La inocencia es una especie de literalidad que suele darse sobre todo en la niñez, de ahí que se la llame “edad de la inocencia”. En la niñez se tiene exagerada confianza en los signos, se cree que las hadas y los dragones existen y que los sueños son pedazos de esa vida que los adultos llaman real y que los niños encuentran realizados en todas partes.

En la medida en que la inocencia es cosa de niños, el adulto inocente suele ser un individuo infantil o inmaduro pese a que la inocencia en la vida adulta no se parece tanto a la del niño. La de éste es espontánea mientras que la del adulto suele ser un modo recursivo e inconfesado –aunque deliberado– de hallar refugio contra el mal. El inocente es uno que se ha autoconvencido de que el mal no existe (o sí, pero en la forma de un ogro o una bruja o de una mala pécora), a fin de cuentas, para no tener que hacerle frente. Vive convencido de que lo que le pasa, sea bueno o malo, se lo merezca o no, es obra de alguna intención y le está dedicado; y así, mira cada nuevo avatar en su propia vida como quien abre las cajas de los regalos en Nochebuena: permanentemente a merced de la exaltación o del fiasco.

Perdemos la inocencia (y bien está que sea así) cuando nos alejamos del hogar familiar y de los halagos de nuestros padres, pero nos pasamos la vida tratando de recuperar la beatitud que obtenemos con ella buscándola en brazos del ser amado. Empresa vana, porque el amor es cosa perecedera, de tal modo que los momentos de inocencia en la pasión amorosa son muy pocos y demasiado efímeros. Así pues, el inocente es un badulaque enamoradizo que se arrastra de decepción en decepción.

¿Por qué entonces incurrimos una y otra vez en actitudes inocentes si está escrito que habrán de ser frustradas? ¿Por una inútil rebelión contra el paso del tiempo? No. Tratamos de permanecer inocentes porque vamos en busca de verdades literales: estamos convencidos de que hay un mundo que es tal cual y que es el nuestro; y de este modo acabamos por ser víctimas propiciatorias de todos los engaños, las ilusiones y las maquinaciones tramadas por otros.

Este video es hermósamente increible para graficar la inocencia de los niños.

Para la Psicología

Es una actitud que presupone la no-existencia de maldad o en general de mala intención. También se refiere a la no culpabilidad, es decir, a no haber actuado mal ni con mala intención. Se considera una disposición normal en la infancia y una tontera en la adultez, por cuanto se da por descontado que en el mundo adulto no hay inocentes, es decir, la maldad se señorea. Sin embargo en la adultez también está entronizado el prejuicio que culpa antes de juzgar, y por consiguiente si no existiera el prejuicio, quizás exista más inocencia de la que se supone.

Wikipedia señala que puede hacer referencia a un estado de desconocimiento, donde se da una menor experiencia bien en una visión relativa a los iguales sociales, bien por una comparación absoluta a una escala normativa más común.

En contraste con la ignorancia

La gente que carece de capacidad mental de entender la naturaleza de sus actos puede ser considerado inocente sin importar su comportamiento. De este significado viene el término inocente para referirse a un niño de corta edad o una persona con diversidad funcional carentes de discreción.

En algunos casos, el término inocencia connota un significado peyorativo cuando un nivel determinado de experiencia dicta un discurso común o calificaciones de base para la entrada en otra experiencia social diferente. Puesto que la experiencia es el primer factor para la determinación del punto de vista de una persona, la inocencia a menudo también se utiliza para implicar una ignorancia

La inocencia se representa bajo la figura de una joven, coronada de flores que se lava las manos en una jofaina colocada sobre un pedestal teniendo cerca de ella un cordero blanco.

Fuentes: Wikipedia. Diccionario de emociones, Actitudes y Conductas de México.

A continuación te recomiendo este artículo de Andrea Luca que refiere a la inocencia del presente.