La hiperactividad se vuelve a encontrar frecuentemente en los niños cuyas actividades son intensas y constantes. Está bien hacer la distinción entre un comportamiento dinámico e hiperactivo. Si soy un niño hiperactivo, tengo un comportamiento turbulento y molesto, incluso extraño.

Es el modo habitual que tengo de ignorar las situaciones y las circunstancias alrededor mío volviéndome tan implicado en lo que hago que no debo poner la atención en “mi” realidad inmediata, quizás porque esta realidad no es alentadora ni me sostiene. Es un modo de rebelarme contra las circunstancias y los sentimientos que no se expresan sino que son más sentidos (como los miedos hacían los padres y las inhibiciones). Sabemos que la hiperactividad está causada por los aditivos artificiales: el exceso de azúcar, los colorantes y el “fastfood”.

El alimento de este tipo suele ser el símbolo del padre que intenta colmar el amor del cual pueda yo carecer. Por ejemplo: me da chocolate cuando más necesitaría un abrazo. Cuando soy un niño hiperactivo, suele ser porque necesito estar más centrado en mi yo interior y mi corazón.

Como padre o madre, antes de poner a mi hijo bajo medicación, más valdría intentar tratamientos que actúan en el plano energético como por ejemplo la relajación, la acupuntura, la homeopatía, etc.

Puede ser que el niño sea hiperactivo porque está en resonancia o si se quiere, en contacto interior con lo que se llama nuestro niño interno (el niño interno del padre) el cual vive una gran tensión o una gran inseguridad. ¿Si nosotros – mismos como padres, no estamos energéticamente centrados, cómo pedir a nuestro hijo que lo esté? Convendría mejor que me asuma primero, para mí – mismo y el bienestar de mi hijo.