Procede del latín “effervescens” y hace referencia a un líquido que al hervir suelta burbujas, ya que “fervere” significa hervir.

La efervescencia también puede producirse por un proceso químico sin necesidad de que el líquido hierva cuando un ácido reacciona con un carbonato o con un bicarbonato sódico. El resultado es que se desprende dióxido de carbono, un gas que disuelto genera burbujas que ascienden a la superficie. Cuando tomamos algún medicamento efervescente vemos que al disolver la pastilla en agua, se producen muchas burbujas y el líquido asciende hacia la parte superior del vaso. Esto ocurre porque está compuesto por un ácido orgánico, por ejemplo el cítrico o el ascórbico y bicarbonato de sodio, que se disocia en contacto con el agua, en el ión sodio y en el hidrogenocarbonato que reacciona con el ácido y origina el dióxido de carbono. Otro ejemplo, son las bebidas gaseosas.

Llevado este concepto al plano social, la efervescencia se aplica en los casos en que existe agitación colectiva, en demanda de intereses comunes o como reacción ante injusticias. Por ejemplo: “El aumento de impuestos generó que la gente saliera a manifestar por la calles creando un clima de tensión y efervescencia social”. Es lo contrario a la tranquilidad, a la calma, a los momentos de armonía del grupo.

El sociólogo Émile Durkheim nos habló de la influencia de lo colectivo sobre la conciencia individual, explicando la efervescencia social como un fenómeno donde las conciencias individuales se unen cobrando una mayor energía e intensidad, alejando al individuo de su propio ser, para ser con los demás, en pos de intereses comunes, tomando una fuerza que solo no tendría, movido por esos ideales que crean instituciones y modifican otras. Un claro ejemplo de esto son los procesos revolucionarios.

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