a aspectos diferentes pero íntimamente entrelazados. Cuando nos preguntamos qué es el hombre, la respuesta tiene que versar sobre la naturaleza que le fue dada al hombre, es decir, como ser humano. Por otro lado, cuando la pregunta es sobre quién es el hombre, ésta va sobre la manera en que es asumida la naturaleza humana por un determinado individuo.

Sin duda ambas preguntas son muy difíciles de contestar. Han pasado siglos enteros de pensadores que han tratado de responder a estas preguntas, de Oriente a Occidente las respuestas han sido sumamente variadas y han sido respondidas desde diferentes perspectivas; pero sólo logran desentrañar una porción de ella. Todo esto al precio de desvincular al hombre con alguna otra parte de él. Por eso no es raro que Martin Buber exprese en ¿Qué es el hombre? : “Si la filosofía me puede prestar esta ayuda por medio de sus diversas disciplinas es, precisamente, gracias a que ninguna de éstas reflexiona ni puede reflexionar sobre la integridad del hombre” (Buber, 2018, p.19).

Dar una respuesta sobre el hombre es también afirmar algo acerca de cómo es que el hombre llega a conocerse a sí mismo. Hay algunos pensadores que creen que llegar al autoconocimiento es imposible, otros creen que no lo es pero sólo en cierta medida, etc.

El propósito del presente ensayo es exponer en un primer momento la filosofía de 2 filósofos occidentales: Martin Buber y Friedrich Nietzsche. En estos pensadores se trabajarán los dos conceptos fundamentales del ensayo; la soledad y el silencio como elementos imprescindibles para llegar al autoconocimiento. Tomando como base la filosofía de Buber, se hará una propuesta a su pensamiento tomando un elemento fundamental en la filosofía nietzscheana: el amor fati. Dado que la filosofía de Buber respecto al hombre parte del sujeto que se encuentra en soledad, se tomará a éste como aspecto central para poder ofrecer una respuesta.

Una vez expuesto el pensamiento de estos filósofos, se pasará a analizar ciertos fragmentos tomados de El Divino Narciso, de Sor Juana Inés de la Cruz, auto sacramental escrito en 1689. La razón por la cual se analiza esta obra es debido a que dentro de ella podemos encontrar muy bien representado aquello que pasa cuando el individuo se asume en soledad y silencio así como el papel que juegan las distintas emociones que van emergiendo. El uso de la literatura siempre viene a alimentar y a enriquecer la reflexión, y es una manera de aterrizar aquello que nos es difícil comprender.

Desarrollo
En su libro ¿Qué es el hombre?, Martin Buber explica que para poder tener una visión completa del hombre necesitamos situarlo correctamente en la naturaleza; esto puede lograrse si lo comparamos con los demás seres y con las demás cosas y a su vez desciframos el tipo de relaciones que establece con cada uno de ellos. El hombre ya no debe verse como un objeto a estudiar, sino como el hombre que se piensa a sí mismo. Que se sabe finito, y ante esa finitud también se reconoce como frágil y vulnerable. “Que transita por el estrecho sendero que lleva del nacimiento a la muerte; prueba lo que nadie que no sea él puede probar: la lucha con el destino, la rebelión y la reconciliación, y en ocasiones, cuando se junta por elección con otro ser humano, llega hasta experimentar en su propia sangre lo que pasa por los adentros del otro” (Buber, 2018, pp.20-21).La búsqueda por una respuesta no debe reducirse a la multiplicidad de relaciones que el hombre posea, sino también debe centrar su atención en la manera en la que es asumida la naturaleza humana desde lo más particular a lo más general. Para que una autoconciencia pueda ser legítima necesita estar fundada en estos aspectos.

El esfuerzo del ser humano por tratar de entenderse a sí mismo –en un primer momento a nivel histórico y luego personal- se puede resumir en dos métodos que pueden visualizarse a lo largo de la historia de la humanidad: el individualista y el colectivista. En una concepción individualista el hombre se asume como individuo de una manera tan radical que lucha por la exaltación de su “separatidad”[1]. Podríamos decir que durante esta etapa el hombre se siente como un ser arrojado al mundo, un ser abandonado que aún no encuentra un lugar en el mundo más que asumiéndose desde su propia individualidad y soledad. Sin embargo la soledad lo hace sumirse en un estado de profunda angustia y desesperación. Para poder lidiar con dicho estado hace uso de la imaginación que le provee una especie de refugio contra lo que le provoca el darse cuenta de su soledad. Cabe recalcar que el no poder lidiar con dicho estado supone una desviación, como resultado de ésta surge la imaginación y una segunda etapa: la colectividad.

En la colectividad el hombre pierde su individualidad y pasa a sumergirse en un grupo, con lo cual también pierde parte de sí mismo. Es cierto que ya no vive en un constante estado de angustia, pero esto se debe a su alienación y no ya a una vivaz conciencia. Ya no tiene que preocuparse por sus decisiones puesto que ya no es él quien decide, ha dejado en manos de una “masa” todo lo concerniente a su vida. Cree haberse librado de la desesperación pero en realidad sólo se engaña, vive en un estado de ilusión.

En ambas concepciones el hombre se ha visto desviado; en el individualismo la imaginación surge como producto de tal desviación y en la colectividad es la ilusión. Buber propone como solución dejar aquellos estados puesto que no han funcionado como nosotros quisiéramos, y pasar a ver al hombre desde una relación hombre-hombre.

La propuesta que me gustaría plantear frente a este problema no deja de lado ambas concepciones; a saber, la individualista y la colectivista. Desde mi punto de vista me parece demasiado precipitado descartar de una manera tan inmediata ambas concepciones, y es que no es que no tengan nada que ofrecernos, simplemente que no sabemos asumir adecuadamente cada una de ellas. El problema radica no es sus fundamentaciones y planteamientos, sino en el mismo hombre. El hombre como incapaz de superar el estado de angustia y desesperación que supone en un primer momento el individualismo asumido desde la soledad. La superación de tal estado resultará también benéfica para el colectivismo. Es aquí donde creo que Nietzsche puede darnos un elemento clave para la superación de la desesperación: el amor fati. Amor al destino; no sólo soportarlo necesario, ni siquiera disimularlo… sino amarlo. No querer que nada sea diferente, amar y aferrarse a la vida con toda la multiplicidad de sensaciones que ésta implica; pensar el instante y la existencia como eternos.

La eterna repetición del sufrimiento sería tal vez uno de los aspectos más angustiantes del eterno retorno. El dolor es uno de los sentimientos que más se ha calificado de negativo, generación tras generación.

Amar la vida no sólo implica aceptarla con todos aquellos instantes de felicidad y placer. Serle fiel a la propia existencia implica amarla profunda y absolutamente. Y esto también incluye al sufrimiento.

En La Gaya Ciencia, nos expone la necesidad de este sentimiento. El dolor engendra pensamiento, engendra filosofías, uno ya no regresa igual de este tiempo de padecimiento; nos volvemos más críticos, más exigentes con nosotros mismos y frente a los demás. Especialmente los filósofos son aquellos que se tienen que mover constantemente entre esta irradie sentimental. Ahí donde hay un abismo, hay también un filósofo. El dolor nos permite ponernos a prueba a nosotros mismos; la vida misma pasa a ser problemática. Y con esto, Nietzsche no quiere decir que ya no exista un amor a la vida, o que nos convirtamos en seres fatídicos y sombríos; hay un amor a la vida, existe un amor a la vida… sólo que se aprende a amar de otra manera.

“Tengo dudas de que un dolor así mejore; pero sé que nos profundiza”. Sólo mediante este dolor prolongado, con aquél que sentimos que nos quemamos como con leña verde, es el que nos permite una mirada contemplativa hacia el existir. Ahora bien, este sentimiento que se genera gracias a la autoconciencia del existir, a la reflexión sobre uno mismo; sólo se da cuando el individuo tiene toda la amplitud de su tiempo. Este proceso necesariamente se da en soledad cuando se puede pensar con completa libertad y nuestro estado mental permanece en silencio y contemplando nuestra existencia.

El gran problema del hombre radica no en que no quiera conocerse a sí mismo, sino en lo que implica este conocerse. Como ya se había explicado en Buber, esta primera etapa individualista se da precisamente porque el hombre se halla solo, y es en soledad que el peso de su existencia cae sobre él. Es en soledad cuando empieza a reflexionar sobre sí mismo y sobre el mundo, y no puede evitar darse cuenta de lo mucho que está fuera de su alcance. Sabe que no puede evitar no morir, que puede verse dañado por otros, que es sumamente frágil con respecto a la naturaleza, y que el hecho de que se esfuerce ardua y constantemente para lograr sus metas ni siquiera garantiza que pueda lograrlas ya que depende de muchos factores que, nuevamente, están fuera de su alcance. Incluso se sabe él mismo como cambiante; en pocas palabras, hay pocas cosas –si no es que más bien, ninguna- a las que puede sostenerse. Se puede entender muy bien de dónde deriva la angustia y desesperación.

Debido a nuestra naturaleza humana, tratar de evitar estos sentimientos puede llegar a ser abrumador ya que es imposible. Es por eso que considero que la mejor postura que podemos tomar ante esto es la nietzscheana. Es decir, aceptar todas aquellas cosas que no podemos cambiar, pero especialmente los estados que se derivan de ellas como parte de nuestra propia naturaleza. Aceptar la angustia, la desesperación y todos aquellos sentimientos que podríamos definir como positivos o negativos es no sólo lo que nos va a permitir persistir para llegar al autoconocimiento, sino que también nos va a permitir afirmar nuestra naturaleza. Por aceptar no me refiero a tolerar que vayan a surgir siempre en nuestras vidas y por lo tanto soportarlos; sino que en la medida en que van surgiendo reconocerlos como parte de nosotros mismos y no verlos como una carga, sino como algo a lo que hay que sacarle el mayor provecho.

Ver de esta manera nuestras afecciones nos permitirá conocer los alcances últimos de la etapa individualista y colectivista, ya no podrá frenarnos el miedo a experimentar algo que sabemos que no hay manera de evitar.

Una vez que el individuo supera aquellos sentimientos que implica la soledad, puede empezar un nuevo proceso en donde pueda volver a experimentar el individualismo y el colectivismo pero ahora, revitalizado. De esta manera, en el individualismo asumirá que es un ser que viene solo al mundo pero esto ya no será fuente de angustia, sino de búsqueda.

El colectivismo es la última barrera que ha puesto el hombre para encontrarse consigo mismo. Una vez que el hombre vuelve a esta etapa y en su nueva condición revitalizada, ya no hay manera de que pueda perderse en la colectividad. Esta fase no tiene que significar la pérdida de mi individualidad; sino el punto de encuentro conmigo mismo y con otro.

Amabas etapas sirven a modo de preparación para que el hombre, una vez superándolas, pueda pasar finalmente a su autoconocimiento. La esencia fundamental de la existencia no consiste en el individuo como tal ni cuando se halla inmerso en la colectividad, ambas etapas se dan por el hecho mismo de la existencia, pero ciertamente no constituyen la entera realización del individuo.

La esencia fundamental de su existencia consiste en el encuentro del hombre con el hombre. Es la búsqueda de un ser que busca a otro ser para comunicar una esfera común que sucede entre ellos. Este encuentro no es algo que acontece en torno a dos individuos que coinciden, tampoco es algo en lo que ellos se vean abarcados. Este entre supone una dimensión oculta para el resto de individuos, pero no para aquellos individuos en los que su existencia coincide –aunque sea de manera momentánea y sutil- en una experiencia compartida a la que sólo ellos tienen acceso. Esta experiencia puede ser profunda y duradera, como aquella complicidad que se halla entre dos amigos, o ante una conversación espontánea con una persona a la que apreciamos. Pero también puede darse como un hecho casi imperceptible que apenas asoma a la conciencia; como en el instante en que dos miradas desconocidas coinciden. La importancia de estos encuentros no radica en la profundidad o duración, sino en el reflejo de uno y otro que da paso a saberse como una dualidad dinámica. Sólo en esta medida, y por medio de un otro, el hombre puede conocerse a sí mismo.

El Divino Narciso es una obra escrita por Sor Juana Inés de la Cruz que representa de una manera hábil y extraordinariamente bella, todo aquello que ocurre en el proceso por el que pasa el hombre cuando se sume en un estado de soledad.

Relata el mito de Narciso, un joven que al verse reflejado en un lago se enamora de sí mismo y muere ahogado. Sin embargo la obra en sí contiene numerosas variantes ya que de manera muy hábil, Sor Juana logra combinar ciertos elementos míticos y religiosos mediante la inclusión de diferentes personajes bíblicos e incluso –y esto es lo que más sobresale y resulta interesante- encaminar al lector a considerar a Narciso como Cristo, el Hijo de Dios.

Los protagonistas son el Divino Narciso que obedece a la figura mitológica, hijo del río Cefiso y la ninfa Liríope; un joven muy bello. La Naturaleza Humana es también protagonista, busca constantemente a Narciso para que sea redimida de todas sus faltas.

También encontramos personajes como Eco – personaje antagonista y parecido al demonio- sus pastores; Amor Propio y Soberbia.

Sinagoga, Gentilidad y Gracia también desempeñan papeles fundamentales en relación con la Naturaleza Humana.

Debido al propósito de este ensayo sólo tomaremos algunos fragmentos que nos resultan útiles para explicar mejor el proceso que se da para alcanzar el autoconocimiento y no toda la obra en sí, esto debido a que para eso se necesitaría un análisis mucho más profundo de algunos elementos que no se relacionan directamente con el tema y caeríamos en lo superficial al tratar de abarcarlo todo. Sin embargo es necesario recalcar la genialidad de Sor Juana reflejada en esta magnífica obra, sin duda el lector puede darse cuenta del gran manejo del lenguaje que tiene, así como de su amplio conocimiento mitológico y religioso que le permite adaptar cada cosa perfectamente a lo que quiere transmitir.

La narración empieza con los cantos y alabanzas de Sinagoga a Dios y los cantos de Gentilidad a Narciso. En ese momento entra Naturaleza Humana y les pide que junten sus cantos y narra que espera encontrarse pronto con Narciso para que sus culpas puedan ser redimidas. Al hablar de sus culpas -que las describe como aguas- dice:

[…] Repite David que su Dios, que le socorre, le libró de muchas aguas; y que los intercesores llegan en tiempo oportuno, pero que no en los furores del diluvio de las aguas.

(De la Cruz, 2000, p.13).
En este fragmento podemos observar como Naturaleza Humana, refiriéndose a Sinagoga y Gentilidad como sus intercesores para que pueda ser escuchada y redimida; narra a su vez que el rey David se vio en la misma situación numerosas veces y que contó que en tiempos turbulentos Dios intervino y calmó la furia de sus aguas (de sus culpas); Dios llega, pero no en medio de la agitación. Es cierto que el presente ensayo no tiene como trasfondo algún tinte religioso, pero es importante y resulta interesante cómo podemos encontrar numerosos pasajes bíblicos en los que cuando alguna persona está pasando por algún momento difícil y pide ser escuchado por Dios, o que Dios le encomienda realizar algo pero para eso tiene que pasar por complicaciones y pareciera que en el momento en que se dan, Dios desaparece. Y digo que “pareciera” desaparecer porque en realidad no lo hace. Mediante el discurso bíblico y el estudio de numerosos expertos sabemos que la razón por la que Dios muchas veces se manifiesta después de la turbulencia es por poner a prueba a los hombres. Incluso los evangelistas lo saben y lo mencionan. La historia en la que Dios le ordena a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac es un ejemplo de esto. La Biblia está llena de numerosas historias como esta, la Pasión de Cristo también es un claro ejemplo, así como mucho de lo que vivió. Es decir, Dios no obra así por crueldad -que es normalmente como se ha interpretado- sino por probar la fortaleza de los hombres, no sólo para Él, sino también para que aquellos a los que se les fue encomendado algo se percaten de su propia fortaleza. Y justamente muchos de estos personajes bíblicos pasan estos momentos difíciles en soledad.

Algunas horas antes de ser traicionado por Judas, Cristo sabía lo que iba a pasar, entonces fue a orar al Huerto de Getsemaní y la Biblia cuenta que lo hacía con una gran angustia en su corazón.

Dentro de la obra de Sor Juana, Narciso se marcha al desierto durante 40 días sin alimento alguno, Eco se entera de esto y decide ir a tentarlo ya que hacía días que no comía y probablemente estaba cansado. Aquí podemos observar claramente como Sor Juana hace alusión a Cristo, ya que el pasó de igual manera 40 días en el desierto y también fue tentado en numerosas ocasiones por Satanás. Esto es quizá lo que mejor explica el estar en soledad. Es un proceso sumamente largo, arduo, y dolorosamente cansado. Al estar en soledad y reflexionar sobre nosotros mismos y sobre el mundo, nos percatamos de lo difícil que resulta la existencia en numerosas ocasiones. Es ahí donde empiezan a surgir miedo, angustia y desesperación. También nos vemos tentados a caer en muchas vías fáciles; vías únicamente para soportar la existencia, mas no vivirla. Sin duda esto último requiere de gran valor, y la fortaleza misma reside también dentro de este proceso; pero hay que aguantar la turbulencia para poder hallarla.

Hacia el Cuadro IV de la obra, Narciso llega a la fuente después de los 40 días y mira su reflejo; en el instante queda extasiado. En este fragmento podemos encontrar una analogía respecto al hombre con el hombre del que habla Buber. El hombre que se ve reflejado en otro y mediante el cual se conoce a sí mismo, rompe necesariamente con la idea que hasta entonces habíamos tenido de nosotros mismos. Esto es lo que supone un encuentro con la otredad: la deconstrucción de la imagen que se tenía de uno mismo. El encuentro con el otro viene a ser fundamental ya que en él nos reconocemos y reflejamos; es cuando percibimos que aquella manera en la que antes nos concebíamos estaba incompleta. Como consecuencia de ello se da un renacimiento. De la misma manera que en Narciso vuelve a la vida, y en que Cristo resucita después de su crucifixión.

Conclusión
A lo largo de los siglos, el hombre ha buscado conocerse a sí mismo. En su búsqueda ha tenido que pasar a a través de dos etapas: el individualismo y el colectivismo. Sin embargo, debido a su incapacidad para poder lidiar con los estados de angustia derivados de ambas etapas, su intento por conocerse ha fallado. El problema radica en el hombre mismo y por lo tanto la solución implicará necesariamente un cambio en él.

La propuesta del amor fati en Nietzsche viene a ser un cambio de perspectiva en cuanto a nuestros estados emocionales. Si implementamos esta visión en nuestras vidas podremos empezar a vivir con mayor lucidez y aceptación nuestra esencia humana. Nietzsche nos invita a afirmar nuestra existencia, y todo lo que ella implica. Aceptar que dada nuestra propia naturaleza difícilmente podremos evitar sentirnos abrumados. Con esta nueva perspectiva es que el hombre va a poder acercarse hacia su desenvolvimiento.

La soledad y el silencio son absolutamente necesarios en este proceso y suponen una primera parte para la génesis del autoconocimiento. Necesitan ser apreciadas y valoradas, ya que en ellas y no en otro lugar es en dónde encontramos nuestra propia fortaleza. Su superación causa el encuentro espontáneo entre un hombre-hombre. Y es ahí en donde se halla la esencia fundamental de su existencia.

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