Según José Ferrater Mora, la noción de atención ha sido tratada por la mayoría de los filósofos desde el punto de vista psicológico. Se ha definido muchas veces como una cierta capacidad de la mente —fundada en procesos orgánicos, o cuando menos relacionada con ellos— para canalizar los procesos psíquicos, y en particular el pensamiento, dentro de ciertas vías. De modo muy general puede definirse como concentración de energías psíquicas. La atención puede considerarse como un proceso potencial o como un proceso actual — según la distinción escolástica entre una atención secundum virtutem y una atención actualis. Se ha distinguido entre la atención espontánea y la atención voluntaria. Esta última ha sido considerada como una atención consciente. Pero como la conciencia de la atención puede, y suele, distraer la atención, el concepto de atención voluntaria y consciente ha sido objeto de muchos debates entre filósofos y psicólogos. Algunos han indicado que la voluntad y la conciencia se hallan solamente en el proceso inicial de la atención; otros, que hay siempre en la atención, si no una conciencia, cuando menos un acto voluntario.

Aquí se interesa sobre todo en las explicaciones del concepto de atención que, si bien basados en datos psicológicos, tienen implicaciones epistemológicas y, en algunos casos, ontológicas — o cuando menos ontológicoantropológicas. El examen psicológico epistemológico de la atención ha sido llevado a cabo especialmente por filósofos del sentido común, ideólogos y «sensacionistas». Así, por ejemplo, Destutt de Tracy suponía que la atención es un estado de ánimo más bien que una facultad, de tal modo que podría eliminarse en principio la voluntad de la atención. Reid (Intellectual Powers. Essay I, c. 5 ) señaló, en cambio, que la atención es un acto voluntario, siendo, en cambio, involuntaria la conciencia. Condillac (Essai sur l’origine des connaissances humaines, c. III) distinguió entre atención activa y atención pasiva; en una hay voluntad, no así en la otra. Laromiguière consideró que la atención es «la primera facultad»; de ella se derivan todas las restantes. Hamilton comparó la atención con la abstracción . Aunque las definiciones y concepciones anteriores se hallan expresadas en lenguaje filosófico, están condicionadas las más de las veces por cuestiones de naturaleza epistemológica. En Hamilton sobre todo se nota un interés decididamente epistemológico, pues mediante el estudio del fenómeno de la atención se trata de determinar no sólo los modos de aprehensión de las «ideas», sino también la naturaleza —»psicológica» o «trascendental»— de éstas.

La atención como fenómeno primordial, capaz de aclarar no sólo los modos de operación psíquicos, sino también ciertas actitudes humanas básicas, ha sido objeto de reiterado examen desde fines del siglo XIX. James Ward afirmó —contra Bradley— que no se puede identificar la vida psíquica con una masa indiferenciada, ya sea de sensaciones, o de un «sentimiento primario» o «experiencia inmediata». Las actividades psíquicas lo son de un yo —de un «yo puro»— y este yo es primariamente la atención. La atención es para Ward la conciencia; mejor todavía, es lo que dirige toda conciencia en su actividad. La atención puede ser mayor o menor, pero no hay posibilidad de vida psíquica —y de presentación de ningún contenido al yo— sin una cierta dosis de atención. La atención no se disuelve en las presentaciones, ni en la experiencia indiferenciada: acompaña a todas las presentaciones y a toda experiencia. Si se llevan las ideas de James Ward a sus consecuencias últimas, y se admite que hay en el hombre un máximo desarrollo psíquico, se puede concluir que el ser humano es definible como «un sujeto en atención». Santayana ha llegado a considerar la atención como la principal, y acaso la única, vía de acceso al reino de las esencias (Cfr. The Realm of Essence, Cap. I, en The Realms of Being, 1942, pág. 15). Pues aunque tal atención sea una «facultad animal» suscitada por la pasión, puede alcanzar en el hombre categoría de «aprehensión ontológica» (Santayana no usa, empero, esta última expresión).

En sentido distinto de los anteriores ha examinado Husserl la noción de atención. Criticando las teorías psicologistas y a la vez nominalistas de la abstracción formuladas, entre otros autores, por Hamilton y John Stuart Mill, Husserl ha señalado que «si la teoría que basa la abstracción en la atención (considerada entonces como una mera operación) es exacta; si la atención a todo objeto y la atención a las partes y notas del objeto son, en el sentido de dicha teoría, uno y el mismo acto, que sólo se distingue por los objetos a que se dirige, resulta que no hay especies para nuestra conciencia, para nuestro saber, para nuestro enunciar». Por lo tanto, «el sentido unitario del término ‘atender’ no exige, ni mucho menos, ‘contenidos’ en el sentido psicológico —como objetos a los cuales atendemos—; y aun rebasa toda la esfera del pensar». La atención recae sobre «los objetos mentales que adquieren evidencia ‘intelectiva’ en la ejecución de los actos sobre esta base», sobre «los objetos y situaciones objetivas aprehendidos mentalmente de esta o de aquella manera». Así, la atención llega hasta donde llega el concepto de «conciencia de algo» (Cfr.Investigaciones lógicas, trad. Morente-Gaos, tomo II, cap. ii). Debe advertirse que, no obstante el lenguaje empleado por Husserl, su idea de la atención como conciencia es distinta de la de James Ward antes reseñada; no es una idea psicológica, sino fenomenológica (o, si se quiere, pre-fenomenológica). Husserl ha tratado en varias ocasiones la noción de atención de acuerdo con la correspondiente concepción de la conciencia, pero ha destacado dicha noción sobre todo al hablar de los diversos modos de conciencia. Ha afirmado, por ejemplo, que hay tres posibles modos de conciencia: el actual, en el cual el «objeto intencional» está presente a la conciencia; el potencial, donde hay mera posibilidad de presencia; y el atencional, que resulta de la «atención» de la conciencia al objeto. Subrayar este modo de atención significa a la vez destacar los aspectos «activos» de la conciencia. Y cuando en vez de hablarse de conciencia como conjuntos de actos que constituyen el puro flujo de lo vivido, se habla de la conciencia como foco de los actos, el modo atencional de la conciencia adquiere creciente importancia. Puede inclusive identificarse con el yo puro y ayudar a aclarar la cuestión de la constitución trascendental de la conciencia por medio de la «atención». Parece que hay en Husserl una idea de la atención de carácter «ontológico» más bien que psicológico o inclusive epistemológico. Y hasta parece dibujarse en las citadas ideas una noción de la atención como «modo existencial» propio del hombre en tanto que su ser consiste primariamente en un «estar en el mundo».

Si seguimos esta argumentación consecuentemente podremos afirmar lo siguiente. Mientras el animal no posee atención —o la que posee tiene sólo carácter psicológico—, el hombre se constituye como tal en virtud precisamente de que el «estar atento» le permite abrirse al mundo como tal mundo, es decir, no sólo como un ámbito dentro del cual se dan los estímulos y sobre el cual operan las reacciones, sino, además, como la zona en la cual se da la posibilidad de las objetivaciones. El estar en el mundo y la atención a él son condiciones primarias de la existencia del hombre, y la atención cobra con ello sentido existencial. Así lo han reconocido algunos existencialistas o «fenomenólogos» ( especialmente Merleau-Ponty) al indicar que la atención no es un simple enfocar los objetos para iluminarlos. El conocimiento derivado de la atención, sin ser una creación de la realidad, es algo que no se da por la mera yuxtaposición de lo real y de la conciencia atenta. La atención precisa el horizonte de la «visión».

Compilado por Abasuly Reyes – viernes, 24 de junio de 2011, 15:26

Además de las obras de los autores citados en el artículo, véanse:
—Théodule Ribot, Psychologie de l’attention, 1885.
— Harry E. Kohn, Zur Theorie der Aufmerksamkeit, 1895 [Abhandlungen zur Philosophie und ihrer Geschichte, V].
— W. B. Pillsburg, L’attention, 1906.
— E. Düpp, Die Lehre von der Aufmerksamkeit, 1907.
— Nicolás Apostolescu, Emo-tivitate si atentie, 1938.
— A. Bal, L’attention et ses maladies, 1952.