Actitud que consiste en discutirle a todos, lo que contiene no su convicción de poseer la razón, sino su necesidad de demostrar que el otro no la tiene. Esta conducta en general surge desde la convicción de que la única manera de evitar tener que hacer lo que el otro o la figura de autoridad le exigen hacer, es a través de demostrar que la autoridad o el otro están errados en los fundamentos de lo que le exigen. Es una argumentación defensiva para no ser dominado. Esta orientación de la conducta genera una gran capacidad para descubrir la fragilidad y los vacíos en las argumentaciones de la autoridad, en los fundamentos de sus verdades. El abogado del diablo no ocupa el lugar de la autoridad porque teme que de hacerlo, todos se abalanzarían a criticarlo y a demostrarle lo equivocado que está.

El abogado del diablo (en latín advocatus diaboli) o «promotor de la fe» (en latín Promotor Fidei) es el apelativo popular con el que se alude al procurador fiscal en los antiguos juicios o procesos de canonización de la Iglesia Católica. Su denominación desde las reformas de 1983 es promotor de la justicia (promotor iustitiae).

El oficio de este abogado, generalmente clérigo doctorado en derecho canónico, era objetar, exigir pruebas y descubrir errores en toda la documentación aportada para demostrar los méritos del presunto candidato a los altares como beato o santo. Si bien su papel le hacía aparecer figuradamente alineado entre las filas de los que se oponen al candidato (de donde procede el mote de «abogado del diablo», para este «defensor del otro bando») en realidad se encargaba de defender la autenticidad de las virtudes del que será propuesto como modelo a imitar por el pueblo católico.

El oficio fue establecido en 1587 por el papa Sixto V y abolido por el papa Juan Pablo II en 1983. Este cambio le permitió realizar casi 500 canonizaciones y más de 1.300 beatificaciones, frente a las 98 canonizaciones de sus predecesores en el siglo XX.

El término abogado del diablo se aplica por extensión a personas que defienden una posición en la que no necesariamente creen, o a quienes presentan a otro debatiente un argumento contra una posición en la que sí creen. Este proceso permite comprobar la calidad del argumento original e identificar las debilidades de su defensa.

La etimología de la palabra abogado es el latín advocatus. Uno pensaría en vocatus de «vocal» para clasificar a alguien que habla mucho, pero no es así. Advocatus derivó de la expresión latina «ad auxilium vocatus» («el llamado para auxiliar»). En Roma, un acusado llamaba a un defensor experto en la materia jurídica para que lo ayudara a defender su causa. Entonces era que le hablaban al abogado, no que el abogado hablara mucho. Claro que esta explicación me la dio un abogado 🙂

La palabra latina vocatus es el participio pasivo (que ha recibido la acción) del verbo vocare (llamar), de donde tenemos verbos como convocar, invocar, provocar y recovar. Se asocia con raíz indoeuropea *wekw- (hablar).

Fuentes: Wikipedia. Etimologías de Chile y Diccionario de Emociones, Actitudes y Conductas de la Universidad Bolivariana.