Muchas veces sentimos que el sufrimiento y la felicidad van por caminos separados. En este artículo de la revista Sophia, Miguel Espeche nos invita a ver que la vida es, en definitiva, un trayecto de sentido único: andar, caer, llorar, levantarse y seguir adelante hasta recuperar la sonrisa.

La frase me la dijo Frida, una señora de unos 70 años, quien una terrible noche años atrás, por causa de un escape de gas, había perdido una hija y una nieta.

“La tristeza no impide la alegría”, señaló, mientras, sonriente, me mostraba la página web que había diseñado a fuerza de sumergirse en los misterios de esa extraña dimensión que habita en las computadoras

Sus palabras permiten que nos demos cuenta de que las emociones conviven y que no son tan excluyentes como a veces creemos. Al estilo de las “ventanas” que abrimos, una sobre otra, en la computadora

Todos tenemos heridas, situaciones con las que coexistimos de manera tormentosa, recuerdos amargos, percepciones de la realidad que nos enojan o nos entristecen. Existen aquellos que creen que esa dimensión de lo doloroso o “feo”  debiera imponerse y copar todo el ser, como si abrirle la puerta a la mínima alegría fuera una traición al sufrimiento propio y ajeno.

“¿Cómo podés disfrutar de ver la luna llena habiendo tantos niños con hambre en el mundo?”; “¿Cómo podés reírte de una película pava habiendo sufrido tamaña traición?”; “¿Cómo retomar la sexualidad tras haber perdido un hijo?”

Las frases son reales, y son ejemplo de las muchas que se pronuncian cuando no nos damos cuenta de que “la tristeza no impide la alegría”, tal como dice Frida.

Nuestros dolores y tristezas no son lo único que nos define, y eso bien lo saben aquellos que, habiendo sufrido, coexisten con el penar y le suman a este la capacidad de la alegría o de abrirse a otras dimensiones vitales.

Nos pueden pasar cosas tristes, pero el mundo no “es” triste. El mundo tan solo “es”, de una manera tan neutra y “objetiva” que suele dar bronca. Solo con el tiempo nos damos cuenta de que eso nos ayuda a seguir, sin empantanarnos.

Somos como una radio con capacidad de sintonizar múltiples frecuencias, pero de a una por vez. Todas las frecuencias están allí, “transmitiendo”, pero los dueños del dial, al menos en buena medida, somos nosotros. La sintonía de nuestro penar no impide que exista la frecuencia de la alegría. Así lo enseñaba Frida.

Ella había llorado lo suyo, y lo seguía haciendo. Pero sabía que el dolor no es un pantano para siempre, sino que es un cruel compañero de ruta que, sin embargo, nos abre a dimensiones que jamás se habrían creído posibles, como hacer una página web, como integrar grupos de gente que antes jamás se habría tenido en cuenta, como ahondar en el significado del amor o en la fuente última de la propia vida.

Que el dolor y la tristeza sean puerta a tantas cosas fecundas es una gigantesca paradoja. Pero así son las cosas. Como lo hizo Frida, podemos reconocer que podemos gozar de lo que somos y vivimos, mientras allí, dentro del corazón, tenemos las tristezas como compañeras de ruta, de las que, a veces a los golpes, aprendemos para crecer y otorgarles un sentido a los años que tenemos por vivir.

Por Miguel Espeche, Revista Sophia, leer en medio original.