En el diccionario José Ferrater Mora desarrollan el término de la siguiente manera:
Examinaremos dos sentidos de estas nociones: (I) el sentido lógico , gnoseológico (y en parte psicológico) , que muchas veces están entremezclados , y (II) el sentido ético.

I. Sentido lógico, gnoseológico (y en parte psicológico). El vocablo ‘intención’ intentio, expresa la acción y efecto de tender —tendere— hacia algo — aliquid tendere. Así lo encontramos en Santo Tomás, S. Theol., la Ila, q. XII, a 1, si bien hay que tener en cuenta que el mismo autor subraya a veces que se trata de un vocablo equívoco (De potentia, V, 1). Cuando se toma en sentido lógico en el sentido de la llamada «lógica material» escolástica—, gnoseológico y (en parte) psicológico, designa el hecho de que ningún conocimiento actual es posible si no hay una «intención». La intención es entonces el acto del entendimiento dirigido al conocimiento de un objeto. Pero como en este acto pueden distinguirse varios elementos por parte del sujeto como por parte del objeto, la significación de ‘intención ‘ resulta algo ambigua. Es lo que ya reconoció, junto con Santo Tomás, San Buenaventura al escribir en In lib. Π Sent., d. 38, a 2, q. 2 ad 2, lo siguiente: «La intención significa a veces la potencia que tiende a algo; a veces, la condición según la cual tiende o intenta; a veces, el acto de tender a; a veces, la cosa misma a la cual tiende. Y aunque es cierto que el nombre ‘intención’ se refiere al acto mismo, a veces manifiesta las otras acepciones. Cuando se dice que la intención n es el ojo, la intención es una potencia. Cuando se dice que es luz, se considera como una condición dirigente. Cuando se dice que es el propio fin, se toma en el sentido de aquello hacia lo cual se tiende. Y cuando se dice que cierta intención es recta y otra oblicua, se considera la intención como el acto.» Ahora bien, cada vez se impuso más en la escolástica el sentid o de ‘intención ‘ como un modo particular de atención (o modo de ser del acto cognoscente) sobre la realidad conocida. De ahí la división (que trata Santo Tomás en S. theol, I, q. Lili ) de los conceptos en conceptos de primeras intenciones y conceptos de segundas intenciones. Se trata primariamente de actos. Pero como estos actos se refieren a conceptos , la división en cuestión termina por ser de naturaleza lógica. Algunos autores árabes habían ya sentado la tesis del ser intencional como realidad presente en la mente. La mente es atencional, en cuanto tiende a las cosas y las cosas son intencionales en cuanto tienden al ser. Así ocurre con Avicena (Cfr. M.Cruz Hernández, La metafísica de Avicena, 1949, págs. 57-67) , el cual distingue entre intenciones sensibles , intenciones no sensibles e intenciones inteligibles .

Esa tesis y estas distinciones desempeñaron un papel fundamenta l en los escolástico s d e los siglos xr a y xrv. En particular durante el último citado siglo —en el cual predominó , por lo menos a este respecto, la averiguación lógica sobre la gnoseológica— fue usual estudiar las primeras intenciones como términos que se refieren a los objetos reales, y las segundas intenciones como términos que se refieren a los objetos lógicos. Ambas clases de intenciones constituyen una subdivisión en los términos de primera imposición . No se trata, como han precisado luego los escolásticos, de una división del objeto o del concepto, sino de una división del concepto por razón del objeto. Así, las primeras intenciones son términos como ‘árbol’, ‘estrella’ y, en general, clases. Las segundas intenciones son términos como ‘clase’. Las escolásticos consideraban como segundas intenciones sobre todo términos como ‘identidad’ ,’alteridad’ , ‘coexistencia’ , ‘incomposibilidad’. Pero los términos en cuestión son más abundantes. La lógica es definida a veces como la ciencia de las segundas intenciones aplicadas a las primeras intenciones, pues la lógica estudia los objetos según el estado en el cual son recibidos por el intelecto. De ahí que la lógica se refiera, según la mayor parte de los escolásticos, a objetos formales, pero con fundamento en la realidad. Se ha sugerido a veces que la doctrina escolástica de las intenciones es análoga a la teoría contemporánea de los tipos (véase TIPO). Algunos autores (como Church) han observado que hay entre ambas una diferencia importante: en la doctrina escolástica no hay jerarquía ascendente infinita y ni siquiera términos de tercera intención. La observación es correcta en su primera parte; en cuanto a la segunda se ha hecho notar que los trascendentales por lo menos pueden ser considerados como términos de tercera intención.

El entrelazamiento entre el sentido gnoseológico y el sentido lógico del vocablo ‘intención ‘ se debe casi siempre a que, como precisó Juan de Santo Tomás, la intención es entendida a la vez como un acto y como un concepto del intelecto (Cfr.Cursus philosophions, I, q. 2, art. 2). Pero así como en los anteriores párrafos el sentido lógico resultaba predominante, en otras ocasiones observamos el predominio del sentido gnoseológico. Ocurre esto, por ejemplo,cuando Santo Tomás usa el término ‘intencional ‘ al referirse a las formas intencionales o especies intencionales. Estas formas resultan también del estudio de la relación entre el sujeto cognoscente y el objeto conocido. Como el sujeto se convierte en objeto sin dejar de ser sujeto, es necesario para explicar su presencia en él introducir la noción de especie intencional, que determina la llamada existencia intencional e intentionales o esse naturae (S. theol., I, q. LVI, 2 ad 3; q. LVII, 1 ad 2; In Lib I Sent., d 33, q. 1 a 1 ad 3 et alia). Como hemos visto con más detalle en otro lugar (véase ESPECIE), se trata de una forma cognoscitiva, no ontológica, de un «medio» por el cual se llega al conocimiento. Pero como el objeto adquiere así una nueva forma de presentación, se puede hablar análogamente de que tiene una nueva manera de ser y, por lo tanto, de que algo ontológico se inserta en la relación gnoseológica. Según Santo Tomás, sólo cuando la forma tiene un modo intencional de existencia, el objeto (como objeto de conocimiento) está presente en el sujeto.

Las significaciones de ‘intención’ ß ‘intencional ‘ (lo mismo que de ‘intencionalidad’) no quedan agotadas con las antes apuntadas. Los escolásticos usaron ‘intención’ en otras acepciones, aun cuando todas ellas tuvieran su raíz en la idea del tender a que implica un sujeto que tiende a y un objeto hacia el cual se tiende. Así ocurre con la noción de intentio intelectiva (traducida por X. Zubiri por medio de la expresión ‘intención entendida’) usada por Suárez en la Diputación segunda, de acuerdo con usos escolásticos anteriores, especialmente de autores que siguieron a Averroes.

La intención entendida es el objeto acerca del cual versa la concepción formal en el sentido de Suárez, concepción a la que nos hemos referido en Concepto y Forma . Franz Brentano recogió la significación escolástica de intentio que había sido crecientemente olvidada durante la época moderna, aun cuando no tan totalmente como a veces se supone, pues aparte la tradición propiamente escolástica todavía en el siglo xvi i la noción de intención desempeñaba un papel fundamental en varias filosofías. Husserl ha observado al respecto que el cogito cartesiano es intencional y que cada co gt’to tiene su cogitatum (Die Krisis, etc., I § 20; Husserliana, VI, 84). Y Scheler había reparado en que a comienzos de la época moderna estaba muy arraigada la doctrina de la intencionalidad de los sentimientos a que nos hemos referido en Emoción y Sentimiento . Ahora bien, es lo cierto que tras un período de ocaso Brentano hizo de la noción de intencionalidad un concepto central de su psicología. Según Brentano, los actos psíquicos poseen —a diferencia de los fenómenos físicos— una intencionalidad, es decir, se refieren a un objeto o lo mientan. «Todo fenómeno psíquico escribe Brentano— está caracterizado por lo que los escolásticos de la Edad Media han llamado la inexistencia intencional (o mental) de un objeto, y que nosotros llamaríamos, si bien con expresiones no enteramente inequívocas, la referencia a un contenido, la dirección hacia un objeto (por el cual no hay que entender aquí una realidad) o la objetividad inmanente» (Psicología, II, 1. trad. J. Gaos). La inexistencia en el sentido de una in existentia o «existencia en algo», es, pues, como declara el propio Brentano siguiendo la terminología escolástica, un «estar objetivamente en algo», donde Objetivamente’ ha de entenderse en el sentido de objeto (v. ) como contenido de un acto de representación.

En la concepción brentaniana de la intencionalidad por lo menos tal como está presentada en la Psicología desde el punto de vista empírico o importante es la inmanencia del objeto en la conciencia más bien que la dirección de la conciencia hacia el objeto. Brentano llegó a desinteresar se de la citada inmanencia del objeto para ocuparse más de la mencionada»dirección de la conciencia hacia el objeto», pero en ningún momento abandonó su propósito capital, que era distinguir pulcramente entre los fenómenos físicos y los fenómenos psíquicos. En cambio, Husserl, que recogió de Brentano la idea de intencionalidad, se interesó más por el elemento de la dirección, estudiando lo que llamó «intenciones» más bien que la naturaleza de los objetos intencionales. Además, la doctrina husserliana de la intencionalidad tenía un alcance mayor que el que había motivado a Brentano, pues constituyó una de las que en toda experiencia del yo pueda descubrirse tal «direccionalidad». La intencionalida d pued e «ocultarse» .Por lo demás, hay campos potenciales de percepción que se convierten en intencionales.

Debe tenerse presente que hay en Husserl no sólo diversos conceptos de ‘intención’, sino la idea de que hay varias formas de intención. Así, no es lo mismo la intencionalidad de la «mera representación» que la del juicio, de la suposición (o supuesto), de la duda, del deseo, etc. Hay intenciones teóricas e intenciones volitivas, etc. Además, mientras en las Investigaciones Husserl tendía a destacar el carácter objetivante y relacionante de los actos intencionales, en obras posteriores destacó su carácter «constitutivo». Según el mismo, las intenciones son «cumplimiento» de actos intencionales. Con ello se llega a la idea de que los objetos intencionales se constituyen mediante actos intencionales.

En suma, no obstante la indudable deuda de Husserl a Brentano en este respecto, el primero modificó la noción de intención en proporción considerable. A las características apuntadas antes de la noción husserliana de intención agregamos que para Husserl no todas las vivencias son necesariamente intencionales; hay vivencias puramente «sensibles» y, por ello, «ciegas»; son los «contenidos sensibles» o «contenidos hiléticos» (véase HILÉTICO). Además, las vivencias propiamente intencionales se distinguen según las maneras de «posición»(Setzung). Puede entenderse tal «posición» en sentido estricto y en sentido lato. En sentido estricto tenemos actos «efectivamente objetivantes» (o»actos doxales»). En sentido lato tenemos actos «emocionales» (en cuanto «tesis» y «posiciones» (Cfr. Ideen, I, 5 117; Husserliana, III, 288).Cuando se unen, en cualquiera de los dos sentidos indicados, la «materia intencional» y la «posición», tenemos la esencia intencional propiamente dicha.

La noción de intención ha sido asimismo objeto de estudio por parte de varios pensadores «analíticos» y «lingüísticos». Así sucede con Stuart Hampshire. En su libro Thought and Action (1959), Stuart Hampshire reconoce que la noción que nos ocupa es una de las más complejas: «la noción de la voluntad, de la acción, de la relación entre el pensamiento y la acción, la relación entre el espíritu de una persona y su cuerpo, la diferencia entre obedecer una convenció n o una norma y poseer meramente un hábitotodos estos problemas concurren en la noción de intención» (op. cit., pág. 96). Aunque el lenguaje —especialmente por medio de términos tales como ‘ensayar’, ‘tratar de’, ‘pensar en’ y otros análogos— nos proporciona indicios muy útiles para desentrañar los diversos significados de ‘intención’, un examen exclusivamente lingüístico no parece, sin embargo, suficiente. En efecto, una de las características de la noción de intención es que «en cualquier uso del lenguaje con vistas a la comunicación oral o escrita, hay una intención tras las palabras efectivamente usadas, es decir, lo que pretendo decir, o que se me entienda que digo, por medio de las palabras empleadas» (op. cit., pág. 135). Según G. E. M. Anscombe (Intention, 1957), las intenciones son actos no observados. Respecto a tales actos puede formularse la pregunta «¿Por qué?», pero sin que la respuesta a tal pregunta indique nada de naturaleza causal. G. E. M. Anscombe habla de tres modos de entender la noción de intención: como expresión de intención respecto a un futuro («Voy a hacer esto o aquello»); como acción intencional (como cuando se hace algo y se pregunta con qué intención se hizo), y como intención en el actuar. II. Sentido ético. También en esta esfera ha sido usado el vocablo ‘intención’ principalmente por los escolásticos a base del sentido primario del tender hacia otra cosa: inaliudtendere.

La cosa hacia la cual aquí se tiende no es, empero, el objeto de conocimiento, sino un fin (moral). Por eso la intención en este sentido es una intentio finís procedente del acto de la voluntad, guiado por el entendimiento, el cual investiga los medios que conducen al fin. La intención ocupa un lugar importante en la serie de las actiones voluntatis.

El entendimiento juzga; la voluntad se determina mediante una intención.Otros actos de la voluntad paralelos son la elección y la fruición (fruitio). Los escolásticos distinguían también entre la intención inmediata y la mediata, la indirecta y la directa. Ya desde Gregorio I (540-609) —el cual fue, según Ziegler, el primero en usar el término en el sentido presente— ‘intención’ significaba una acción desde el punto de vista del agente como ser dotado de voluntad, así como en la lógica material y en la epistemología designaba una acción desde el punto de vista del agente como ser dotado de inteligencia. Las posteriores significaciones de ‘intención ‘ como vocablo étíco están todas basadas en esta idea. Así ocurre inclusive cuando se habla (Kant) de la intención de la Naturalez a (por analogía con la intención del sujetomoral) y se indica (Cfr. K. d. U., í 68) que la facultad del juicio concibe la Naturaleza como si hubiera intención en sus fines.

El problema de la intención moral es uno de los problemas fundamentales de la ética.El sesgo que ésta tome depende en gran parte de la mayor o menor importancia que se dé a la intención. Algunos autores destacan, en efecto, como elementos determinantes del valor moral, las intenciones; otros, los actos (y aun el mero resultad o de ellos) . En general, puede decirse que la ética formalista (Kant) tiende al predominio de la intención (que fue subrayada ya por algunos filósofos medievales, tales Abelardo), a diferencia de la mayor parte de las morales antiguas, que tendían al predominio de la obra. Según las éticas formalistas, en rigor solamente son morales los actos que tienen una intención moral, es decir, los que se ejecuta n en virtud de principios morales y cualesquiera que sean sus resultados. Según las éticas no formalistas (o materiales), el resultado de la acción moral es decisivo (y aun exclusivamente determinante) para el juicio ético.

No es fácil decidirse por una u otra posición.Los partidarios del predominio de la intención arguyen, contra sus adversarios, que es impensable una acción moralmente buena que resulte de una intención moralmente mala, pues de lo contrario quedaría abierta la puerta a un completo realismo pragmatista. Los partidarios del predominio de la obra señalan, según el célebre proverbio, que «de buenas intenciones está empedrado el infierno». Para resolver el problema, algunos han manifestado que tanto una mala intención que da lugar a una buena acción, como una buena intención que origina una mala acción, son impensables. La base de tal solución es la negación de la posibilidad de una separación completa entre intención y acción (u obra); la separación —arguyen varios pensadores— es artificial y obedece a una previa e ilegítima hipóstasis de dos modos de ser moral que designamos con los nombres ‘intención ‘ y ‘acto’. Sin embargo, esta solución topa con grandes dificultades.

La primera es el olvido del hecho de que puede tenerse efectivamente la intención de hacer algo y hacer lo contrario, como lo expresa el famoso pasaje de San Pablo: ‘Tengo la voluntad, pero no el poder de hacer el bien. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero hago» (Rom., VII 18, 19), o como lo indican las tan citadas palabras de Medea en el poema de Ovidio: Video meliora proboque deteriora sequor. (Métamorphoses, 7.21: «Veo lo mejor y lo más correcto, pero me inclino a lo peor»). Debe advertirse que las experiencias usuales sobre la distancia entre el propósito y la acción no son equivalentes al proverbio antes citado, pues aquí se afirma algo más que el hecho de que buenas intenciones pueden producir resultados moralmente desastrosos y, por lo tanto, que pueda haber discrepancia entre lo que se quiere hacer y lo que resulta del querer: se indica que el espíritu mismo del hombre está dividido moralmente, y que si hay división debe de haber en él por lo menos dos elementos siquiera sea bajo la forma de actitudes psicológicas.

La segunda dificulta d consiste en el hecho de que dentro de las propias intenciones o acciones se dan combinaciones inesperadas. Esto ha sido subrayado por muchos autores, tanto filósofos (lo vemos en Plotino, en los estoicos, en la casuística moral escolástica y últimamente en J. P. Sartre) como literatos (para limitarnos a algunos novelistas: en Pérez Caldos, Dostoïevski, Proust, Henry James, Thomas Mann, Graham Greene). Según ello, un complejo de buenas intenciones puede desemboca r en una intención mala; un complejo de buenas obras puede dar por resulta do una obra mala, etc. Se desvanece así el optimismo (muy en boga en el siglo xvi u y parte del xix ) que afirmaba la natural conjunción de los bienes (de toda índole) entre sí, y de los males (de toda índole) entre sí, de forma que, según esta doctrina, bastaría desarrollar en el hombre potencias buenas para que fuese bueno el resultado. Y si se arguye que esto pertenece a la práctica y a la casuística morales, pero no a la teoría (o a los principios de la moral), se olvida que en moral, más que en otra esfera, teoría y práctica no pueden ser arbitrariamente separadas. Así, el problema de la intención y de su relación con la acción permanece en pie como una de las más agudas cuestiones de la ética.

El papel decisivo de la noción de intención para determinar el tipo de ética adoptado ha sido muy claramente puesto de relieve por Nietzsche (Jenseits, í 32) al establecer una división de la historia de la moral en tres grandes períodos.El primero es el periodo pre-moral, en el cual el valor o disvalor de una acción se infieren únicamente de sus consecuencias (incluyendo los efectos retroactivos de las mismas).

El segundo es el período moral, período «aristocrático» en el cual predomina la cuestión del «origen» de la acción moral. Sin embargo, cuando el primado del «origen» es llevado a sus últimas consecuencias, no se subraya ya el origen del acto, sino la intención de actuar de cierto modo: ésta es todo lo que se requiere para calificar el «acto» de moral. Por eso el segundo período es el período en el que predomina la moral de las intenciones.

El tercer período es, según Nietzsche, el período del futuro, el llamado ultra-moral y defendido por los «inmoralistas». En él se considerará que el valor de una acción radica justamente en el hecho de no ser intencional. La intención será considerada únicamente como un signo exterior necesitado de una explicación. Sólo así, cree Nietzsche, se superará la moralidad y se descubrirá una «moral» situada «más allá del bien y del mal». Sobre la naturaleza de la intención y de lo intencional, especialmente en Santo Tomás: E. Pisters, S. M., La nature des formes intentionnelles d’après saint Thomas d’Aquin, 1933.

Abasuly Reyes – miércoles, 31 de agosto de 2011, 12:46

— A. Hayen, S. J., L’intentionnel selon saint Thomas, 1942, 2* éd., 1954.
— H.-D. Simonin, O. P., «La notion d’ ‘intentio’ dans l’oeuvre de saint
Thomas d’Aquin», Revue des sciences philosophiques et théologiques, XIX
(1930), 445-63.