La invalidación es comunicarle al otro que lo que siente es incorrecto, que debería sentir diferente; no aceptando su experiencia emocional:

Castigando,
Juzgando,
Trivializando,
Ignorando, negando,
Criticando,
Patologizando sus respuestas,
Diciendo cómo debería sentirse,
No escuchando.

Ante esto ocurre una disonancia entre lo que la persona siente y la reacción de su entorno; pudiendo generar frustración, culpa e inseguridad. En: “Volver a aprender a montar en bicicleta”:

“La invalidación no proporciona la ayuda necesaria para manejar, entender y canalizar lo que uno siente.

La persona se siente confusa, asustada y experimenta una disonancia entre lo que le ocurre y la reacción del entorno. Esta diferencia la resuelve pensando que lo que le sucede se debe a fallos en su persona y que no puede fiarse de sí misma”.

El ambiente invalidante promueve el control de la expresividad emocional, de manera que las experiencias negativas son trivializadas y atribuidas a rasgos negativos como la falta de motivación, falta de disciplina y fracaso a la hora de adoptar una actitud positiva. Por su parte, las emociones positivas fuertes pueden ser atribuidas a rasgos de juicio, falta de reflexión o mera impulsividad. Este ambiente invalidante contribuye a la desregulación de las emociones, porque se fracasa a la hora de enseñar a poner nombre a las emociones y a modular la activación, a tolerar el malestar y a confiar en las propias respuestas emocionales como interpretaciones válidas (Linehan).

La invalidación emocional, especialmente de las emociones negativas, es un estilo de interacción característica de las sociedades modernas actuales, que premian y fomentan el individualismo, junto con el autocontrol, el logro individual y el positivismo.

Teóricamente parece fácil aceptar las emociones del otro, pero en la práctica surgen dificultades. Una razón es que este estilo de comunicación está muy arraigado en nuestra sociedad, no siendo conscientes de ello. Otra razón por la que nos cuesta validar las emociones del otro es la falta o las dificultades de empatía. Por otro lado, está la ansiedad y/o malestar que sentimos ante el malestar del otro y al querer ayudarle a sentirse mejor, y de paso, sentirnos mejor nosotros, sobre todo, cuando estamos ante emociones desagradables o dolorosas, pasándolas rápidamente por alto y/o minimizando o negándolas (“no te enfades”, “no te preocupes”). Otro posible riesgo es que no debemos confundir con el sentir con el hacer; el validar la emoción no significa que estemos de acuerdo con su manejo o la conducta del otro ni es incompatible con marcar límites, y esto hay que transmitirlo.

La validación emocional puede resultar difícil ante ciertas conductas impulsivas, ciertas situaciones o ciertas emociones como las instrumentales, sobre todo, cuando estas ultimas no son conscientes por parte del otro, y que están destinadas a conseguir un objetivo y esto a veces no es visto por el otro.

Simplificando, cuando un terapeuta utiliza estrategias de validación emocional lo que hace es alguna de estas cuatro cosas (o varias a la vez) (Terapia Dialéctico Conductual):

Ofrece oportunidades para la expresión emocional: el terapeuta escucha, clarifica y valida las emociones sin juzgarlas, dándoles lugar.
Enseña habilidades de identificación y etiquetado de emociones: invita a observar con atención qué es lo que se está experimentando, a identificar los componentes de la emoción (disparadores, sensaciones corporales, impulsos de acción) y a poder nombrarlas.
Lee las emociones: el terapeuta puede darse cuenta de cuál es la emoción que puede estar sintiendo el paciente y comunicárselo a modo de hipótesis. Esto es casi siempre validante ya que comunica que la respuesta emocional del paciente es normal y entendible.
Comunica la validez de la emoción: el terapeuta comunica que esa experiencia emocional es comprensible; bien porque la mayoría de personas responderían a esa situación con esa emoción, o bien, que la emoción del paciente es comprensible en base a sus experiencias pasadas de aprendizaje.

https://youtu.be/GhOyT7x8vfc

Si “el otro” habla desde lo emocional, no empatizamos si respondemos a nivel intelectual. Las emociones intensas impiden el procesamiento de lo intelectual. Cuando una olla exprés tiene mucha presión, no se puede abrir. Cuando estamos en pleno impacto emocional, no se puede razonar. La comunicación entre estos dos niveles: el cognitivo y el emocional, se encuentran desconectadas. Por tanto, se ha de escuchar desde la emoción y responder desde la emoción. Es compartir con la persona lo que está experimentando y transmitirlo desde la aceptación.

Fuentes: 
Clínica Persum de Psicoterapia y Personalidad

De Flores Formenti, T. (2007). Volver a aprender a montar en bicicleta”. Barcelona: Morales y Torres.

Linehan, M. (2005). Manual de tratamiento de los trastornos de personalidad límite. Barcelona: Paidós (Psicología Psiquiatría Psicoterapia).

Artículos Relacionados:
Invalidar los sentimientos de otra persona vs. escuchar con empatía.

Legitimar al otro o comprar sus narrativas