Primera, segunda, tercera

Estamos colocados enfrente del humorismo, queremos encontrar sus características y vamos a ir lanzando proposiciones que tengan una mayor o menor aproximación a la verdad. No sabemos afirmar con energía más que cuando estamos iracundos, y no lo estamos en este momento. Lanzaremos nuestras proposiciones con relativa timidez:

A) Hay tantas formas de humor como humoristas han existido.

B) Esto no quita para que el humorista tenga rasgos comunes que le dan un carácter inconfundible.

La proposición de que hay tantas formas de humor como humoristas han existido parece una proposición cierta. Humorismo quiere indicar algo orgánico, personalísimo, inaprensible, que oscila entre lo psicológico y lo patológico. El humorismo no es ortobiótico, que diríamos los sabios.

Hay una relación estrecha entre la antigua idea de humorismo médico, predominio de ciertos humores, y el humorismo literario.

En los dos conceptos se supone una cualidad psicológica o patológica que matiza el organismo y le hace tomar un carácter sui generis. El humorismo, más que ninguna otra forma literaria, da una impresión de algo temperamental.

Un poeta épico o un trágico se parecerán más a otro poeta épico o a otro trágico que un humorista a otro humorista.

En la literatura, cada humorista es una isla. Hay la isla de Shakespeare, la isla de Cervantes, la isla de Rabelais, la isla de Juan Pablo y la isla de Dickens.

Hasta en los escritores humoristas que se han influido unos a otros no hay semejanza.

El humorismo de Juan Pablo Richter no se parece por completo al de Carlyle. Los dos tiene una escenografía fantasmagórica; pero Richter, el maelstron del mundo del humor, según Carlyle, es más filosófico, más cósmico, y tiene una sensiblería de mal gusto, y el autor de Sartor Resartus es más político, más patético y más predicador.

El humorismo satírico y rencoroso de Swift no es de la misma clase que el humorismo petulante y ligero de Sterne; éste no se asemeja al sermón moralista y pesado de Thackeray, y ninguno de ellos tiene un parentesco estrecho con el humorismo sentimental, lleno de lágrimas y de sonrisas, de Dickens.

Cada uno de estos humoristas tiene un método y un estilo propio, cada uno de ellos acusa firmemente su personalidad y su deseo de no parecerse a los demás.

A pesar de esto, como decimos en la segunda proposición, con el permiso de madama la Ciencia, el humorismo tiene algo de común.

¿Qué tiene de común el humorismo? Como no es posible que podamos decirlo por orden, primero, segundo, tercero; como no nos sentimos categóricos, porque, como hemos dicho antes, sólo la ira nos hace ser categóricos, y no estamos iracundos, iremos por aproximaciones.

Indudablemente, el humorismo es algo complicado. Hay en él seriedad y comicidad, sentimentalismo, excentricidad y vulgaridad.

Esta condición heterogénea le hace ser principalmente un arte de contrastes. A tal afirmación se puede oponer el que todas las artes son de contraste; pero no en grado tan exagerado como el humorismo.

A la cualidad de ser un arte de contrastes violentos se puede añadir que es un arte subversivo de los valores humanos.

Es indudable que allí donde hay un plano de seriedad, de respetabilidad, hay otro plano de risa y de burla. Lo trágico, lo épico, se alojan en el primer plano; lo cómico, en el segundo. El humorista salta constantemente de uno a otro y llega a confundir los dos; de aquí que el humorismo pueda definirse como lo cómico, serio, lo trivial trascendental, la risa triste filosófica y cósmica.

Esta mezcla cómicorromántica, cómicopatética, cómicotrágica da un gusto agridulce, que es el sabor de las obras de humor.

En el terreno del humorismo se anastomosan lo cómico y lo serio. El humorista va entrelazando las fibras cómicas y trágicas, y su obra nos sorprende y nos divierte.

Cuando nos acostumbramos a ello, nos gusta encontrar lo que queda de fuerza en la debilidad, de debilidad en la fuerza, la superstición trivial de un espíritu fuerte y lógico y el lado noble de un alma vulgar.

El inconveniente de esta tendencia disociadora es el perder la facultad de gustar la esencia pura de un género sin mezcla. El que toma la posición intermedia y ambigua entre lo trágico y lo cómico, ya no podrá guardar un respeto completo por las cosas respetables, ni reírse de todo corazón de las risibles.

El pensamiento de la desarmonía la asaltará a cada paso, verá muecas cómicas en lo serio y sombras graves en lo grotesco; lo que bulle en el segundo plano se le proyectará en el primero, y lo que se agita en el primero se le manifestará en el segundo.

El hombre de humor promiscuirá siempre, y esta promiscuidad hará que no haya géneros literarios para él; en un momento, todos le parecerán buenos: en otro, todos los encontrará viejos y marchitos.

Muchos inconvenientes tiene el humorismo para la literatura; uno de ellos, invencible, porque está en su misma esencia, es el no poder emplear en bloque en una obra el tono mayor. El humorista puede usar casi exclusivamente el tono menor, como Dickens, Sterne, etc.; puede alternar el tono mayor y el menor, como Shakespeare; pero usar sólo el tono mayor, como los trágicos griegos o sus imitadores franceses, no lo puede hacer. El buen gusto por el buen gusto le está vedado.

Cuando el humorismo quiere convertirse en género, con su marchamo oficial y su receta, pierde todas sus condiciones y todo su encanto. El humorista funcionario debe ir al salón de madama la Retórica.

En el humorismo es indispensable la frescura y la innovación.

 

Cuarta, quinta, sexta

El humorismo tiende a dudar de la cantidad de ciencia y de técnica que heredamos de nuestros ascendientes. Madama la Retórica no acepta esta duda; madama la Ciencia sí, porque es muy joven y tiene para ella reservado el porvenir, y la revisión de valores no le estorba para sus fines.

La duda y la innovación siempre llevan algo como una intención humorística. En la ciencia, Newton y Darwin, Paracelso y Stephenson, en su tiempo, se representaron a los ojos de sus contemporáneos como humoristas, como ilusos; el Greco y Goya lo parecieron también, y hoy todavía Lobachefski y Riemann dan la impresión de chuscos al lado de los matemáticos clásicos.

El hombre de la calle, vulgar, tradicionalista, rutinario, dice, pensando en los innovadores que inventan algo nuevo y no discurren con las normas vulgares:

-Esos nos están tomando el pelo.

El humorista que lanza una teoría o un sistema no puede ser mirado con simpatía por el hombre aferrado a otras teorías o sistemas ya sancionados por el tiempo.

El humorista es un hombre de valor. El espíritu que se encoge para saltar en el vacío sin saber dónde va a caer, es un espíritu valiente, y si al mismo tiempo concibe la posibilidad del fracaso y esta posibilidad no le impide el impulso, entonces es un gran humorista.

Casi todos los humoristas ríen del fracaso propio; algunos, más intelectuales, ríen de las supuestas intenciones de la Providencia, como cuando Espinosa reía viendo las arañas cazar a las moscas.

La necesidad de la innovación hace que el humorismo intente introducir en la esfera del arte lo que aún es oscuro e inconsciente, lo que es nuevo. Esta ambición la puede realizar el autor haciendo que el paño nuevo se corte de una manera clásica o de una manera nueva. La primera manera tendrá algo de humor, la segunda será íntegramente humorista.

El humorismo necesita siempre el paño nuevo; con el viejo se podrán hacer obras maestras, pero no obras maestras de humor.

Otra condición indispensable del humorismo me parece la veracidad. El humorismo tiene una luz que no permite la ficción, como la luz del sol no permite el maquillaje.

Distinguimos

El humor es como el ave fénix, que renace constantemente de sus cenizas; es un extraño pajarraco mal definido, que tan pronto parece gris como lleno de plumas brillantes y de colores; a veces se quiere creer que no existe y que es pariente de las sirenas, de los dragones, de los gnomos y de otros seres de una fauna irreal y mitológica; a veces tiene una objetividad tan manifestada como las jirafas, los dromedarios y los camellos.

No es fácil siempre separar el humorismo de las especies literarias algo afines; el humorista se confunde muchas veces con el cómico, con el satírico, con el bufón y con el payaso. Como el camaleón, cambia constantemente de color, y estos cambios de color no le confunden, sino que le caracterizan.

Entre el cómico antiguo y el cómico humorista moderno quizá no haya más diferencia que los nervios, la sensibilidad. Los antiguos tenían los nervios más duros que los hombres de hoy. Un Quevedo de nuestros días no mortificaría a su don Pablos con tan constante saña, y un Cervantes actual no haría que a su Don Quijote le golpearan tanto. Desde la época en que se escribieron estos libros a acá, nuestra sensibilidad se ha afinado.

Los estúpidos dicen que eso es sentimentalismo. Si existiera esta palabra entre los bárbaros, lo mismo diría el bárbaro viendo que el civilizado no corta la cabeza al enemigo muerto: “Le mata y no le corta la cabeza. ¡Qué mentecato! ¡Qué sentimental!” Y el antropófago diría lo mismo del bárbaro, incapaz de comerse al enemigo: “Este hombre corta la cabeza del enemigo y no se aprovecha luego para hacer un frito con sus sesos ni para comerle un riñón. ¡Qué estúpido sentimentalismo!”

No es fácil, seguramente, separar el tipo cómico clásico del humorista; tampoco lo es distinguir cierto tipo de humorista del satírico. Hay varias clases de humoristas. Hay el humorista de cepa amarga estilo Swift y el humorista de cepa predicadora estilo Thackeray, la cepa agridulce de Sterne y el malvasía de Dickens. Los primeros, de cepas agrias, se confunden con los satíricos; indudablemente, entre ellos no puede haber más que ligeros matices que los separen.

Parece que el satírico juzga el mundo y los hechos teniendo como norma exclusiva la virtud, y que el humorista no tiene una norma tan definida y tan clara; el punto de vista del satírico es un punto de vista moral; el del hombre de humor es un punto de vista filosófico. Podría añadirse que el satírico tiene un ideal, que aunque no esté convertido en máximas o sentencias, no será difícil convertirlo, y que el humorista, si tiene ideal, debe ser un ideal un tanto vago y subjetivo. El satírico tiende a la corrección y al látigo; el humorista, a la interpretación y al bálsamo.

Esto haría suponer que el satírico es hombre de espíritu lógico y el humorista es más bien un sentimental. El uno, hombre de cabeza; el otro, hombre de corazón. El punto de partida de ambos no es tampoco idéntico.

El satírico parte de una irritación agresiva, ataca y tiende a hacer reír; el humorista siente una excitación no agresiva, y tiende a hacer reflexionar. Respecto al tono, el satírico emplea un tono más elocuente y más retórico. No en balde la sátira es casi una invención de la Roma antigua.

El satírico es un ser razonable que cree en la razón; el humorista es un individuo razonable que duda de la razón y a veces es un vesánico que dice cosas razonables. El satírico, desde el banco de los buenos, señala a los malos y a los locos; para el humorista, el mundo tiene por todas partes algo de jardín, de hospital y de manicomio.

El humorista no puede tener la risa rencorosa de las gentes de mentalidad simplista del tipo de Julio Vallès o de Luis Veuillot.

Respecto a la cosa representada, hombres, sociedad, etc., el satírico tiende a dividir el mundo en buenos y malos o en gente de época buena y de época mala; el humorista, menos aficionado a divisiones históricas y morales, tiende a encontrar bueno y malo, todo revuelto, en todos los hombres y en todos los países.

¿No somos la mayoría de los hombres así, mitad buenos, mitad malos, medio cristianos, medio paganos, mitad hombres, mitad bestias, como los centauros?

El humorista no crearía a Ariel todo espíritu y a Calibán todo barbarie; haría un Ariel-Calibán mixto de ambos.

Que la sátira no es el humorismo, se comprueba con casos, por ejemplo, el de Voltaire, que siendo el mayor satírico de los tiempos modernos, no tuvo rasgos de humor. En él había demasiado ingenio para que se notase la naturaleza.

El ingenio y la ironía no se pueden identificar con el humorismo; la ironía es objetiva, más social, puede tener técnica; el humorismo es más subjetivo, más ideal, más rebelde a la técnica. La ironía tiene un carácter retórico, elocuente; el humorismo se inclina a tomar un carácter analítico y científico.

Otras fuentes del humor

Algunos suponen que el humorismo es una manifestación literaria de pueblos dominados y vencidos; no parece esto muy cierto, porque Inglaterra, país de humoristas por excelencia, ha sido el pueblo de los éxitos nacionales. Más apropiado sería decir que el humorista aparece en un momento de crisis en que las energías de acción se pierden y comienza la reflexión. Así apareció el Quijote, cuando España no daba ya conquistadores y la fiebre de acción iba remitiendo y venían los desengaños.

Otra causa del humorismo, aunque mal conocida, sería la enfermedad. Es indudable que las enfermedades tienen una influencia predominante en el espíritu. Después de una larga enfermedad se mira la vida de una manera distinta a como se la ve en plena salud, y parece que cambian sus valores. Hay enfermedades que no producen apenas depresión en el ánimo, por ejemplo: las del pecho; otras, en cambio, las del aparato digestivo, son muy deprimentes. Algunas obran mucho en la psiquis, como las enfermedades de la nutrición, las diátesis, que tienen un origen oscuro, y sobre todo, lo que se llama el artritismo.

Este artritismo, de origen nervioso, produce una intoxicación que a su vez influye en los nervios.

Del artritismo a la neurosis y a la neurastenia no hay más que un paso.

El artrítico tiene un cuerpo incómodo. Sin estar enfermo, no está tampoco sano. En él la excitabilidad de los vasomotores es grande y es tímido y ruboroso no porque sea tímido en sí, sino porque por cualquier motivo se pone rojo, y se sabe que la timidez es más bien un fenómeno vascular que intelectual. Con frecuencia tiene dolores de cabeza, granos que le preocupan y excitaciones sexuales constantes.

La obsesión erótica, que puede ser una resultante del artritismo, es también una contribución al humour. Esta obsesión deja, indudablemente, una serie de gérmenes de antipatía y de odio, que se van convirtiendo con el tiempo en frases ingeniosas, que no son más que venganzas disimuladas contra el enemigo (hombres, mujeres, medio social), a los cuales se culpa más o menos justamente de los males propios.

El artrítico comienza su vida por la timidez, la melancolía y el dolor de cabeza; sigue luego siendo violento, brutal, de mal humor, hipocondríaco, y con frecuencia en medio del mal humor aparece el humorismo.

Muchas relaciones hay entre el humour y el artritismo. La intoxicación artrítica debe de ser un excitante siempre que no sea muy poderosa. Si se pudiera hacer una estadística, creo que se encontraría que hay más calvos chuscos que hombres de buen pelo. La calvicie es una manifestación artrítica. Los griegos solían pintar con mucha frecuencia, en sus ánforas y en sus platos, calvos a sus faunos y a sus sátiros.

Shakespeare era calvo y melenudo a juzgar por su retrato; Dickens debía de serlo también.

La influencia de la gota es predominante en el humorismo. Inglaterra, país de humoristas, es el país clásico de los gotosos.

El artritismo puede influir mucho en el humorismo por lo cambiante que es. La alegría y la tristeza son fáciles en el artrítico.

También el artritismo podría explicar el ansia neurótica, el anhelo de cambiar de vida, la inquietud. Estas neurosis ansiosas y estas inquietudes que proceden probablemente de intoxicaciones úricas, toman a veces un aire de misticismo y de sentimiento poético.

En ocasiones, a los cristales de ácido úrico les nacen alas como a los angelitos, aunque generalmente predisponen a la filosofía pesimista y al estado gruñón.

Yo, durante mucho tiempo, estuve inventando teorías para explicar por qué cuando me acostaba tarde en Madrid sentía así como un remordimiento. Luego pude comprender que no era más que un comienzo de hiperclorhidria.

Otros desórdenes orgánicos influyen también en el humorismo. Parece que es síntoma frecuente en los tumores cerebrales del lóbulo frontal el humorismo de ínfima categoría, o por lo menos el deseo de hacer chistes y retruécanos, en individuos que antes no eran nada chistosos. (Vitzelsucht o busca de chistes, dicen los alemanes.)

En ciertas psicosis (sífilis cerebral) y en tipos de mentalidades rotas dispersas, que tienen su representación literaria en los héroes de Dostoyevski, se observa el humorismo transitorio.

Esta tendencia a hacer chistes y retruécanos de los degenerados y de los enfermos demuestra que esa condición no acompaña siempre a la inteligencia. Así se puede dar el caso de los saineteros españoles, la mayoría negados y de una absoluta falta de espiritualidad, haciendo constantemente chistes.

Otras causas más o menos indirectas obran en el humorismo, que están en los dominios de la religión, de la política y del arte.

La religión y el misticismo tienen relaciones subterráneas con el humor, así como el fanatismo dogmático tiene una relación de formas con la retórica.

La intimidad y el misticismo pueden derivar hacia el humor, como el fanatismo puede derivar a la grandilocuencia y la oratoria.

En el Olimpo, San Francisco de Asís congeniará con Dickens; Bossuet se entenderá con Flaubert.

La religión contribuye en gran parte al humorismo. Esos vuelos de la imaginación por el espacio azul del sueño, cuando no se sostienen, tienden al humorismo. En cambio, la Filosofía no deja un sedimento de humorismo, cosa natural, porque sus desencantos son intelectuales y no sentimentales.

El humorismo tiene en sus venas sangre cristiana. El cristianismo hizo fermentar el alma de los hombres. La ironía de Aristófanes y de los griegos no tiene sabor de humorismo. Ha sido necesario pasar por la Edad Media para que se desarrolle el humor.

Si el hombre hubiera sido un completo pagano, tranquilo, sereno, ecuánime, no hubiera sentido el misticismo, ni la intimidad, ni la piedad. La conciencia moderna aguda y sensible se formó por el dolor y por la tristeza, traídas por el cristianismo.

El pesimismo sistemático ha podido influir en el humor. La cuestión del pesimismo sistemático me parece una cuestión mal planteada. La vida, en lo absoluto, no puede ser medida. Pensar qué hubiera valido más, haber nacido o no, es una tontería; son dos proposiciones éstas que no se pueden poner una frente a otra. El valor de los hechos de la vida está dentro de la relatividad y de la limitación de ella.

El pesimismo no absoluto y sistemático, sino relativo y parcial acerca de diferentes actividades de la vida, es en general un signo de vitalidad, un afán de crítica y una manifestación de juventud. Es natural que el pesimismo influya en el humor.

* Pío Baroja, La caverna del humorismoObras completas, t. V, Madrid, Biblioteca Nueva, 1949, pp. 405-407, 419-420 y 461-463. Publicado originalmente en 1919. Fragmentos.