Exclamación es el resultado de la acción de exclamar, que proviene en su etimología del latín “exclamare” y significa expresar oralmente con ímpetu, vehemencia y pasión, algo que evidentemente nos conmueve. Para escribir y denotar esa misma sensación de estado anímico impetuoso, se utilizan signos de puntuación que reciben el nombre de “signos de exclamación” o “signos de admiración”, que se colocan antes y después de la palabra o frase que se pretende resaltar (¡) para abrir y “!” para cerrar. Al leerlo se debe hacerlo dando énfasis a lo que se encuentra encerrado entre esos signos. Primero se sube el tono de un modo abrupto, y luego se desciende. De lo contrario no se denotaría lo que se quiso realmente transmitir al escribir. Cuando se introduce una exclamación dentro de un discurso se denomina ecfonesis. Se usa como figura retórica.

Puede exclamarse por dolor: “¡No tolero más este dolor de muelas!, por amor “¡Quiero gritarle al mundo mi amor por ti!”, por indignación: ¡Esto constituye un atropello a mis derechos ciudadanos!, por sorpresa: ¡Jamás hubiera pensado un final así!, por terror ¡Socorro! etcétera.

Los pronombres llamados exclamativos dependen del contexto: ¡Qué situación terrible! ¡Cuánto tiempo de espera! ¡Quién fue! ¡Como se te ocurre! Se usan acentuados. El pronombre ¡Cuán…! Se utiliza especialmente en el lenguaje literario.

La negación no tiene estrictamente en la exclamación, la función de negar, pues tampoco la afirmación exclamativa asevera, sino que representan estados anímicos. Ejemplos: ¡No puedo creerlo!, ¡Oh, no!

Cuando se exclama se rompe la calma y la serenidad. Es parte de una actitud activa y representativa de emociones.

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