La palabra traducción nos remite en su etimología al vocablo latino “traductionis” y significa cambiar de lugar; o específicamente, del idioma en que un texto está escrito a otro, respetando el contenido estrictamente (traducción literal) o solo su significado general sin traducir palabra por palabra (traducción libre). Se llama traducción tanto a la acción de cambiar el idioma de palabras y frases, como al resultado, que es el nuevo texto, ahora en otro idioma.

Las traducciones son una práctica común de las civilizaciones humanas desde los primeros textos escritos, por la necesidad de ser comprendidos por otras culturas, al poseer idiomas diferentes, no solo para compartir información sino también en virtud de conquistas. Es lo que ocurrió con los textos latinos romanos cuando el mundo griego y su proceso de helenización necesitaron traducciones del latín al griego, idioma que hablaba el pueblo del imperio bizantino.

La Biblia, primer libro impreso, fue objeto de traducciones, para permitir su amplia divulgación.

Actualmente, los avances científicos, e informaciones de cualquier índole, circulan velozmente gracias a la globalización, y la necesidad de traducir textos en papel o en soporte virtual resulta imprescindible. A esta labor se dedican personas, llamadas traductores (existen profesionales universitarios con título habilitante para ello, muy requeridos por ejemplo en procesos judiciales como peritos, para traducir documentos) conocedoras del idioma del texto original y del aquel al que se pretende traducir; pero también existen traductores automáticos, mecánicos o por ordenador, que ayudan a esta tarea, aunque menos confiables que las traducciones de tipo artesanal. Se llama traducción directa cuando se traduce de un idioma extranjero al propio; e inversa, en caso contrario.

Muchas traducciones, las hallamos en carteles destinados a la comprensión de turistas.
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