Escuchar no es solamente oír. Escuchar es oír biológicamente más interpretar lingüísticamente. Escuchar es percibir, teniendo conocimiento del mundo exterior (el otro) por medio de efectos o alteraciones que comunican los sentidos. Cuando escuchamos, interpretamos, declara Melina Venturini en el entrenamiento de Coaching y Mentoring de Ser.Red.

Escuchar es abrir las puertas hacia una comunicación efectiva, entendiendo por efectiva a toda comunicación en la que la intención es saber cuál es el mensaje del otro, desde el oír, el percibir, el interpretar y el preguntar si creo que hay alguna duda con respecto al mensaje. Esto se logra dándole al otro un feedback de lo que entendí del mensaje y recibiendo una confirmación o no de éste. Esto contribuye a eliminar “el ruido” o interferencia existente en el proceso de comunicación.

Cuando escuchamos recibimos al otro, esto no significa estar el 100% de acuerdo a lo que el otro nos dice. Esto significa estar presentes en la conversación, legitimizar al otro, liderando emociones, escuchando el lenguaje, observando la corporalidad, percibiendo las sensaciones del otro.

Con respecto al lenguaje, sostenemos que hablamos para ser escuchados, siendo que el habla es efectiva cuando produce en el otro lo que el orador espera. Asimismo decimos que la comunicación se interpreta a través de factores como la visión, la corporalidad, los gestos, los movimientos del cuerpo, siendo que a veces notamos que lo que oímos (palabras) es diferente a lo que escuchamos (corporalidad- interpretación), es allí cuando observamos una incoherencia entre los dominios primarios del observador: cuerpo-lenguaje y emociones.

Con respecto a la corporalidad la distinción no solo es referente al cuerpo físico, sino a como éste cuerpo físico se comporta en torno a su forma biológica y su relación con otros individuos, consigo mismo, con las circunstancias, con la fuente creadora.

Las emociones nos constituyen como observadores diferentes y nos predisponen de diferentes maneras hacia las circunstancias. La emocionalidad influye en nuestro vivir cotidiano y expande o reduce nuestras posibilidades de acción.

El lenguaje es generativo y nos constituye a su vez en observadores distintos. La coherencia humana proviene del creer-sentir-pensar-decir-hacer, y cuando estos ejes difieren entre cada uno se rompe dicha coherencia y es allí cuando deviene el sufrimiento humano. Cuando escuchamos y observamos esa incoherencia podemos conocer el propósito genuino del otro.

Según Rafael Echeverría: “(…) Al relacionar el escuchar con la acción de interpretar podemos extraer algunas conclusiones importantes. La primera de ellas es el reconocimiento de carácter activo de la escucha. Si la escucha involucra  una acción interpretativa, de ello se deduce que cada vez que me hallo escuchando estoy muy activamente procurando hacer sentido de lo que se está diciendo. La escucha no tiene, por lo tanto, nada de pasivo. A través de la escucha, la palabra del otro “pone en marcha” un complejo proceso interpretativo de parte de quien se encuentra en el rol de oyente.

En la medida que el orador avanza en su hablar, el oyente va conectando sentidos, junta lo que el orador dijo en u inicio con lo que dijo después; relaciona lo por el orador con sus propias experiencias, evalúa los sentidos que el mismo oyente discurre, anticipa las posibles consecuencias que se deducen de sus interpretaciones, etc. (…)

En este proceso interpretativo que está involucrado en la escucha, se pone de manifiesto el carácter histórico de los seres humanos. Toda interpretación se realiza desde un pasado, desde una tradición de sentido que remite tanto a nuestra historia personal como a la historia de la comunidad a la que pertenecemos y en la que hemos crecido. De esta historia surgen múltiples elementos que se activan en la escucha. Entre ellos hay supuestos, prejuicios, pre opiniones, hay modalidades de valoración, hay patrones habituales de conferir sentido, todos los cuales se ponen en acción en el proceso interpretativo. (…).

En el fenómeno de la escucha se superponen, por lo tanto, dos horizontes de sentido. Por un lado el horizonte del sentido del orador quien, con su palabra, busca crear un puente con el oyente. Pero, por otro lado, el horizonte de sentido del propio oyente que le asigna un sentido propio a las palabras del orador. En la escucha convergen y fusionan dos horizontes de sentido, diferentes el uno del otro, que buscan acoplarse; que buscan coincidir en sentidos compartidos. (…)”

Jorge Pinotti nos dice: “(…) Escuchar es la capacidad de hacer distinciones, de darse cuenta de algún aspecto de la realidad y ser capaz de interpretar e integrar esa experiencia en una conversación que tenga sentido y permita hacer cosas en el mundo. Vamos a generar resultados distintos según las conversaciones en las que estemos instalados. Nuestras acciones y, en consecuencia, nuestros resultados, son una función de nuestra escucha. (…) Escuchar es una capacidad de la conciencia, y esta competencia la tienen tanto las personas individuales como los grupos. Las personas que forman parte de un equipo (puede ser una familia, una empresa o lo que fuera) operan en el marco de una escucha colectiva que podemos también llamar la conciencia grupal. Cada integrante del equipo tiene una escucha individual y el equipo tiene una propia. La escucha del equipo no es simplemente la suma de las escuchas individuales. Si fuera así, cuando alguien se da cuenta de algo los demás también lo harían, y esto no sucede.

Lo que ocurre en muchos casos, en demasiados casos, es que un integrante se da cuenta de algo, quiere comunicarlo a los demás y no consigue hacerlo, porque no tiene suficientes competencias conversacionales como para establecer una comunicación efectiva y generar la escucha grupal”

Brecha en la Escucha

Cuando conversamos no todo lo que decimos es lo que el oyente escucha. Existe una brecha entre lo que el orador dice y lo que escuchamos. Esta brecha hace referencia a la manera en que nos comunicamos según nuestras creencias, paradigmas, modelos mentales, etc. y desde cómo nos relacionamos con respecto al compromiso con la relación.

La brecha surge por interferencias, ya sean externa o internas, aquellos preconceptos, identificaciones o caracterizaciones que tengamos respecto de nuestro observador. Antes de escuchar tenemos historias que nos contamos tanto del otro como de nosotros mismos.

Empatía para acortar la brecha:

Leonardo Wolk refiere al tema diciendo: “(…) Asociarse empáticamente con el otro es poder ponerse en su lugar de observador para tener una mejor comprensión de su experiencia y de sus puntos de vista. Es común la tentación errónea de decir <<…yo en tu lugar hubiese hecho…>>. En realidad, yo en tu lugar (desde tu modelo mental, desde el observador que tú eres hubiese hecho lo mismo. Sería más apropiado decir: <<yo en mi lugar (desde mis modelos)…>>. Acceder a una comprensión de su modelo no significa acordar con el mismo. Empatía es tratar de comprender, desde el sistema de creencias del interlocutor, la lógica de respuestas frente a las circunstancias.

Empatía no es justificar; es validar su opinión o su emoción, ayudando luego a procesar y re-articular su creencia. (…)”

Rafael Echeverría nos dice con respecto a la brecha en la escucha: “(…) A menudo la ilusión de un entendimiento perfecto está en la raíz de estas crisis de relaciones que pagamos con tanto desperdicio, con tanta destrucción. Sin embrago, estas crisis pueden prepararnos para apreciar lo que hemos señalado, para entender lo que aconteció y precavernos en el futuro. El saber que esta brecha existe, nos advierte, nos coloca en guardia, nos prepara para evitar que ella nos destruya.

Al reconocer la brecha, descubrimos que disponemos de dos herramientas fundamentales para hacernos cargo del problema que nos plantea. La primera de ellas es aprender a las diferencias que inevitablemente surgirán en toda relación. Hay quienes piensan que en una buena relación las diferencias desaparecen. Ello no es efectivo. Una buena relación es aquella que logra manejar las diferencias desde el respeto. Esa es su real diferencia. Pero podemos hacer algo más y recurrir a nuestra segunda herramienta. En la medida que reconocemos la existencia de esta brecha, podemos hacernos cargo de ella, hacer una suerte de monitoreo y gestión de la brecha y procurar que ella no alcance proporciones críticas. El respeto por las diferencias y la responsabilidad que desarrollemos para reducir la brecha son las dos grandes herramientas que disponemos para enfrentar el problema de la escucha.

El reconocimiento de la brecha nos permite, por lo tanto, hacernos responsables de la escucha. Cuando lo observamos con detención por primera vez, no podemos dejar de reconocer que hay algo profundamente en el despliegue. (…) Nuestra escucha es espontánea, no está guiada por nuestras intenciones, no “las producimos”. Simplemente nos pasa que escuchamos lo que escuchamos. (…)

Sin embargo, una vez que avanzamos en nuestra comprensión del fenómeno de la escucha, una vez que reconocemos lo que en él está implicado, inevitablemente perdemos nuestra inocencia inicial. Descubrimos en ese momento que la escucha está inevitablemente marcada por el pecado original de su brecha. (…)”

Esta abordaje de Melina Venturini forma parte de una serie de artículos ofrecidos en la Carrera de Coaching & Mentoring.