Después de definir los celos sentimentales y diferenciarlos de la envidia (ver nota anterior) es preciso que hagamos otra distinción no menos importante entre celos normales y anormales, declara el Dr Fabián Sorrentino.

El análisis de los celos anormales nos llevará a considerar algunas de las formas más extremas que pueden adoptar los celos y a algunas de sus consecuencias más dramáticas.

Los celos han producido dolor, dramas y tragedias a lo largo de la historia. Una amplia gama de acontecimientos hostiles, amargos y dolorosos han sido atribuidos a los celos: asesinato, agresión, odio, disminución de la autoestima, depresión, suicidio e intentos de suicidio, esposas golpeadas, destrucción de relaciones amorosas, problemas conyugales y divorcios. Una investigación de alcance nacional hecha en Estados Unidos por consejeros matrimoniales indica que los celos son un problema que se presenta en una tercera parte de todas las parejas que acuden a solicitar una terapia conyugal.

La mayoría de las personas describe los celos como una experiencia «loca» y extremadamente dolorosa. Una mujer que participó en mis talleres dedicados a los celos afirmó que éstos representaban la experiencia más dolorosa que le había tocado vivir:

«Lo intenté todo para tratar de controlarlos de alguna manera, pero nada, nada funciona. Ahora, lo único que me queda es la lobotomía. Y créame que la idea me tienta. No creo que pueda seguir viviendo con todo ese dolor a cuestas.»

No es raro que aun aquellas personas que experimentan los celos en forma extrema y a pesar de ello tienen suficiente control de sí mismas como para no incurrir en actos de verdadera violencia fantaseen con ese recurso. Una mujer que vio a su ex marido con su nueva esposa, que además había sido su mejor amiga, recuerda:

«Un día, mientras estacionaba mi auto, los vi en su nuevo coche deportivo que estaba estacionado exactamente delante de mí. Era un auto que él nunca me había dejado manejar y ahora ella lo estaba usando. La rabia me encegueció. Me quedé sentada ahí, tratando de controlarme. Imaginé que ponía mi auto en marcha, apretaba a fon do el acelerador e iba directo a chocarlos con la mayor velocidad y potencia posibles. Podía sentir el impacto del choque en mi cuerpo y oír el estruendo del metal y los vidrios haciéndose añicos… No sé qué fuerza me ayudó a controlar el impulso de destruir todo.»

Casi todos nos hemos enfrentado a los celos en algún momento de nuestras vidas, aun cuando no los consideremos un problema. Cualquiera que haya experimentado celos intensamente es consciente del poder y la potencial destructividad que éstos entrañan. Esto ayuda a explicar nuestra fascinación con las historias que cuentan las barbaridades que algunas personas se ven impulsadas a hacer por obra de los celos. Una de esas historias se refiere a una mujer de edad mediana cuyo esposo la abandonó por una mujer más joven. Con la ayuda de un amigo, la esposa ofendida secuestró a su rival a punta de pistola, le afeitó la cabeza, la desnudó, la cubrió de brea y plumas, y la liberó en el basural de la ciudad. Leí la historia en el periódico y con posterioridad se la oí repetir una y otra vez, con gran regocijo, a mujeres que se identificaban con la venganza de la esposa abandonada.

Lo cierto es que tendemos a mostrarnos más comprensivos con la gente que comete crímenes «con la sangre caliente» motivada por los celos que con la gente que comete crímenes a sangre fría motivada por la codicia. Podemos sentir una cierta identificación con el amante traicionado que «con sumó su venganza» y se atrevió a hacer algo que la mayoría veríamos como una venganza merecida contra nuestro compañero infiel o contra el intruso que nos robó el corazón de nuestro compañero.

En ciertos países hasta la ley trata los «crímenes pasionales» con relativa lenidad. En un caso famoso que ocurrió hace algunos años en Italia, un hombre que sospechaba que su esposa le estaba siendo infiel compró un revólver y se fue en su coche desde Roma, donde vivía, a Milán, donde tenía motivos para sospechar que su esposa estaba con su amante. Llegó a Milán, descubrió a su esposa y a su amante en la cama, los mató a tiros, y en el juicio fue declarado inocente sobre la base de que habría cometido el crimen en estado de emoción violenta.

¿Son los celos una forma de locura? Volviendo a los ejemplos presentados al comienzo de esta sección, podemos preguntarnos: ¿está sano un hombre que se agazapa entre los arbustos en medio de una noche lluviosa para espiar a una mujer? ¿Qué diríamos de una mujer que le da un puntapié a un hombre en la entrepierna, o de la que cubre a otra mujer con brea y plumas? ¿Qué diríamos de un hombre que mata a dos personas en un ataque de celos?

Tal como lo ponen en evidencia estos ejemplos, los celos merodean la zona gris que se extiende entre la salud mental y la locura. Algunas reacciones a los celos son tan naturales que una persona que no las demuestra parece en cierta forma «no normal». Pensemos, por ejemplo, en un hombre cuya esposa acaba de informarle que se ha enamorado de otro hombre y responde: «Qué maravilloso para ti, querida».

Otras reacciones parecen tan excesivas que no es necesario ser un experto para saber que son patológicas. Un ejemplo clásico es el del hombre que sospecha de su amante y fiel esposa y la espía permanentemente, escucha sus conversaciones telefónicas, busca manchas en su ropa interior, verifica los kilómetros recorridos por su coche para detectar viajes clandestinos, le hace visitas sorpresivas y, a pesar de su probada fidelidad, sigue sospechando de ella y sufre tremendos celos.

Si bien las respuestas de estos dos esposos parecen completamente diferentes la una de la otra, hay una semejanza importante entre ambas. Las dos son inadecuadas. En el primer caso, el esposo no responde a una amenaza real que se cierne sobre su matrimonio: su esposa podría dejarlo por el otro hombre. En el segundo, el esposo está respondiendo con celos cuando en realidad no hay una verdadera amenaza. Los psicólogos clínicos consideran que en ambos casos se trata de conductas anormales que indican ciertos desórdenes de la personalidad.» Más adelante analizaré las raíces de este tipo de reacciones tan extremas de celos.

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Para una gran mayoría de las personas, aun cuando produzcan un dolor y una aflicción tremendos, los celos constituyen una experiencia íntima que no llega a derivar en una acción violenta. La mujer a la que me referí antes cuyo esposo, de quien está separada, comenzó a salir con la mejor amiga de ella poco después de la separación, dijo:

«Durante el día fantaseo con ir al apartamento de ella con un mazo y romper cosas: muebles, discos, ventanas. Puedo oír claramente el ruido de los vidrios al romperse… En cierta forma es tas fantasías tienen para mí un efecto sedante, aunque sé que nunca las realizaré.»

¿Podemos considerarla una reacción apropiada? ¿Qué diríamos si la otra mujer no fuese su mejor amiga? ¿O si ella supiese de que su esposo la había dejado a causa de esa «mejor amiga»? ¿Y qué diríamos si, en lugar de imaginar la destrucción a mazazos, la perpetrase realmente?

Cuanto más una reacción parece derivar (en palabras de Freud) «de la situación real» y más proporcionada parece «a las circunstancias reales», más «normal» es. Freud y los terapeutas que adhieren en la actualidad al enfoque psico-dinámico diferencian los celos «normales» de los «delirantes». Los celos normales tienen como base una amenaza real a la relación. Los celos delirantes, por su parte, persisten a pesar de la ausencia de cualquier amenaza real o incluso probable. El marido que sospecha de su esposa y la espía a pesar de que ella le es fiel y leal es un buen ejemplo de celos delirantes.

¿Por qué alguien «elegiría» sufrir los indecibles padecimientos de los celos si no hubiera fundamentos para ello en la realidad? Una explicación, a la que me referiré más adelante, es que a través de los celos la persona está tratando de enfrentar un trauma infantil de traición no resuelto. Luego me referiré a otra explicación que se centra en las interacciones de la pareja que ayudan a mantener vigente un problema de celos de ese tipo. Posteriormente me referiré a una tercera explicación que ve las raíces del problema de los celos en conductas que fueron aprendidas en algún momento de los comienzos de la vida, y que persisten a pesar de que ya no son adecuadas.

A a distinción entre amenaza real e imaginaria, se suele agregar otra entre la reacción adecuada («normal») y la in adecuada («anormal») a la amenaza que provoca los celos. En una sección posterior me ocupo de la forma en que se experimentan y se expresan los celos sentimentales en diferentes culturas, veremos que lo «normal» es simplemente lo que en una cultura determinada es aceptado como la reacción adecuada. Más allá de cuán anormal pueda parecerle a uno una determinada reacción a los celos, existe la posibilidad de que ella sea considerada normal en alguna otra parte, o lo haya sido.

Otra distinción que se hace entre los celos normales y los anormales tiene que ver con el efecto que ambos tienen sobre las relaciones. Mientras que los celos normales son una reacción defensiva que puede salvar un matrimonio, los ce los anormales son una obsesión destructiva que daña a las personas y las relaciones entre ellas.

En lugar de poner el acento en la connotación negativa y enjuiciadora que se deriva del uso corriente de la palabra anormal (es decir, patológico, mórbido, loco, enfermo), es más provechoso pensar lo normal como un término estadístico que describe lo que es típico o promedio. Las personas experimentan reacciones de celos tan variadas como lo son las diferentes características físicas y emocionales que poseen. Una vasta mayoría cae en el rango intermedio y son definidas como normales. Una pequeña minoría cae en la parte más baja de la escala y son definidas como de respuestas anormalmente bajas. Una minoría similar a esta última cae en la parte más alta de la escala y son definidas como de res puestas anormalmente altas.

Pensemos en un rasgo como la altura, por ejemplo. La mayoría de las personas son de altura «normal», un pequeño porcentaje son «anormalmente» bajas y una minoría similar son «anormalmente» altas. Lo anormal en este caso no significa loco o enfermo, sino simplemente los extremos más alto y más bajo de la escala.

Lo mismo que se puede decir de la altura, el peso, fuerza o la belleza, se puede decir de los celos. La mayoría de las personas están en la zona intermedia (es decir «normal») de la escala de los celos. Los pocos que están en extremo superior de la escala, aquellos que ven una amenaza aun cuando no exista ninguna, son «anormalmente» celosos; los pocos que están en el extremo inferior de la escala, aquellos que no ven una amenaza aunque ésta sea evidente, son «anormalmente» no celosos.

Esta afirmación es más que una distinción semántica. Demasiado a menudo las personas afectadas por los celos están tan conmovidas por la intensidad de sus emociones por las cosas que se sorprenden haciendo o deseando hacer -como espiar a una ex amante o soñar despierto que se destruye una casa a mazazos- que llegan a la conclusión: «¡Debo estar loco!». Esta conclusión no es muy útil y muy probable mente sea además incorrecta. La mayoría de las personas «normales» sienten celos intensos cuando una amenaza se cierne sobre una relación que valoran.

Esto no significa que no haya casos de celos anormales, sino que son muy pocos. Si oímos hablar tanto de ellos es precisamente porque están realmente fuera de la zona de lo «normal» y, por lo tanto, resultan particular mente fascinantes.

La mayoría de los casos de celos anormales comparten uno de los siguientes rasgos, o ambos: (a) no están relaciona dos con una amenaza real a una relación valorada sino con algún disparador interno del individuo celoso; y (b) la reacción de celos resulta dramáticamente exagerada o violenta.

Dicho esto, me gustaría señalar también que algunos científicos sociales, cuyos puntos de vista presentaré más adelante, rechazan de plano la noción de celos anormales aplicada al individuo. Creen que lo que es normal o anormal está determinado por la cultura, y que el individuo poco tiene que hacer a ese respecto.

Si le preocupa saber si usted o su compañero son «anormalmente celosos», el cuestionario sobre los celos que aparece posteriormente pueden resultarle particularmente útiles. En este último se plantean una serie de preguntas destinadas a ayudarle a diagnosticar sus propios celos (o los de su compañero). Por lo demás, responder al cuestionario sobre los celos puede ser interesante aun cuan do usted no tenga un problema de celos.

Titulé esta primera sección «¿El monstruo de ojos verdes o la sombra del amor?» Ahora que hemos visto algunas de las formas extremas que los celos adoptan como, en palabras de Shakespeare, «el monstruo de ojos verdes», podemos pasar a analizar los celos como la sombra del amor.

Al definir los celos es importante distinguirlos de la envidia. A pesar de que en el uso cotidiano la confusión entre ambos es frecuente, los celos y la envidia son psicológicamente muy diferentes. Por lo general, la envidia involucra a dos personas. La persona envidiosa quiere algo que le pertenece a la otra persona, y no quiere que esa otra persona lo tenga. El objeto de la envidia puede ser el compañero de la otra persona, una buena relación, un rasgo deseable como la belleza o la inteligencia, una posesión, el éxito o la popularidad. Los celos, en cambio, involucran por lo general a tres personas. La persona afectada por los celos está respondiendo a lo que percibe como una amenaza que un tercero representa para una relación que ella considera valiosa. Esto es válido aun en el caso de que el tercero exista sólo en la imaginación de la persona celosa.

La envidia y los celos están en sintonía con dos de las condiciones más básicas de la existencia humana. La envidia está conectada con el no tener. Los celos están conectados con el tener.

La gente tiende a confundir la envidia con los celos, pero no a la inversa. ¿Le diría usted a su marido que al verlo con su antigua novia siente envidia o que se pone celosa?

¿Diría que está celosa de una amiga que acaba de heredar una fortuna, o que la envidia? Si usted es como la mayoría las personas se describiría en ambos casos como celosa, aun que lo que realmente siente en el segundo caso es envidia.

Si esta transposición ocurre con frecuencia, es porque la envidia tiende a estar cargada de una connotación más negativa: resulta menos mitigada por el amor que los celos. En tanto que los celos son una respuesta a una amenaza que se cierne sobre una relación Considerada valiosa, la envidia es una expresión de hostilidad hacia alguien a quien se percibe como superior y un deseo que apunta no sólo a la posesión de esa ventaja sino a la destrucción de ese superior.

Las diferentes actitudes hacia los celos y la envidia se han estudiado en muchos países. Una investigación que compara las reacciones a los celos y a la envidia en siete países (Hungría, Irlanda, México, Holanda, la Unión Soviética, Yugoslavia y Estados Unidos) muestra reacciones semejantes a los celos y a la envidia en todos ellos.

Silos celos y la envidia son tan diferentes, ¿por qué la gente los confunde con tanta frecuencia? Parte de la razón reside en el hecho de que la respuesta Celosa incluye, en muchos casos, un componente de envidia. Por ejemplo, es probable que un hombre que está celoso porque su esposa está teniendo un amorío con su mejor amigo, sienta envidia del éxito que su amigo tiene con su esposa.

Por otra parte, los celos y la envidia se originan en etapas diferentes de nuestro desarrollo psíquico. Como veremos más adelante, al analizar las raíces inconscientes de los celos, éstos se originan primordialmente en las experiencias emocionales que los niños tienen durante la etapa edípica, alrededor de los tres años de edad. La envidia, por su parte, se origina mucho antes, durante las primeras semanas de vida del niño.

Según Freud, durante la etapa edípica los niños experimentan los primeros indicios de sexualidad Sus impulsos sexuales se dirigen hacia la persona más cercana del sexo opuesto En el caso de un niño, la madre. En el caso de una niña, el padre. El niño quiere que la madre sea para él. Desgraciadamente, tiene un competidor muy fuerte: el padre. El competidor es más grande y más fuerte y tiene además otras ventajas de modo que el niño «pierde» la competencia. (A través de un proceso similar, la niña «pierde» al padre a manos de la madre.) Cuando el niño se vuelve adulto, cada vez que por obra de un tercero se cierne una amenaza sobre una relación sentimental valorada, la antigua y dolorosa herida vuelve a abrirse y se experimenta como celos.

La envidia, según la analista de niños Melanie Klein, se desarrolla durante el período que va desde el nacimiento hasta el primer año de vida y es una respuesta a la dependencia e indefensión totales del niño respecto de la madre. «Des de el comienzo de su vida el niño acude a la madre para satisfacer todas sus necesidades», escribió Melanie Klein. El pecho materno, hacia el cual están dirigidos los deseos del niño, es sentido instintivamente no sólo como una fuente de nutrición sino como la fuente de la vida misma.

No obstante, en la primera relación del bebé con la madre se introduce inevitablemente un elemento de frustración, porque «aun en el caso de que se sienta satisfactoriamente alimentado, ello de ninguna manera reemplaza la unidad prenatal con la madre». La frustración e indefensión que el niño hambriento experimenta son las raíces de la envidia. El bebé «envidia» a su madre por el poder que ella tiene de alimentarlo o privarlo del alimento. En su frustración, quiere devorar la fuente de su alimento y del poder de ella: el pecho.

Aun en el caso de que no aceptemos la idea de Melanie Klein de que el bebé «envidia» el poder que su madre tiene de alimentarlo, podemos sí aceptar la idea de que ese primer vínculo con la madre contiene los elementos fundamentales de la futura relación del bebé con el mundo. Si el vínculo es amoroso y satisfactorio, el bebé desarrollará un sentido básico de seguridad y confianza hacia la gente. Si el vínculo no es ni amoroso ni satisfactorio, se desarrollarán una inseguridad y una envidia pro fundamente arraigadas y el bebé se convertirá con el tiempo en un adulto envidioso. Cada vez que la envidia se desencadena en un adulto de esas características, las heridas de la primera infancia se reabren con todo su poder destructivo.

Melanie Klein piensa que los celos se basan en la envidia, pero que de todos modos son muy diferentes de ella. La distinción que ella establece entre ambos es similar a la que planteamos aquí: «La envidia es el sentimiento de enfado porque otra persona posee y disfruta algo deseable, y el impulso envidioso apunta a despojarla de ese algo o echarlo a perder». Los celos, por su parte, conciernen a la relación de la persona con por lo menos otras dos personas, «y se relacionan principalmente con un amor que el individuo siente que le corresponde y le ha sido arrebatado, o bien está a punto de serle arrebatado».

La envidia, según la describe Melanie Klein, es una emoción anterior, más primitiva y más destructiva que los celos. Es diferente del deseo que impulsa a los celos, en el que se trata de proteger la relación o de recuperar al ser ama do. Cuando en una situación de celos hay un componente de envidia éste se manifiesta como impulso de destruir a la persona que goza de la ventaja envidiada, sea ésta el rival o el amado, que tiene el poder de hacernos felices y prefiere no ejercerlo.

Compilado por Fabián Sorrentino del Informe: Los celos normales y anormales. Basado en las Investigaciones de Ayala Malach Pines