Algunos científicos (Eccles, 1992; Geschwind y Galaburda, 1987; Neville, 1991) consideran que la inteligencia puede reflejar una propiedad biológica de los seres humanos y que, por tanto, las propiedades específicas del sistema nervioso y, en particular, del cerebro contribuyen de manera significativa a las potencialidades o limitaciones intelectuales de las personas.

El enfoque biológico es bien concreto, ya que la inteligencia parte de un sustrato biológico, que deviene del estudio de Darwin tan cuestionado hoy en día.

Dentro del enfoque biológico existen cuatro perspectivas diferentes de abordar la inteligencia:
• una primera perspectiva se centra en el estudio y análisis del cerebro,
• una segunda aborda la observación y medida de los índices de algún aspecto del funcionamiento del cerebro,
• una tercera estudia los aspectos genéticos de la conducta humana e intenta averiguar hasta qué punto la inteligencia es genética o “hereditaria”, y
• una cuarta, y última perspectiva, considera la inteligencia desde el punto de vista de los procesos de la evolución humana; es decir, apoyándose en las investigaciones sobre el cerebro y la genética, se centra en el desarrollo de la misma a lo largo del tiempo teniendo en cuenta las formas en las que se expresan los genes en distintos puntos del desarrollo.

Ninguna de estas perspectivas biológicas hasta hoy han tenido una respuesta clara y determinante sobre lo que es la inteligencia por lo que buscan correlaciones entre los resultados de sus investigaciones y los obtenidos en los test.
Analicemos brevemente cada perspectiva para tener una visión de conjunto de sus aportaciones.

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Perspectiva biológica sobre el cerebro humano.

En esta perspectiva se encuentran los anatomistas y actualmente los neurorradiólogos que centran el estudio del cerebro desde el punto de vista físico intentando descubrir su estructura, sus redes neuronales y sus conexiones.
Sus estudios se iniciaron en los comienzos del siglo XIX con la frenología; línea de investigación en la que destacaron Gall (1758-1828) y Spurzheim (1776-1832), entre otros, estos autores intentaron averiguar el funcionamiento de la inteligencia humana a partir de la medida y la forma del cráneo. Las investigaciones que llevaron a cabo pretendían establecer relaciones entre las distintas partes del cerebro y las diversas conductas y pensamientos humanos.

Dado que los métodos empleados eran muy básicos y rudimentarios los resultados obtenidos no tuvieron consistencia y pronto fueron desacreditados, si bien, este primer acercamiento para intentar explicar las diferencias humanas abrió el campo a nuevos enfoques e investigaciones.

Dentro del campo de la anatomía cerebral en el último siglo se han dado notables avances como el establecimiento de dos grandes secciones o hemisferios cerebrales así como la identificación de regiones delimitadas y reconocibles que desarrollan funciones distintas y específicas.

Hasta no hace demasiado tiempo estas funciones se asignaban a áreas del cerebro mediante métodos muy rudimentarios; dichas funciones se establecían por deducción, se utilizaban los resultados obtenidos en investigaciones con personas “normales” que habían sufrido enfermedades cerebrales con la finalidad de establecer relaciones entre el daño causado en una zona concreta y las funciones que quedaban afectadas.

Otras investigaciones (en animales) como las llevadas a cabo por Hubel y Wiesel en 1979 (Gardner, 2001; Gardner, Kornhaber y Wake, 2000), utilizando registros electrónicos con microelectrodos de células simples de la corteza visual, han obtenido que existen células específicas y columnas de células que responden a propiedades particulares de los objetos y no a los objetos enteros. Esto supone que hay conjuntos de células que parecen estar dedicadas a situaciones específicas.

Esta determinación de la especificidad del sistema nervioso es de suma importancia en tanto que, a la hora de entender la conducta humana, es más importante saber dónde ha ocurrido por ejemplo una determinada lesión en el sistema nervioso que conocer el tamaño de esa lesión o sus causas. Pero dicha especificidad no supone en ningún modo que las distintas zonas funcionen de manera anárquica, al contrario, la conducta humana es organizada, intencional e integrada (Gardner, Kornhaber y Wake, 2000).

Algunos neuropsicólogos (Damasio, 1996; Hebb, 1949; Teuber, 1978) a partir de los resultados obtenidos en investigaciones realizadas con sujetos con daños cerebrales han sugerido que la inteligencia está relacionada con el funcionamiento de ciertos centros nerviosos específicos que recogen muchas formas de información procedentes de distintas regiones corticales; investigaciones posteriores como las llevadas a cabo por Kinsbourne (1993a, 1993b) rebaten estas conclusiones y argumentan que, una persona es inteligente en la medida en que posea una máquina nerviosa que, en conjunto funcione bien. Así la inteligencia está más relacionada con la fluidez o flexibilidad del conjunto del cerebro que con el mejor o peor funcionamiento de algunas partes concretas del mismo.

Utilizando nuevas técnicas como la resonancia magnética nuclear para medir el tamaño y la configuración de la estructura cerebral se ha observado que personas que destacan en determinados dominios (como por ejemplo el lenguaje) tienen las regiones cerebrales asociadas a este desempeño diferente en cuanto a tamaño y configuración a otras personas que no destacan. Pero las investigaciones en esta área son todavía insuficientes para determinar resultados concluyentes.

Perspectiva sobre el funcionamiento del cerebro.

Dentro de esta perspectiva los investigadores se han centrado en el funcionamiento propio del cerebro.
A través de las investigaciones intentan conocer cómo funcionan las distintas partes del cerebro de una persona mientras realiza una actividad cognitiva y compararlo con el funcionamiento de las mismas en otras actividades o mientras la persona está en reposo.

Entre las técnicas utilizadas para los estudios están las de monitorización, los electroencefalogramas que registran las distintas ondas cerebrales o la técnica que examina la velocidad de transmisión de la información en las vías de conducción nerviosa.

Si bien las conclusiones de las investigaciones (Eysenck, 1973, 1986; Jensen, 1993) que utilizan estas técnicas han encontrado correlaciones significativas entre inteligencia y , por ejemplo, el promedio de potenciales evocados; en otras ocasiones dichas correlaciones han sido poco significativas y, por tanto, requieren estudios más pormenorizados para que se confirmen o no sus hipótesis.

Aunque sus seguidores (Eysenck y Kamin, 1981; Jensen, 1980) han llegado a conclusiones como que la inteligencia es una propiedad del sistema nervioso y que aquellas personas con coeficientes intelectuales altos pueden tener un sistema nervioso más rápido o mejor, sus críticos (Ceci, 1990) argumentan que las correlaciones no son, en muchos de los casos, significativas y los resultados poco concluyentes.

Algunos autores, como Ceci y Roazzy (1994), argumentan que las diferencias en el rendimiento en los tests que se muestran a través de estas técnicas pueden deberse, en muchos de los casos, a los estados de nervios o ansiedad de las personas al enfrentarse a las actividades de laboratorio o poco conocidas y, por tanto, en las diferencias de los resultados han de tenerse en cuenta estas variables y no sólo atribuirse a la inteligencia.

La Perspectiva genética.

Esta perspectiva en la que ha suscitado mayor interés y controversias.

Uno de los más destacados investigadores en esta línea fue Francis Galton (1822-1911). Él propuso la metodología básica para su investigación basada en el estudio y análisis de las similitudes y diferencias de la inteligencia en personas pertenecientes a la misma familia.
Estudió la capacidad mental de gemelos que habían sido criados y educados en distintas familias y niños procedentes de distintas familias biológicas y adoptados por una.

Partía de la idea que la biología es la que determina el intelecto, así gemelos idénticos adoptados por familias diferentes, dado que tenían los mismos genes, tendrían la misma capacidad intelectual heredada de sus padres biológicos y, por ello, los resultados obtenidos por ambos hermanos en los tests eran similares.

Los avances en los métodos han permitido a los genetistas diferenciar los efectos de la herencia y el ambiente y cuantificar el grado de similitud genética entre los individuos. Así, por un lado, los estudios con gemelos idénticos criados por separado han evidenciado la gran influencia de los genes en la inteligencia y, por otro, los estudios de hermanos adoptivos, sin parentesco genético, criados juntos evidencian una correlación entre sus coeficientes intelectuales muy baja lo que indica que una ambiente igual no necesariamente favorece un coeficiente intelectual similar.

Por otro lado, algunas investigaciones genéticas (Bouchart, 1990; Fulker, DeFries y Plomin, 1988) han evidenciado que no sólo la inteligencia tiene un componente hereditario sino también algunos rasgos de personalidad o algunos desórdenes específicos como las dificultades de lectura se han relacionado con determinados cromosomas.

Esto supone que la inteligencia puede tener una estructura genética identificable y, por tanto, personas con una inteligencia psicométrica alta tendrían una configuración genética concreta. Así, a la hora de predecir el desempeño de una persona en un futuro bastaría con estudiar sus progenitores biológicos (Kelner y Benditt, 1994; Plomin y Neisderhiser, 1991).

Pero, como en todo, esta perspectiva genética/hereditaria tiene sus limitaciones. Se considera que, al menos, del 30% al 50% de la variación de la inteligencia se debe a factores ajenos a la identidad de los padres y, por tanto, el contexto, ambiente y la educación pueden afectar al desarrollo de esa genética.

Los defensores de enfoques más ambientalistas (Le Vine y White, 1987; Lewontin, Rose y Kamin, 1984) critican los métodos empleados por los genetistas argumentando que, en muchas ocasiones en las investigaciones con gemelos el ambiente de crianza era muy similar o, en el caso de los niños educados en la misma familia se les motivaba para ser diferentes.

Las críticas más duras se han centrado en los resultados obtenidos por los genetistas sobre las diferencias en los tests de inteligencia en estudios con distintos grupos raciales y étnicos (Herrnstein y Murria, 1994). Los defensores del enfoque ambientalista (Kamin, 1981) consideran que estas diferencias están basadas fundamentalmente en prejuicios, menores expectativas respecto a determinados grupos o a las distintas posibilidades que se ofrecen en el ambiente, más que a factores puramente genéticos de la raza.

Otra de las críticas es que la inteligencia determinada genéticamente no se puede cambiar o mejorar con la práctica y las experiencias. Desde los enfoques ambientalistas el enriquecimiento de los contextos, las oportunidades de aprendizaje y la calidad de las mismas influye en el desarrollo y potenciación de la inteligencia del individuo sea cual sea su potencial genético de origen.

Aunque las críticas y controversias entre ambas posturas explicativas e la inteligencias, genetistas frente a ambientalistas, sigue vigente y, en muchos de los casos han derivado en cuestiones puramente de carácter político o estratégico para fundamentar posturas de apoyo a determinadas políticas educativas, hemos de tener en cuenta que la importancia no es la controversia entre herencia o ambiente sino en las interacciones y complementariedades entre ambas posturas para una mayor comprensión en el estudio de la inteligencia.

Perspectivas Evolutivas.

Desde la perspectiva evolucionista los factores genéticos y ambientales interactúan desde el mismo momento de la concepción del individuo.

Así, desde el momento de la concepción en el niño actúan factores intrauterinos relativos a la madre que pueden afectar a su desarrollo general y, en particular a su desarrollo intelectual posterior. Más adelante, una vez nacido, las diversas y múltiples experiencias que rodean al niño condicionan su desarrollo tanto físico como intelectual. Igualmente, estos factores ambientales tendrán distinto impacto dependiendo de cuál sea la dotación genética del niño.

Esta perspectiva de interacción mutua desde el mismo origen y a lo largo del desarrollo ha propiciado la idea de que las personas a lo largo de su crecimiento seleccionan, en la medida de sus posibilidades y de la oferta de su medio, sus experiencias.

De este modo, los evolucionistas (Berry, 1974; Berry y Irvine, 1986; Cole y Cole, 1989; Collier, 1994) consideran que los niños seleccionan, siempre que les es posible, los medios y las actividades que se ajustan más a sus intereses y necesidades aprendiendo de las distintas experiencias en función de su temperamento, estilos y características cognitivas.

Los defensores de esta perspectiva (Berry, 1986; Cole y Means, 1986) hacen mayor hincapié en la evolución de la inteligencia a lo largo de la vida del individuo ya que, si bien las características del cerebro se dan desde el nacimiento, para el desarrollo de sus capacidades se han de tener en cuenta los ambientes en los que se desenvuelve el individuo y las experiencias que vive a lo largo de su vida.

Pero, para una plena comprensión de la inteligencia, además del estudio sobre la misma desde el punto de vista psicológico aportado desde el enfoque evolutivo y los aportes de las investigaciones del cerebro, los genetistas u otros biólogos señalados en este enfoque, hay que añadir la perspectiva de aquellos que trabajan con computadoras