Fuente Wikipedia – Ludwig Josef Johann Wittgenstein (*Viena, Austria, 26 de abril de 1889 Cambridge, Gran Bretaña, 29 de abril de 1951) Filósofo austríaco que se interesó, fundamentalmente, por la estructura lógica del lenguaje. En vida publicó solamente un libro: el Tractatus logico-philosophicus, que influenció en gran medida a los positivistas lógicos del Círculo de Viena, movimiento del que nunca se consideró miembro. Tiempo después, el Tractatus fue severamente criticado por el propio Wittgenstein en Los cuadernos azul y marrón y en sus Investigaciones filosóficas, ambas obras póstumas. Fue discípulo de Bertrand Russell en el Trinity College de Cambridge, donde más tarde también él llegó a ser profesor.

Ludwig Wittgenstein nació en Viena. Al abandonar sus abuelos paternos el judaísmo para convertirse al protestantismo, se mudaron de Sajonia (Alemania) a Viena, donde el padre de Ludwig, Karl Wittgenstein, ganó fuerza y admiración al volverse uno de los negociantes pioneros de la industria del acero y del hierro del Imperio Austrohúngaro. La madre de Ludwig era católica y su padre era de ascendencia judía. Ludwig fue bautizado en una Iglesia católica (y de hecho al morir podría haber tenido un entierro católico, si no fuera porque él nunca practicó ni creyó en el Catolicismo).

Ludwig creció como el hijo más pequeño de una familia con ocho niños, donde se le ofreció un ambiente propenso al arte y la intelectualidad. Ya que sus padres eran aficionados a la música, todos sus hijos tuvieron dotes intelectuales y artísticas. La casa del los Wittgenstein atraía a varia gente culta, especialmente a los músicos. La familia recibía visitas frecuentes de artistas tales como Johannes Brahms y Gustav Mahler. Toda la educación musical de Ludwig sería muy importante para él. Incluso utilizó ejemplos musicales en sus escritos filosóficos. Otra no tan afortunada herencia que pudo haber tenido fue la tendencia al suicidio: tres de sus cuatro hermanos varones se quitaron la vida. El otro (Paul Wittgenstein) se hizo pianista.

Wittgenstein mantuvo una posición muy crítica sobre sus colegas filósofos e incluso sobre lo que podían opinar de él otras figuras de carácter científico. En sus opiniones, como siempre, no se mordía la lengua:

Me es indiferente que el científico occidental típico me comprenda o me valore, ya que no comprende el espíritu con el que escribo. Nuestra civilización se caracteriza por la palabra ‘progreso’. El progreso es su forma, no una de sus cualidades, el progresar. Es típicamente constructiva. Su actividad estriba en construir un producto cada vez más complicado. Y aun la claridad está al servicio de este fin; no es un fin en sí. Para mí, por el contrario, la claridad, la transparencia, es un fin sí. (Aforismos. Cultura y valor, 30)

Murió en Cambridge en 1951, tras negarse a recibir tratamiento médico contra el cáncer que sufría. Se dice que sus últimas palabras fueron: «Diles que mi vida fue maravillosa».

El Tractatus (primer Wittgenstein)
En el Tractatus, Wittgenstein comienza diciéndonos que «el mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas» (Tractatus logico-philosophicus, § 1.1). También sostiene que «el hecho, es el darse efectivo de estados de cosas» (Ibid., § 2), mientras que dicho estado de cosas «es una conexión de objetos (cosas)» (Ibid., § 2.01). En consecuencia, el mundo será la totalidad del darse efectivo de conexiones entre objetos.

Además, así como un hecho atómico o estado de cosas [Sachverhalt] es una conexión entre cosas, una proposición atómica será una conexión entre palabras. Asimismo, dichos objetos o cosas son pasibles de ser nombrados por medio de las palabras, id est, que se da una relación entre las palabras y las cosas, de manera que las proposiciones atómicas representan hechos atómicos y, de este modo, constituyen una imagen o pintura [Bild] de la realidad. Y, puesto que «la totalidad de las proposiciones es el lenguaje» (Ibid., § 4.001), éste será una suerte de mapa de la realidad.

En cuanto a las proposiciones atómicas, las hay de tres clases:
a) Las que representan hechos atómicos: son aquellas que forman parte del lenguaje significativo [sinvoll], v. gr., «Sócrates es mortal». Dichas proposiciones, en tanto que se refieren a hechos, son contingentes y, eo ipso, susceptibles de ser verdaderas o falsas.

b) Las que no representan hechos atómicos: son aquellas que no pertenecen al lenguaje singificativo o con sentido [Sinn], es decir, que carecen de significación. Se subdividen a su vez en:

b.1.) Sin sentido [sinnlos]: v. gr., «Sócrates es Sócrates». Aquí están incluidas todas las tautologías y contradicciones, de modo que estas proposiciones serán siempre verdaderas las unas y siempre falsas las otras, aunque de un modo bastante distinto que las anteriores; puesto que «no representan ningún posible estado de cosas» (Ibid., § 4.462). Por ello, las proposiciones sin sentido no serán, en rigor, auténticas proposiciones, ya que «pertenece a la esencia de la proposición poder comunicarnos un sentido nuevo» (Ibid., § 4.027).

b.2.) Absurdas o insensatas [unsinnig]: v. gr., «Sócrates es idéntico». Es claro que estas proposiciones no pueden ser ni verdaderas ni falsas, sino absurdas. Estas tampoco son proposiciones en sentido estricto, sino que se trata de pseudoproposiciones [Scheinsätze].

Ahora bien, se dijo que el lenguaje se constituía en un mapa del mundo, vale decir, de la realidad. Por lo tanto, los límites del lenguaje serán los límites del mundo. Y si ocurre que el lenguaje natural tiende en ocasiones a rebasar dichos límites, ello se debe a que es imperfecto. De ahí que haya que encontrar en el lenguaje una estructura lógica que constituya su esencia. Dicha estructura lógica será el lenguaje ideal.

Pero sucede que las proposiciones mediante las cuales se describe la estrucura lógica del lenguaje no son ni proposiciones significativas ni sin sentido, sino absurdas. Por consiguiente, no habrá, hablando con propiedad, metalenguaje. Así, el Tractatus todo no es más que una escalera para acceder a cierta visión correcta del lenguaje y del mundo; pero es necesario «arrojar la escalera después de haber subido por ella» (Ibid., § 6.54).

De esta manera, «lo que se expresa [muestra] en el lenguaje no podemos expresarlo [decirlo] nosotros a través de él» (Ibid., § 4.121). De ahí que la tarea propia de la filosofía no sea un decir respecto del lenguaje sino un elucidar el lenguaje.

En efecto: para Wittgenstein, según ya se dijo, el lenguaje sólo es capaz de expresar hechos y, por ello mismo, los límites del mundo vienen a coincidir con los límites del lenguaje y viceversa. De modo que ir más allá de los límites del lenguaje implica ir más allá de los límites del mundo.

Con respecto a este punto, el autor del Tractatus nos brinda la siguiente analogía:

[…] nuestras palabras sólo expresan hechos, del mismo modo que una taza de té sólo podrá contener el volumen de agua propio de una taza de té por más que se vierta un litro en ella. (Conferencia sobre ética)

De ello resulta que «el sentido del mundo tiene que residir fuera de él» (Tractatus, § 6.41) y, por añadidura, fuera del lenguaje significativo, es decir, del lenguaje con sentido. Recuérdese que, según esta caracterización del lenguaje, «una proposición sólo puede decir cómo es una cosa, no lo que es» (Ibid., § 3.221).

Ahora bien, que algo esté fuera del mundo, es decir, que sea inexpresable, no implica que no exista sino que, muy por el contrario, «lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico [das Mystische]» (Ibid., § 6.522).

Pero si «lo místico» no puede expresarse por medio del lenguaje sin caer en proposiciones absurdas, ¿de qué modo podemos tener un cierto acceso a él? El propio Wittgenstein nos proporciona alguna ayuda al afirmar que «no cómo sea el mundo es lo místico sino que sea» (Ibid., § 6.44).

En efecto, la pregunta acerca de cómo sea el mundo es una pregunta pasible de tener una respuesta, aunque la ignoremos. La respuesta es una respuesta acerca del mundo o, por así decirlo, intramundana y, en último término, científica, puesto que no pasaría de ser una mera descripción de estados de cosas, de hechos. Pero que el mundo sea es algo de otra naturaleza. Tan es así que, para poder explicarlo, deberíamos ubicarnos fuera del mundo, es decir, rebasar los límites del lenguaje significativo, metaforizar, hacer poesía, metafísica…

No por casualidad esta concepción wittgensteiniana de «lo místico» viene a coincidir con la pregunta filosófica por excelencia, la célebre pregunta leibniziana acerca de por qué hay ente y no más bien nada.

Por este motivo, Wittgenstein nos dice que «respecto a una respuesta que no puede expresarse, tampoco cabe expresar la pregunta» (Ibid., § 6.5).

Todo lo dicho hasta aquí nos sirve para entender por qué Wittgenstein llega a sostener que

El método correcto de la filosofía sería propiamente éste: no decir nada más que lo que se puede decir, o sea, proposiciones de la ciencia natural o sea, algo que nada tiene que ver con la filosofía, y entonces, cuantas veces alguien quisiera decir algo metafísico, probarle que en sus proposiciones no había dado significado a ciertos signos. Este método le resultaría insatisfactorio no tendría el sentimiento de que le enseñábamos filosofía, pero sería el único estrictamente correcto. (Ibid., § 6.53)

De ahí que Wittgenstein cierre el Tractatus con la famosa sentencia que reza: Wovon man nicht sprechen kann, darüber muß man schweigen. [De lo que no se puede hablar hay que callar.] (Ibid., § 7).

Las Investigaciones (segundo Wittgenstein)
En las Investigaciones, Wittgenstein sostiene que el significado de las palabras y el sentido de las proposiciones son su función, su uso [Gebrauch] en el lenguaje, vale decir, que preguntar por el significado de una palabra o por el sentido de una proposición equivale a preguntar cómo se usa. Por otra parte, puesto que dichos usos son muchos y multiformes, el criterio para determinar el uso correcto de una palabra o de una proposición estará determinado por el contexto al cual pertenezca. Dicho contexto recibe el nombre de juego de lenguaje [Sprachspiel] *. Estos juegos de lenguaje no comparten una esencia común sino que mantienen un parecido de familia [Familienähnlichkeiten]. De esto se sigue que lo absurdo de una proposición radicará en usarla fuera del juego de lenguaje que le es propio.

Desde esta óptica, los llamados «problemas filosóficos» no son en realidad problemas, sino perplejidades. De ahí que la misión de la filosofía sea la de una lucha contra el «embrujamiento» de nuestra inteligencia por el lenguaje.

Diferencias entre el primer y el segundo Wittgenstein
Estamos ya en condiciones de ofrecer una escuetísima comparación entre el primer (W1) y el segundo (W2) Wittgenstein.

Mientras que para el W1 había un sólo lenguaje, a saber: el lenguaje ideal compuesto por la totalidad de las proposiciones significativas (lenguaje descriptivo), para el W2 el lenguaje se expresa en una pluralidad de distintos juegos de lenguaje (del que el descriptivo es sólo un caso). Por otra parte, el W1 definía lo absurdo o insensato de una proposición en tanto que ésta rebasaba los límites del lenguaje significativo, mientras que el W2 entiende que una proposición resulta absurda en la medida en que ésta intenta ser usada dentro de un juego de lenguaje al cual no pertenece. De ahí que, para el W1, el significado estaba determinado por la referencia, lo que equivale a decir que si una palabra no nombra ninguna cosa o una proposición no figura ningún hecho, carece de significado en tanto que resulta imposible asignarle un determinado valor de verdad. Pero el W2 reconoce que en el lenguaje ordinario la función descriptiva es una de las tantas funciones del lenguaje y que, por ende, el dominio del significado es mucho más vasto que el de la referencia. Así, para el W2, el sentido de una proposición o el significado de una palabra es su función, o sea, que está determinado por el uso que se haga de la misma. En síntesis: el criterio referencial del significado es reemplazado por el criterio pragmático del significado.

En cuanto a la noción de verdad, el W1 adopta sin más el criterio correspondentista, puesto que, en virtud de la relación isomórfica entre lenguaje y mundo, la verdad se constituye como la correspondencia entre el sentido de (lo representado en) una proposición y un hecho. Pero dado que el W2 postula distintos usos posibles del lenguaje más allá del descriptivo, la aplicación del criterio semántico de verdad parece quedar restringida al ámbito del lenguaje meramente descriptivo.

La traducción al inglés de la palabra alemana «Spiel» (juego) puede ser play o game, Wittgenstein aclara que se trata de un juego normativo regido por alguna ley o lógica subyacente, lo que en inglés se conoce como game of language.

Bibliografía
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