El ensayista alemán Manfred Geier ha dedicado un estudio, recientemente publicado por la editorial Rowohlt, a rastrear 25 siglos de difíciles relaciones entre la risa y la filosofía, desde los tiempos en que Platón intentó desterrar el humor de los dominios del pensamiento.

El libro de Geier, titulado «De qué se ríe la gente inteligente», tiene dos vertientes. De un lado, se ocupa de rastrear los filósofos que a la largo de los siglos, en contra de Platón, han dado una valoración positiva de la risa. La otra vertiente revisa los análisis del fenómeno de lo cómico y busca respuestas a la pregunta sobre los motivos de las risa.

Desde los Orígenes

Platón, a quien Geier dedica un capítulo titulado «El intento por desterrar la risa de la filosofía», veía el hábito de reirse como una manifestación de arrogancia, muchas veces injustificada. Como contraste con Platón, Geier se ocupa ampliamente de la figura de Demócrito, a quien la leyenda presenta como un sabio que no podía parar de reirse, y de la recepción que ha tenido su figura a lo largo de los años desde la antigþedad latina hasta los tiempos de la Ilustración.

Demócrito, de quien no se conserva ningún texto original, se reía ante todo, según al leyenda, de la estupidez humana y por ello autores romanos, como Horacio, utilizan su figura para criticar a sus contemporáneos y dicen que el filósofo griego se hubiera reído a carcajadas de ello.

Durante la Edad Media, según Geier, la risa fue vista como algo sospechoso, lo que, agregado a otra serie de factores, contribuyó a que la figura de Demócrito cayese en el olvido para resucitar luego con fuerza durante el renacimiento en autores como el francés Francois Rabelais, que veía en la risa lo mejor que tenía el ser humano.
En resumen, la risa de Demócrito tiene, para la mayoría de los autores que se han ocupado de ella, dos aspectos.
De un lado expresa una decepción ante la condición humana, y en ese sentido sería una variante del llanto de otro filósofo, Heráclito, de quien la leyenda dice que no paraba de llorar.

Por otra parte, sin embargo, la risa de Demócrito tiene un aspecto afirmativo que muestra que, pese a toda la decepción ante la humanidad, el filósofo griego no estaba dispuesto a renunciar al goce de la vida. A diferencia de Demócrito, para quien la risa y el humor parecían ser una actitud vital, Diógenes El Cínico, rival acérrimo de Platón, utilizaba esos dos elementos como armas críticas.

Los blancos de Diógenes eran, según Geier, las ciudades griegas y las costumbres de sus habitantes, el poder político y, ante todo, la doctrina platónica, cuya definición del ser humano como bípedo implume caricaturizó en una ocasión al irrumpir en la Academia con un gallo desplumado y con gritos de «aquí tenéis al hombre de Platón».

Muchos siglos después, en la época de la ilustración, el conde de Shaftesbury utilizaría también conscientemente el humor como arma crítica contra los fanatismos de su tiempo, a los sometía a lo que él llamaba «el test de lo ridículo». Sin embargo, a partir de la ilustración la risa, según Geier, empezó a tener otro sentido y dejó de verse sólo como una expresión de un sentimiento de superioridad hacia los otros.

Immanuel Kant, por ejemplo, que veía en el humor un síntoma de agudeza e inteligencia, concebía la risa como una consecuencia de una tensión que súbitamente se diluye cuando entra en juego algo absurdo e incoherente.
Esto causa un placer no sólo intelectual sino también físico, lo que para Kant muestra el vínculo indisoluble entre el cuerpo y el espíritu.
En todo caso, para Kant la risa no se provoca porque consideremos a otro como alguien inferior sino como una reacción a un proceso que se da en nuestro propio entendimiento. Según Kant, no nos reímos tanto de algo o de alguien sino con algo o alguien.

Al lado de la teoría de la risa como expresión de un sentimiento de superioridad y de la de la carcajada como consecuencia de una incoherencia que hace que se diluya una tensión, Geier alude a otra que está centrada en la idea del contraste y que, con distintos matices, representan Arthur Schopenhauer, Soren Kierkegaard y Henri Bergson, entre otros.

Dos capítulos del libro, dedicados a Sigmud Freud y al humorista alemán Karl Valentin, se desvían del terreno estrictamente filosófico pero en el capítulo final Geier vuelve a la filosofía y convierte en protagonistas de un diálogo de sordos a los pensadores Martin Heidegger, Rudolph Carnap y Max Horkheimer.

Antes de aproximadamente el siglo XIX

La risa se interpretaba como un elemento frívolo y de poca profundidad. Con la excepción de un puñado de pensadores clásicos que dedicaron algo de su tiempo al estudio serio de esta materia, prácticamente ninguno fijó su atención sobre tal cometido, como Alfred Stern.

Peter Berger, por su parte, apunta que posiblemente la filosofía no ha centrado su atención en lo cómico debido a la fragilidad de su experiencia: cuando se intenta aprehender, se disuelve.

La frivolidad atribuida a la risa, según el sociólogo, proviene del hecho de que lo cómico y lo serio son mutuamente excluyentes, de tal modo que una broma en una situación seria se considera, precisamente, eso, frívola. En sus propias palabras: «Las personas que escriben libros sobre lo cómico son blancos legítimos de la parodia, la sátira y otras modalidades agresivas de respuesta humorística frente a una sociedad intolerable».

De la superficialidad, por otra parte, podemos hacer constancia con buenos ejemplos procedentes nada menos que del Diccionario de la Real Academia Española, vestigios de la antigua concepción de la risa que, más que facilitar su definición, producen su aparición en el lector:

⃞ Movimiento de la boca y del rostro, que demuestra alegría.
⃞ Voz o sonido que acompaña a la risa.
⃞ Lo que mueve a reír.

Otro ejemplo —quizás más preocupante—, es la ausencia de una entrada para la expresión «sentido del humor». Y el problema se repite en la lengua inglesa con el Oxford English Dictionary, como muestra Berger en su libro Risa redentora.

Actualmente, la risa tiene la capacidad de mostrarnos las distintas facetas de la realidad, y, por lo tanto, hacernos comprender el mundo de forma más completa.

En nada se manifiesta más claramente una personalidad que en aquello de lo que se ríe. Goethe

En palabras de Berger, «lo cómico es la visión del mundo más seria que existe». Berger, de inclinación religiosa y quizás influido por el pensamiento de Kierkegaard, a quien cita numerosas veces en su libro, sostiene que lo cómico es una promesa humana de redención, y que la fe religiosa es la intuición de que se cumplirá dicha promesa.

En Pleno siglo XX

Henri Bergson entiende que la risa tiene implicaciones éticas y sociales: una incongruencia provoca risa si no nos solidarizamos o sentimos compasión por aquellos de quienes nos reímos.

“El hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”, (Nietzsche). La risa es todo un proceso de ingeniería muscular: la contracción coordinada de 15 músculos faciales, acompañada de respiración alterada y sonidos diversos. Reír es otro efecto de la magia química de nuestro cerebro reaccionando ante estímulos afectivos. Por eso, podemos decir sin duda que la risa une el cuerpo y el espíritu.

Nos reímos por gesticulaciones cómicas, de lo que vemos u oímos, hasta por recuerdos o imágenes mentales. Reímos para festejar. Por sorpresa, ante algo inesperado o fuera de lo común. Por contagio, cuando los demás ríen. Por miedo o para mitigar peligros reales o imaginarios. Para socializar y ser aceptados. Por algo necio o soez. Por lo absurdo. A veces de una forma crítica. Y muchas veces nos reímos de los otros, con crueldad además.

Mientras que los tratados sobre la verdad, la belleza o la tragedia son abundantes, la filosofía occidental no ha sido ni diligente ni justa frente a la risa. En la Grecia clásica, Platón argumentaba que la risa es un vicio, que merma el dominio de la psiquis sobre el cuerpo. Para Aristóteles, es una mueca de fealdad que deforma el rostro y desarticula la voz. En la Edad Media, la Iglesia sostenía que la risa era mala, pues en los Evangelios jamás se menciona que Jesús haya reído.

Solo a partir de la Ilustración francesa se empezó a liberar a la risa de ciertos estigmas. Para Voltaire, el hombre es un animal risible, al que la alegría hace reír, pero no los grandes placeres, pues los placeres del amor, de la ambición, de la avaricia, son muy serios. En el siglo XVII, para Spinoza, la risa es un bien deseable y resulta benéfica para el cuerpo y el espíritu. Recién en el XIX, Kierkegaard ahonda un poco más en el fenómeno y reflexiona que reímos ante el absurdo o ante incongruencias inofensivas.

En pleno comienzo del siglo XX, Henri Bergson entiende que la risa tiene implicaciones éticas y sociales: una incongruencia provoca risa si no nos solidarizamos o sentimos compasión por aquellos de quienes nos reímos. Esto explica la existencia de los chistes discriminatorios o el humor negro: sólo la falta de empatía o compasión nos permite reírnos de esos otros. Pero si algún filósofo planteó el poder catártico de la risa, ese fue Nietzsche, en Así habló Zaratustra: “¿Quién de vosotros puede a la vez reír y estar elevado? Quien asciende a las montañas más altas se ríe de todas las tragedias, de las del teatro y de las de la vida”. El filósofo de la libertad, la risa y el juego, nos dejó un claro mensaje: es necesario aprender a reír.

Hoy en día, la más avanzada medicina reconoce que el estado anímico de un enfermo influye profundamente en su recuperación. Es patente que quien es capaz de sobrellevar positivamente su enfermedad, el que ríe de su destino, se cura más pronto. Si la realidad es un estado mental, como lo ha demostrado la física cuántica de múltiples formas, ejercitar el humor debería ser nuestro credo inseparable ante las múltiples tragedias cotidianas o ante el mismo absurdo de un mundo difícil e imperfecto. ¡Riámonos! Quizá sea una de las claves de la existencia.

Fuentes del Artículo

Principales Autores: Jeaninne Zambrano y el ensayista alemán Manfred Geier

Verena AlbertiLa risa como objeto de análisis. Historia. Antropología y fuentes orales.

Peter L. Berger. Risa Redentora – La dimensión cómica de la experiencia humana. P. 48. 1997, 1998.

Entrada «risa» en el DRAE.

Peter L. Berger. Risa Redentora – La dimensión cómica de la experiencia humana. P. 25. 1997, 1998.

Peter L. Berger. Risa Redentora – La dimensión cómica de la experiencia humana. P. 30