No es en sí una escuela filosófica sino una corriente de pensamiento que ha hallado su expresión en autores de diversas épocas. Y en algunos casos paradojaes o contradictorias.

Se opone, básicamente, al colectivismo, en el sentido de que considera al individuo, y no a la sociedad, como fundamento de las leyes y de las relaciones morales y políticas. El individualismo, en economía, reconoce el valor y la legitimidad de la propiedad privada, aboga por un sistema competitivo de libre mercado y recusa la idea de que la sociedad pueda desarrollarse adecuadamente mediante un control político o un plan económico deliberado.

Se opone por lo tanto a toda clase de dirigismo estatal o de planificación central y afirma, con Adam Smith, que el interés social se sirve mejor si cada individuo persigue su interés individual.

El individualismo, como término del lenguaje corriente, es muchas veces un sinónimo de egoísmo despiadado o de aislamiento con respecto al grupo. No es ese, sin embargo, el contenido que asume para la ciencia económica: se entiende en ésta que el individuo, limitado naturalmente por un marco normativo adecuado, puede y debe perseguir libremente sus intereses y que, al hacerlo, desplegará su iniciativa y su creatividad, procurando maximizar sus beneficios.

Para que esto ocurra, sin embargo, deberá producir algún bien o servicio que los demás valoren, de modo tal que encontrará su retribución económica sólo si ajusta sus acciones a los deseos de los otros individuos. Esta relación entre personas independientes, pero intensamente relacionadas entre sí, constituye el verdadero fundamento del mercado, entendido como marco donde se producen los intercambios entre los diferentes individuos de una sociedad.

La concepción anterior se complementa, desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, con el llamado individualismo metodológico. Implícito en el trabajo de Adam Smith y los clásicos, desarrollado luego por la Escuela Austríaca y aceptado también por sociólogos como Max Weber, el individualismo metodológico supone que no existen en propiedad decisiones colectivas o institucionales, puesto que los entes colectivos no tienen deseos, intereses o voluntad como las personas individuales.

Toda decisión económica, como escogencia entre alternativas, es entonces tomada en última instancia por algún individuo, por más que éste represente o pretenda representar los intereses de un grupo o colectividad. Este punto, fundamental para todas las ciencias sociales, se opone a la concepción marxiana de la acción social -que supone la existencia de actores colectivos como, por ejemplo, las clases sociales- y ha cobrado mayor importancia en desarrollos recientes que, como la Escuela del Public Choice, intentan aplicar la metodología de la ciencia económica a las decisiones políticas.

Compilado por Fabián Sorrentino. Viernes, 21 de marzo de 2008, 15:19