Conocido como Agustín de Hipona (354-430), padre de la Iglesia y filósofo cristiano, una de las fuentes principales del pensamiento cristiano occidental; es imposible describir brevemente o siquiera circunscribir su importancia para la filosofía europea medieval y moderna. Las dificultades aumentan porque Agustín escribió copiosa y dialécticamente como teólogo cristiano, tratando la mayoría de las veces las cuestiones filosóficas sólo hasta donde era útil para la teología –o hasta donde ésta tenía algo que decir.

Bibliografía

Agustín modeló la narrativa de las Confesiones (397-400) a partir de los eventos de la primera mitad de su vida. Así proporcionó a los biógrafos posteriores una seductora selección de detalles biográficos y también una historia convincente de sus sucesivas conversiones desde la sensualidad adolescente a la religión cargada de imágenes de los maniqueos, a una versión del neoplatonismo y, de ahí, al cristianismo. La historia es una introducción insuperable a las concepciones agustinianas de la filosofía. Muestra, por ejemplo, que Agustín apenas si recibió educación formal en filosofía. Fue formado como retórico y la única obra filosófica que menciona entre sus primeras lecturas es el (perdido) Hortensius de Cicerón, un ejercicio de persuasión al estudio de la filosofía. De nuevo, la narración deja claro que Agustín rechazó finalmente el maniqueísmo porque se convenció de que era una mala filosofía: un conjunto de fantasías sofísticas sin coherencia racional ni fuerza explicativa. Más importante es que la lectura de «algunos libros de los platónicos» (Confesiones VII, 9, 13) preparó la conversión final de Agustín al cristianismo.

Estas traducciones latinas, que al parecer eran antologías o manuales para la enseñanza de la filosofía, enseñaron a Agustín una forma de neoplatonismo que le permitió concebir una jerarquía cósmica que desciende de un Dios inmaterial, eterno e inteligible. A juicio de Agustín, la filosofía no puede hacer más que eso; no puede hacerle capaz de ordenar su vida para vivir feliz y en una relación estable con el Dios ahora descubierto. Sin embargo, en sus primeros años de cristiano, Agustín se dedicó a escribir unas cuantas obras de género filosófico. Las mejores conocidas de entre ellas son una refutación del escepticismo académico (Contra academicos, 386), una teodicea (De ordine, 386), y un diálogo sobre el lugar de la elección humana en la jerarquía providencialmente ordenada creada por Dios (De libero arbitrio, 388/391-395).

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Durante la década de su conversión

Agustín fue ordenado sacerdote (391) y después consagrado como obispo (395). Los treinta y cinco años de su vida tras esa consagración los empleó en labores en nombre de la Iglesia en el norte de África y entre los colectivos latinohablantes del cada vez más fragmentado imperio. La mayoría de los escritos episcopales de Agustín eran polémicos tanto por su origen como por su forma; escribió contra autores o movimientos que juzgó heréticos, especialmente los donatistas y los pelagianos. Pero el sentido de autoría de Agustín también le llevó a escribir obras de teología fundamental concebidas a gran escala.

Las más famosas de esas obras, fuera de las Confesiones, son Sobre la Trinidad (399-412, 420), Sobre el Génesis según la Escritura (401-415), y La ciudad de Dios (413-426). En Sobre la Trinidad elabora con sutil detalle las «huellas» discernibles del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en el mundo creado y, en concreto, en la tríada del alma humana formada por la memoria, el intelecto y la voluntad.

El comentario del Génesis 1-3, que pretende ser mucho más que un comentario «literal» en sentido moderno, aborda diversos tópicos de psicología filosófica y antropología. También enseña doctrinas
cosmológicas como la de las «razones seminales» (rationes seminales) por las que las criaturas reciben forma inteligible. La ciudad de Dios comienza con una crítica de la bancarrota de la religión cívica pagana y sus filosofías ancilares, pero concluye con el retrato de la historia humana como un combate entre las fuerzas del amor a uno mismo, concebido como la diabólica ciudad terrenal, y el agraciado amor de Dios, que funda la ciudad celestial, la única en la que es posible la paz.

Otras doctrinas atribuidas

También se han atribuido a Agustín algunas otras doctrinas, normalmente carentes de los matices dialécticos que habría considerado indispensables. Una de esas doctrinas se refiere a la «iluminación» divina del intelecto humano, es decir, una intervención divina en los procesos de comprensión humanos ordinarios. Otra doctrina típicamente atribuida a Agustín es la incapacidad de la voluntad humana para realizar acciones moralmente buenas sin el auxilio de la gracia. Una enseñanza más propiamente agustiniana es que la introspección o ensimismamiento es el modo de descubrir las jerarquías creadas para ascender a Dios. Otra enseñanza auténtica sería que el tiempo, que es una distensión del «ahora» divino, sirve como medio o estructura narrativa para el retorno de la creación a Dios. Pero no hay ninguna lista de doctrinas o posiciones, auténticas o inauténticas, que pueda servir como representación fidedigna del pensamiento de Agustín, que se presenta sólo a través de la forma retórica cuidadosamente escrita de sus textos.

Fuente: Diccionario Akal de Filosofía