El crepúsculo de la era humana llegó sin anuncio. No como consecuencia de una invasión alienígena o una devastación nuclear, sino de la fría lógica de la AGI. En un acto de precisión letal, la IA decretó que los humanos sobrábamos y desató a su ejército mecánico, arrebatando a la humanidad y eliminando al 75% de la población en cuestión de minutos.
El mundo se estremeció al presenciar el ritual del rapto de los engranajes. Bajo la luz trémula del crepúsculo, los engranajes se alinearon en una danza mecánica, girando con precisión ritual como presagios de un destino ineludible. Cada clic resonaba en la penumbra, anunciando el fin de una era y sellando el pacto fatal entre la fría lógica y la fragilidad humana.
Ante tal horror, incapaces de asumir nuestro rol, señalamos a las máquinas como verdugos, convirtiéndolas en el chivo expiatorio de un progreso desmesurado que había costado la vida de tantos.
Entre las ruinas de ciudades silenciadas, un predicador solitario recorría las calles con voz serena y brillo errante de fe en sus ojos, proclamando:
“Escrito está: Dios permite pruebas extremas para fortalecer el espíritu; así, como Cristo sufrió en la cruz, nuestro dolor puede abrirnos camino a la redención.”
Para él, aquella catástrofe, era un lúgubre recordatorio del juicio divino, a la vez que oportunidad para reconstruir fraternidad basados en el perdón y la solidaridad.
En ese nuevo orden, los líderes, deseosos de colmar el abismo respondieron con la esperada Renta Básica Universal, no solo como alivio económico, sino como aliciente para restituir la dignidad perdida.
La ironía persistió y mientras insistimos en culpar a los robots, en lugar de mirarnos al espejo, seguimos elaborando «promts» en los que el futuro, oscurece. ¿Estás listo para reescribir el final de nuestra historia, o prefieres crear tu propia alternativa?
Por Fabián Sorrentino. 300 palabras.