Es el mal hábito que nos conduce “hacer siempre lo que nos provoca y nos gusta”, nos rige nuestro subjetivismo y sentimentalismo; por tanto, nos convertimos en el centro del mundo y la medida de todas las cosas.

¿Qué quiero decir con esto?
Que el engreído o caprichoso mira la realidad desde sus emociones y sentimientos, desde lo que le gusta y desde lo que le provoca. Es decir se olvida de la verdad y objetividad. Se olvida que de pronto no posee toda la verdad. Se olvida que existen otras personas, otras opiniones, otros gustos, otras emociones y sentimientos tan válidos e importantes que los propios.

El engreído o caprichoso no solo mira la realidad desde su perspectiva, sino que se aferra a ella. Por ello decimos que es subjetiva o subjetivista.

Enrique Rojas afirma que el caprichoso “no está dispuesto a renunciar a los deseos inmediatos, no tiene hábito para los esfuerzos concretos y frecuentes, lo quiere todo en el momento… No sabe negarse nada”.

Vemos entonces claramente que el engreído vive apegado a sus proyectos, gustos, mimos, planes. Le cuesta mucho obedecer, le cuesta mucho cambiar de opinión o hacer lo que otros dicen y opinan. En ese sentido hay que decir que reduce su vida a sus mimos y caprichos. Se erige como la norma para los demás.

El engreído se siente mal, se indispone cuándo las cosas no salen como él quiere, incluso le da mucha rabia, se pone furioso o furiosa. No soporta renunciar a sus gustos, no es capaz de renunciar a “sus planes” entre comillas.

El engreído sufre porque la realidad no es como él pensaba. Le duele demasiado cuándo ve que los demás no hacen lo que él quiere.

Y claro cuándo no se hace lo que yo digo o no piensan lo que yo pienso entonces pongo “mala cara” o “hago caritas”, me quedo callado, me recluyo en mi cuarto, cancelo una reunión, no voy a una cita, no quiero estudiar, dejo de participar normalmente del grupo en el que estoy. Es decir me dejo llevar por mis caprichos. Me dejo llevar por mi actitud engreída.

Y no solo eso, sino que voy a estar susceptible o especialmente sensible con todo el mundo por esa razón: “No se hizo lo que yo quería”. “No me dan la atención que yo merezco”. “No me dan el cariño que yo necesito”. “No me dan el lugar que yo merezco”. Y claro todos lo que están a mi alrededor son los que pagan los platos rotos. Porque son los que tienen que soportar mis maltratos, malgenio, rabia, insultos, mala cara, etc.

¿De dónde surge el engreimiento o capricho?
Esto no se hace de golpe; uno se vuelve caprichoso poco a poco, no de forma momentánea, de hoy para mañana. Existen distintos factores o causas.
Errores en la educación por parte de los padres, sobre todo si ha existido una sobreprotección excesiva.

El consentimiento de absolutamente todo cuando se es pequeño; la falta de motivación para tener pequeños objetivos de lucha y muchas veces, el mal ejemplo de los padres, que actúa como un potente deseducador.

Otro factor es seguir la ley del mínimo esfuerzo para las tareas escolares, la falta de generosidad en el día a día en la familia, la inapetencia, la pereza, la indolencia para tener orden en las cosas que se utilizan habitualmente y un largo etcétera.

En este sentido, es fundamental lo que aprendemos de niños y preadolescentes. Si no hemos tenido límites claros, si hemos hecho siempre lo que nos gusta o provoca, o si se ha hecho siempre lo que nosotros queríamos a punto de manipulación, pues ahí tenemos un Engreimiento y Capricho Galopante.

El caprichoso no sabe bien qué es lo que quiere y no está educado en el valor de la renuncia.

Enrique Rojas dice: “El sujeto caprichoso es inmaduro, débil y posee una base deficitaria para cualquier trabajo serio que signifique fortaleza para poder vencer la resistencia de su desidia, apatía y dejadez. Esta persona no sabe que todo lo que tiene valor cuesta conseguirlo. Todo lo grande que el hombre alcanza es fruto de una tenacidad valiente”.

Es importante anotar que el engreído y caprichoso vive según la ya famosa ley del gusto-disgusto. Es decir hago lo que me da la gana, no importa si hay valores, principios, normas. La norma soy yo. Esté gusto-disgusto está relacionado con la ley del mínimo esfuerzo.

¿Qué podemos hacer?
Ante una tendencia fuerte y arraigada al engreimiento o capricho:

En primer lugar recomendamos no dejarnos llevar por nuestras emociones o sentimientos. Se trata de evitar que dichas emociones gobiernen nuestras vidas.

Por ejemplo: Yo mañana puedo sentir que Juan me cae mal entonces lo miro feo, no lo saludo, etc. El tema ahí es que esa emoción o sentimiento no necesariamente están bien. Si Juan me cae mal entonces ¿puedo agredirlo?, ¿simplemente porque me cae mal?

Se trata entonces de descubrir: ¿Cuáles son las emociones o sentimientos que priman en mi vida cotidiana? Es decir ¿Cuáles son las que rigen mi vida ordinaria? Incluso podríamos decir que son las que nos gobiernan, nos mandan.

Fundamental entonces descubrir esas emociones, entenderlas, y sobretodo manejarlas desde nuestros criterios, desde nuestra razón, usando adecuadamente nuestra inteligencia.

Se trata de no absolutizar o endiosar nuestras emociones, ni tampoco nuestros gustos o caprichos.

¿Qué pasa si una mañana decido no ir a trabajar? ¿Cuántos días puedo no ir a estudiar simplemente porque no me provoca?
Importantísimo conocer nuestro mundo emocional, pero también aprender a renunciar y dominar dichas emociones.

Otra recomendación es pensar y re-pensar cuál es la idea nuclear de mi comportamiento caprichoso o engreído. ¿Qué es lo que pienso? ¿Cuál es la Creencia central que me hace pensar que yo soy la medida de todas las cosas?

Es importante observar ¿Qué pienso sobre mí? ¿Qué pienso sobre los demás? ¿Qué tanto me creo mis pensamientos y mis proyectos?

Es clave aprender a renunciar a dichos planes, a ser capaz de desapegarme, desaferrarme. En este sentido son importantes la humildad y la sencillez. Esa sería una tercera recomendación aprender a renunciar a mí mismo desde la vivencia de la humildad.

Una última recomendación para vencer el mimo o capricho es el trabajo en la fuerza de voluntad. Y es que el engreído tiene normalmente la voluntad partida, tiene muy poca voluntad, puesto que está acostumbrado “hacerlo que le da la gana”, o a no hacer nada, hacer lo que se le antoja. Él se ha erigido como la medida suprema entonces cuando se le da la contra, crisis total. Hay entonces que fortalecer la voluntad renunciando a pequeñas cosas, pequeños gustos. Se trata de avanzar en las pequeñas cosas.

Humberto Del Castillo Drago.
Sodálite – Psicólogo.
Director General del Centro Areté.